HC Historia

50 años del Tour de Luis Ocaña (1973) y el duelo «no duelo» con Merckx

Eddy Merckx y Luis Ocaña se llevaban apenas unos días. El ganador del Tour de Francia de 1973 era ocho días mayor que el belga, naciendo un 9 de junio de 1945 en Priego (Cuenca), a unos 1500 kilómetros en línea recta de Meensel-Kiezegem, la localidad natal de ‘El Caníbal’. Y es que la historia del español de Mont-de-Marsan tiene mucho que ver con la coexistencia con el considerado por unanimidad como el mejor ciclista de la historia. Cualquiera hubiese aceptado el destino de ser considerado el sucesor de Raymond Poulidor, incapaz de batir en el Tour a sus rivales ni a sus eternos fantasmas. La historia tiene un lugar reservado a PouPou del mismo modo que se lo tendría reservado a Ocaña. Absolutamente nadie le podría reprochar la reverencia al más grande. De valientes está el cementerio lleno. Aunque bien es cierto que si no lo intentas, te quedarás con la duda perenne revoloteando entre noches de insomnio.

Fue una época muy bonita para vivir ciclismo. Cierto que los medios para seguirlo a distancia eran más dificultosos, pero las leyendas que coexistieron en los primeros años 70 todavía siguen cincuenta años más tarde creando nostalgias e inspirando patillas. Desde un paisano de Merckx, el flamenco De Vlaeminck, al incesante Fuente, una bendición para los narradores e historiadores de ciclismo, una absoluta desgracia para aquellos que compartían carretera y objetivos con él. Llegar a Asturias en disputa con ‘Tarangu’ era sinónimo de abucheos, escupitajos, miedo, tensión. Un ídolo que sobrevive y sobrevivirá al paso del tiempo. Eran años de optimismo moderado en Europa, con las guerras no tan pasadas en la nevera y con amenaza de calentarse al baño María. La primera victoria de Merckx en el Giro se alineó con la primera victoria española en Eurovisión. Si hubiese ganado en San Remo, la musicalidad hubiese salido por las orejas. Pero no, coincidió con una de las dos únicas ediciones que no se llevó entre 1966 y 1972. Mientras desde el Teatro Albert Hall de Londres depositaban las primeras piedras de lo que posteriormente sería Lalaland (¿creen ustedes en las casualidades?), Ocaña debutaba en una gran vuelta y aprendía de primera mano del gran Eddy. Al tiempo que Masiel planeaba el envío de su ego en el bolsillo de Neil Armstrong para que ondease desde la luna en 1969, Merckx raptaba por primera vez el maillot amarillo del Tour. Ahí comenzaba la historia de Luis Ocaña, un ciclista no nacido para ganar, sino para no rendirse jamás.

Porque separar la historia de Ocaña de la de Merckx sólo sirve para narrar un sinfín de hechos y éxitos que de nada sirven sin comprender el contexto que los envuelve. Ya estaba de moda la frase de Houston, tenemos un problema en 1971. Luis ya era campeón de la Vuelta a España cuando el Tour partió de Mulhouse, en plenos Vosgos franceses. Esa misma primavera había sido derrotado en España por los belgas Bracke y David. No había sed de venganza contra su compatriota, más aún en un ciclista que de lo que estaba sediento es de gloria, de orgullo y leyenda. No hacía ni falta. Cuentan los antiguos que Merckx temía el asalto a su tercer Tour. La casualidad llevó a hacérselo pasar muy mal en Francia los años que el campeón de campeones no tomaba la salida en el Giro de Italia. Quién lo diría hoy día, época en la que los ciclistas agonizarían con la mera idea de tener que doblar Giro y Tour en la misma temporada. Ese experimento de reservar fuerzas para Francia le saldría bien porque el destino se retorcería a sí mismo para girar en piruetas sobre sí mismo y ponerle en bandeja un Tour de Francia que tenía absolutamente fuera del alcance de sus manos.

Luis Ocaña se retuerce en el Col de Mente © AS

Ganar en el Puy de Dôme es robarle a Merckx el amuleto de la eterna juventud. Y Ocaña lo hizo. Aquello comenzaría a mostrarnos el brillo de una estrella a la que le estaba comenzando a cambiar la voz. Los Alpes no fueron buenos para el belga, que sufrió en los 134 kilómetros de etapa con meta en Orcieres-Merlette la mayor humillación de su carrera. Nueve minutos de retraso con el nuevo maillot jaune: don Luis Ocaña Pernía. Ese día Ocaña se convirtió en Ocaña. Al día siguiente, Merckx retornó a ser Merckx. Una etapa de 200 kilómetros con meta en Marsella fue el escenario de un ataque y persecución brutal por equipos. Eddy, herido, clamaba venganza. Se llegó con tal adelanto a la segunda capital francesa que en meta no había aficionados, personal… ¡nadie! El enfado del alcalde fue tal que prometió que mientras viviese el Tour no regresaría a su ciudad. Dicho y hecho. Al año siguiente de fallecer, 1989 (si la memoria no me ha sido esquiva esta vez), la caravana del Tour regresó. Causalidades.

