Año 2011, justo diez años atrás del pandémico 2021 en el que nos encontramos. El Giro de Italia está a punto de comenzar con un duelo en el aire que pinta a histórico y después quedaría en paseo militar: Contador contra Nibali. El mejor vueltómano del lustro contra el emergente campeón italiano, dos estrellas que destacan por no dejar que las oportunidades les busquen a ellos, sino por salir a su encuentro. El madrileño estaría en un soberbio estado de forma y Vincenzo, también pletórico, intentaría por todos los medios llegar a tocar la maglia rosa con los dedos. Imposible ante un Alberto tiránico.
Un ciclista el español que estaba esperando resolución de su caso positivo en el pasado Tour. Ante la posibilidad de no poder participar en Francia, toma la salida en Italia con ganas de revancha. Si en 2010 ganó la Grande Boucle a través de pillería y oficio, el golpe de pedal que caracterizaba al gran Contador parecía haber regresado a sus piernas. Así lo confirmó incluso antes de alcanzar las etapas de montaña, donde no hubo rivales, donde cada golpe de pedal significaba marchar alegre en cabeza hacia su segundo Giro de Italia. Fácil.
Las montañas se sucedían con crueldad en aquella edición. Al interminable Etna le seguían unos Alpes austriacos de enorme enjundia, la etapa de mayor fondo que se recuerda con meta en el Refugio de Gardeccia y el temido Zoncolan, donde situaremos la lupa. En la presentación los ciclistas que asistieron dejaron el salón de actos con escalofríos. Los directores incluso se tomaron la temperatura. Había una escalada que producía auténtico pavor. Más aún su descenso. Era la gran novedad en un recorrido que tenía nombres como Marmolada, Finestre, Zoncolan, Giau entre sus máximos representantes. Sin embargo, no se hablaba de otro coloso. El Monte Crostis era un hito antes de aquel 21 de mayo. Un mito a partir de esa fecha.
El fatídico accidente de Weylandts en las primeras etapas de la Corsa Rosa dejó un halo de hipersensibilidad injustificada. El ciclista belga falleció en una bajada bien pavimentada y sin aparente dificultad. Fue la excusa arrojada para ejercer el control sobre el resto de la carrera. Si ya desde el otoño pasado se conocía que el Crostis era un paso complicado, la UCI, directores y muchos ciclistas esperaron al día previo para cuestionar su paso. Nadie obliga a los ciclistas a bajar más deprisa que los demás. Nadie considera serio que se proteste el mismo día de la carrera con muchos meses de conocimiento por adelantado.
Los intereses de muchas de las partes utilizaron la desgracia para hacer fuerza e impedir que el puerto entrase en nómina. Lo consiguieron, con los tifosi de la zona dispuestos a cortar carreteras e impedir el paso del pelotón. No lo consiguieron. De esa forma se ascendió el Zoncolan por su cara más violenta con victoria para Igor Antón y empate técnico entre Contador y un atacante Nibali, que probó con todo lo que tuvo a la maglia rosa.
El Crostis era un absoluto monstruo con dureza sobrada para haber roto la carrera. Un Mortirolo inédito, con ese halo a épica que además tiene el cresteo que conduce desde la cima al inicio del descenso. Ese tramo era en tierra, con precipicios pronunciados del lado derecho. Protecciones por doquier que casi daban más sensación de peligro que de seguridad, inútiles ante ninguna carrera que celebrar. La bajada era peligrosa y quizá las voluntades de muchos nos arrebataron un intento suicida de Vincenzo Nibali por llevar al líder a su terreno cual pitón venenosa. Nunca sabremos qué hubiera pasado. Desde entonces ni siquiera se ha vuelto a plantear etapa alguna con este puerto en el menú.
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Escrito por Jorge Matesanz (@jorge_matesanz)
Fotos: 1001puertos.com