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1998: el doblete de Marco Pantani

Antaño el doblete Giro – Tour era el único que existía. Lo que Marco Pantani cosechó fue un pedazo de historia que pese a no haber ganado cinco ediciones del Tour le incluyen directamente en las páginas de oro del ciclismo. Froome logró por primera vez en la historia el de Tour y Vuelta, pero ni ha tenido la misma trascendencia ni la tendrá jamás. Más aún porque ver como ganadora la figura de un fino escalador en las grandes vueltas de los 90 era como una gota en el océano, una aguja en un pajar, un par de boletos en una rifa: casi un imposible. Bastó con una temporada dentro de su irregular e intrigante biografía para desatar la locura, para revolucionar el ciclismo y mitificar su bandana. Esta es la breve historia del doblete más anhelado, de uno de los más espectaculares y difíciles logrados jamás.

Parece que lograr la victoria en Giro y Tour en una misma temporada es tarea al alcance de los grandes ciclistas. Es lógico pensar que quien desee conectar ambos éxitos debe ser una de las figuras de la década. Ganar una grande es harto complicado, ganar dos una auténtica gesta. Hacerlas coincidir en un mismo año es convertirse en leyenda, con tanta ansia en el aficionado por volver a disfrutar de un escalador puro destrozar las aspiraciones de los todocampistas a los que estábamos acostumbrados en la época con el buen hacer de hombres como Miguel Indurain, Alex Zulle, Jan Ullrich, etc.

No ha habido escalador más espectacular que ‘El Pirata’. Ni lo habrá. Se habla de Fuente, de Bahamontes, de Gaul… nadie como él. Ninguno de los mencionados fue capaz de destronar a los auténticos dominadores. Sí, el asturiano puso contra las cuerdas mil y una veces al más grande de la historia, el belga Eddy Merckx, pero nunca llegó a puerto. La fortuna, las conspiraciones o todo a la vez le dejaban siempre a las puertas. Marco coronó el puerto más duro que la vida le podía ofrecer, que era el éxito en vida, la fama y la historia. Si además le añadimos el hecho de que su look era bastante personal e inconfundible, tenemos la novela perfecta con el final más trágico posible.

© AP

Año 1998: la continuación de una era

Por aquel entonces, para poner en contexto lo que el italiano hizo, el dominador del Tour de Francia era un alemán llamado Jan Ullrich. Bjarne Riijs había destronado al rey Indurain, empujándole a una retirada que aún dejó sus ecos en 1997. Alex Zulle ganaba la Vuelta y tras sus vaivenes con el mes de julio, parecía encontrar nuevos horizontes en el Festina. El affaire vino después, pero su intención de batir a los italianos en el Giro fue decidida y en la salida de Niza no había nadie más favorito que él. Ni siquiera Pavel Tonkov, que venía de ser el hombre-Giro por excelencia de los últimos tiempos. Gotti, el dorsal número uno, también entraba en las quinielas. Pero al que más temían todos era al alopécico y escuálido maillot del Mercatone.

Durante dieciséis etapas el suizo iba a dominar la situación. Las cronos eran su terreno, amén de que su triunfo en Lago Laceno dejaba a las claras que el castigador de las pasadas dos ediciones de la Vuelta estaba presente. Entre victorias de Cipollini y destellos de clase de Bartoli, los días fueron pasando entre días de lluvia, de llano, de montaña y de dominio del Festina. Todo hasta que surgieron dos elementos en el horizonte que iban a perturbar el normal discurrir, parecía, del Giro de Italia. En primer lugar, un punto kilométrico en la carretera que une Caprile con Canazei, es decir, la Marmolada. Una montaña que había enterrado a Bugno no mucho antes y que era el punto en el que Mercatone tenía puesta una cruz.

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Cuenta la leyenda en boca de uno de sus gregarios más destacados aquel día que cuando ya estaban inmersos en lo duro del coloso dolomítico, Marco levantó su tímida voz, algo que no solía ser muy habitual para preguntarle a su compañero por cuándo empezaba lo duro del puerto. Inmersos en la parte más dura, la respuesta fue la esperada: “Marco, ya estamos en lo más duro”. Fue el momento de partir para el transalpino. Irónicamente, él pensaba que iba a por una victoria que le encumbraría. Y estaba en lo cierto. Lo que no imaginaba es que ese día había puesto el primer pie en una escalera que primero le llevó al cielo y después le empujó al infierno.

Giuseppe Guerini, famoso por ganar en Alpe d’Huez pese al lamentable choque con un fotógrafo cuando se dirigía a la meta en solitario, acompañó a Pantani en esta aventura. Para él la etapa, para su compatriota la maglia. Zulle había cedido mucho tiempo, pero seguía vivo. Tonkov, el ganador del Giro de 1996 y segundo del de 1997, era desde entonces su gran rival. Líder del Mapei, la crono del penúltimo día jugaba a su favor. El escalador de Cesenatico necesitaba una gran renta para sentirse con opciones y así poder cumplir su sueño. Quedaban días para materializarlo, pero la sorpresa saltó al día siguiente: su rival levantaba los brazos en Alpe di Pampeago, una de las subidas más duras del Giro, y se acercaba al ‘Pirata’. El optimismo decaía, parecía que de nuevo el italiano se iba a quedar a las puertas del éxito. Como en 1994. Como en 1997.

