El Tour comenzaba en Lyon con Lemond como gran favorito, vencedor el año anterior, y Pedro Delgado como gran esperanza española. Banesto conformó un muy buen equipo a su alrededor, donde destacaba un espigado ciclista que había conquistado algunas victorias de etapa en montaña y que venía precisamente de ser segundo en la Vuelta a España de aquel mismo año. Miguel Indurain partía como un as en la manga, una especie de gregario de lujo que en cualquier momento se podía convertir en as de bastos. Así fue.
La primera crono fue suya. Sobre 73 kilómetros, el navarro no tuvo oposición y se alzó con el triunfo sobre Greg Lemond, que se vestiría, eso sí, de amarillo. Los opinadores de la época ya daban el Tour como encaminado con toda la montaña por delante. El ciclista que partía como favorito y que había derrotado a grandes como Hinault, Fignon o un valiente Chiappucci el año anterior, ya estaba en todo lo alto de la clasificación.
Los Pirineos llegaban a España y en dichas montañas se esperaba que los ciclistas hispanos tomaran la iniciativa. La etapa de Jaca, con el Somport por el camino, fue una invitación al comienzo de la reconquista de sus opciones a podio, mirando especialmente a un Delgado que era la gran referencia. No sólo no hubo dichos movimientos, sino que la prensa además fue muy dura con los ciclistas españoles. Ante tan anodina etapa para sus intereses, la siguiente, que venía a ser una de las reinas de la edición, iba a ser bien diferente. Delgado iba a cavar su tumba como gran líder del Banesto, hundiéndose, y se iba a descubrir a una nueva estrella que ya había mostrado destellos de gran campeón: Miguel Indurain.
La etapa llegaba a Val Louron, final inédito al que se accedía tras el Portalet, el Aubisque, el Tourmalet y el Aspin, puertos todos ellos encadenados sin descanso. El ascenso al Aubisque fue una auténtica carnicería, como así lo fue el Tourmalet, en cuyo descenso atacaron dos valientes que marcarían la historia posterior del Tour: Indurain y Chiappucci. Ambos marcaron distancias y llegaron juntos a meta, donde el italiano y el español se repartían el botín: para el primero la etapa; para el segundo el amarillo.
El nuevo líder ejerció como tal en los Alpes, donde no permitió ninguna alegría a sus rivales, ambos italianos, con un Gianni Bugno empeñado en lucir en París el amarillo que nunca vestiría en su carrera deportiva. Los ataques de sus rivales apenas pudieron impedir que llegada la última contrarreloj pusiera el broche final a una victoria que suponía la cuarta para España y la primera de una serie imparable de cinco que lograría el considerado como uno de los mejores corredores del Tour de todos los tiempos.
En París lucía alegre con una media sonrisa que prometía regresar un año más tarde para llevarse el amarillo de nuevo. Tour que tuvo algún sobresalto como la gesta de Claudio Chiappucci, la mayor quizá en sus cinco años de reinado. Más tarde llegaron otras historias, otras etapas, otras dificultades, como la pelea con la ONCE de Jalabert y Zulle o los duros ataques de Ugrumov en los Alpes. Todo dando una sensación de control y templanza mental que le hizo ser el único ciclista capaz de dominar durante tantos años consecutivos y sin ningún pero la mejor carrera del mundo.
Escrito por: Lucrecio Sánchez (@Lucre_Sanchez)
Foto: Sirotti