No consiguió el botín deseado, pero el aviso estaba dado por parte del rey que ahora se había convertido en un mero aspirante a la corona. Ocaña tenía ventaja, un estado de forma sideral y la sartén por el mango. Llegaban los Pirineos y el flamante maillot amarillo tenía la ilusión de pasar con él por el Valle de Arán, por las proximidades de Vielha, localidad en la que vivió su infancia. Un sueño que cualquier crío de aquella época hubiese conservado. Se quedó a menos de treinta kilómetros de logarlo. El Col de Mente, un puerto donde nunca jamás ha pasado nada relevante en los mil tránsitos del Tour por su cima, se hizo compinche de la mala suerte, una carretera empapada por los ríos de lluvia y un campeón herido. No hay nada más peligroso que un verdadero rey acorralado. El belga forzó la bajada y el conquense se salió en una curva, tocó suelo, chapa y pintura. El problema vino con los proyectiles que le fueron lanzados en forma de ciclistas. Como en la feria, tres oportunidades para alcanzar el peluche: Zoetemelk, Agostinho y López Carril. El español yacía seminconsciente con los operarios cercanos pidiendo el traslado en helicóptero. La escena tenía todo el dramatismo de los lienzos del Barroco español. Ocaña a casa, Merckx pasaría por Bossost (ya en España) como líder virtual del Tour. De nada serviría que Fuente ganase en Luchon tras escalar el retorcido Portillón.

Luis Ocaña en portada © Miroir du Cyclisme

En 1972 se vieron las caras en el Tour más caro de la historia por la abundante participación de grandes leyendas vivientes. Ocaña no tendría su mes de julio. Esperaría una mejor ocasión, que llegaría en 1973. Luis se obsesionó con Merckx, llamando incluso a su perro como el belga. Anécdotas que visten una edición del Tour en la que no coincidirían ambos contendientes. Ganar Giro y Vuelta ya fue demasiado para el gigante, que renunció a ser de la partida en el Tour. Quizá, de una forma nunca reconocida, quiso diseñar su temporada para cumplir su pacto con el destino y regalar al español la oportunidad de la foto que el destino le arrebató de forma injusta dos años atrás. El de Priego, por si acaso, se empeñó en derrotarle como anfitrión, pero el ‘Caníbal’ se iba a llevar uno de los pocos trofeos que le quedaban, el de la Vuelta a España. Seguro que no fue diseñado por Agatha Ruiz de la Prada, aún demasiado joven para llegar tan lejos.

Luis Ocaña eligió el nombre de la localidad de Gaillard para vestir el amarillo por primera vez en la edición de 1973. «Valiente», lo que él era, en la aproximación a unos Alpes en la que protagonizaría junto a su compatriota y enemigo José Manuel Fuente una etapa mítica con meta en Les Orres. Madeleine, Telegraphe, Galibier, Izoard, Les Orres. Merckx sólo clamaba temer a un ciclista más que a Ocaña. Ése era ‘Tarangu’. Escapados desde el primero o el segundo de ellos, ni siquiera la historia unifica criterios aquí. Una batalla de horas que resolvió el conquense ganando la etapa e imponiendo su reinado a espadazos. Ganó de nuevo en el Puy de Dôme y escribió una página de historia hermosa en el ciclismo español, relevando al siempre grandilocuente Federico Martín Bahamontes.

Los duelos directos se acabaron. Eso se pensaban, pero 2023 vuelve a poner el marcador a cero en un coeficiente que nadie maneja en la actualidad. El Tour de Francia homenajeó los cuarenta años de una etapa mítica que supuso el final de la ‘era Merckx’ con una llegada a Pra Loup, en los Alpes franceses. La etapa era incomparable, con muchos menos kilómetros y sólo respetando los dos últimos puertos: Allos y la subida final. Por supuesto, la relevancia del homenaje y de la etapa fue prácticamente inexistente. Ahora Luis Ocaña regresa con más fuerza que nunca para alimentar con el recuerdo de sus chepazos una edición que incluye una salida de etapa desde Mont-de-Marsan, la localidad en la que vivía, para celebrar una etapa intrascendente de la primera semana. Seguro que aducen como homenaje la llegada al Puy de Dôme, pero no cuela. Es una meta en la que la organización del Tour lleva un tiempo trabajando. Si hubiesen podido realizarla unos años antes, el homenaje hubiese sido a Julio Jiménez. O a Anquetil. O a Poulidor. Ventajismos.

Fue éste un duelo corto. Los hay que se prolongan más en el tiempo, si bien suele ser lo habitual, que las batallas de leyenda y épica den sensación de durar media vida cuando en realidad en un abrir y cerrar de ojos hay otros dos gladiadores luchando en la arena. Dos años muy intensos donde Luis Ocaña miró a los ojos al peor de los dragones y estuvo bien cerca de cazarlo y traerlo de vuelta como muestra de poderío. Dos años que debería enseñar a los ciclistas más jóvenes. Sobre cómo enfrentar una rivalidad, sobre no rendirse jamás y sobre las teorías sobreprotectoras que asolan el ciclismo con aquellos mantras de esperar, siempre esperar. El tiempo pasa, y el arroz también.

Escrito por Jorge Matesanz

Foto de portada: M. CECILIO

2 Respuestas

  1. Magnifico relato gracias
    Francisco

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