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La llegada a Montecampione traía el halo de haber sido el lugar donde Bernard Hinault había sentenciado el Giro de 1982. Qué mejor lugar para vivir una de las mejores y más bellas batallas entre dos ciclistas. El guion estaba claro: subir el puerto a tope desde la base para convertir aquella guerra en una cronoescalada y que gane el más fuerte. Los que se enfrentaban a Marco solían cometer el error de seguirle la rueda, lo que acaba sacándoles de punto y provoca explosiones que terminan por hacerles perder ante el escalador. Lo vimos con Indurain y Berzin en la etapa del Mortirolo, lo habíamos visto tantas y tantas veces con él… Tonkov se agarraba a su rueda y resistía, impasible, con máscara. Si iba bien o mal, un misterio. Pantani, además de piernas, también tenía fe. Ni una mirada atrás. Su apuesta era clara. Todo o nada.

Finalmente, a dos kilómetros y medio de la cima, sucedió el milagro. El ciclista del Mapei, rocoso, perdía un metro, dos, tres… Marco lo había conseguido. En meta tras casi ocho horas de etapa, iba a dedicar su única mirada a la espalda para observar cuánto era el hueco que había logrado. Un minuto más tarde aparecía el ruso, derrotado, con síntomas de ser humano. Boca abierta y gesto cansado. Pero quedaba la contrarreloj de Lugano, donde Tonkov tenía opción de remontada siendo mucho más especialista que la maglia rosa. El milagro sucedió e Italia recuperaba la sonrisa, la ilusión. Pantani era campeón del Giro, cuando parecía que ya nunca lo iba a poder ser.

Ullrich, el coco derribado del Tour de Francia

La presentación del recorrido, allá por el otoño de 1997, supuso una gran decepción para Marco. Sin apenas montaña y con dos contrarrelojes que junto al prólogo de Dublín acumulaban un total de 112 kilómetros. En la práctica, ya sobre el terreno del propio mes de julio, todo iba a desarrollarse como solía. Boardman vestía de amarillo y fue alternando sprints y escapadas hasta llegar a la crono de Correze. Era un día para Ullrich, el dorsal número uno que venía de sembrar el terror en la edición pasada y que era el unánime favorito. Se vestía de amarillo, enviaba un mensaje de cinco minutos a los escaladores y pese a no haber tenido su mejor día, parecía que comenzaba a sentenciar el Tour.

Pantani tenía clara su estrategia. No tenía nada que perder, su temporada estaba hecha y tenía un plan, que era aprovechar cualquier resquicio para irle limando tiempo al teutón, que dominaba la montaña también con mano de hierro. La remontada comenzó en el Peyresourde, camino de Luchon. Apenas un kilómetro a la cima y dejó un aviso muy serio sobre su estado de forma. Ullrich esperaba a Bjarne Riijs para hacerle la bajada. Un minuto se le fue al líder, que no portaba aún el maillot amarillo por una escapada en la que Laurent Desbiens se lo arrebató temporalmente. Lo que no sabía era lo que se le venía encima al alemán.

Plateau de Beille era el gran estreno del Tour 1998. Un gran puerto que suponía el gran final en alto de aquella edición, toda vez que el Alpe d’Huez o el Mont Ventoux estaban ausentes. El líder, ya sí de amarillo, tuvo un problema mecánico. Recuperaba posiciones el del Telekom a rueda de Udo Bolts, su ángel de la guarda. Jonker lanzaba el pelotón y Pantani no tuvo otro remedio que ponerse serio. Desde lejos, sin mirar atrás, sin nada que perder. Ullrich abría gas en el grupo de los elegidos, que poco a poco iba sufriendo bajas. Más de doce kilómetros de ataque y un botín para el ‘Pirata’ de cerca de dos minutos en la cima. Impresionante. En dos días había recortado casi tres minutos. Ya era el gran rival.

Llegaban los Alpes con una contrarreloj por disputar aún y sucedió lo que todos conocemos. Una tormenta asolaba el Galibier y fue el momento elegido por el campeón del Giro para abandonar el barco y lanzarse hacia la cima en solitario. Aprovechó el río revuelto que había causado el Kelme de Escartín y entre regueros de agua dejó helado a Ullrich, que hizo ademán de seguirle, pero pronto supo que entraba en crisis y que todo terminaría allí. Nueve minutos en la cima de Deux Alpes, cincuenta kilómetros más tarde, y el Tour que se iba para Italia tantos años después.

© Sirotti

Jan no se rendiría y aún veríamos un súper ataque en la Madeleine, lleno de rabia, sin mirar atrás. Marco, de amarillo, le sostuvo en todo momento y le regaló la victoria de etapa, no sin antes meter el tubular para dejar claro que era él el más fuerte de la carrera. El affaire Festina que había protagonizado la primera semana regresó al Tour con más registros, el abandono de los equipos españoles y el plante de los ciclistas, que parecían decididos a no seguir hasta París. Pantani protagonizó una imagen sentado en la calzada, muy icónica del momento y que le pasaría factura. Se reanudó la carrera y se llegó a París con dos ecos: el runrún de Aix les Bains y el plante fallido, y la gran victoria de Marco, que recuperaba el doblete que Miguel Indurain había encabezado en dos ocasiones en los años 1992 y 1993.

Había un rasgo distintivo en todo esto y es que el héroe era un escalador, un ciclista delgado, menudo, débil para las contrarrelojes. Esos corredores admirados y anhelados por lo espectacular de su forma de correr, que hace que los aficionados de forma inconsciente vayan un poco con ellos. El gusto por la montaña siempre ha estado ahí y ver a un ciclista tan agradecido con el público como Pantani ganar era un regalo para los ojos y una celebración de la justicia. Como cuando vemos una película y el malo acaba entre rejas mientras el bueno acumula medallas y parabienes. Un doblete más histórico que nunca.

Escrito por Jorge Matesanz

Foto de portada: Reuters

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