El día de su retirada profesional, Alberto decidió retroceder una posición en el Top-5 en la Vuelta a España. Este epílogo deportivo del corredor pinteño, si bien puede aparentar una falta de profesionalidad, lo que hace es resumir la filosofía del ciclista madrileño: mi único objetivo es ganar y el puestometrismo es algo ajeno a mi forma de ser.
Sin apenas tiempo para rumiar su apoteósica victoria en el Angliru, Alberto, al día siguiente, se da un baño de masas en la etapa pseudocompetitiva de Madrid. Una jornada que tradicionalmente echa el cierre a nuestra ronda nacional. En los kilómetros cubiertos a ritmo de neutralizada, circuló unos metros por delante del pelotón con saludos a su afición — salvo la fase inoportuna de la micción que desembocó en que tuviese que orinar en un bidón — y en la llegada decidió retrasarse unos metros para así saborear más sus últimas pedaladas en el profesionalismo
Esto le supuso un retraso de 7 segundos respecto del gran paquete, de modo que Wilco Kelderman le adelantó en la General y el ciclista neerlandés mandó a Alberto de la cuarta a la quinta plaza. Lo que para unos corredores o equipos llega a ser una cuestión de estado — la de veces que vemos a equipos a bloque para defender una octava plaza— para Contador era algo banal: hacer cuarto o quinto le resultaba totalmente indiferente.
Por mor de esta forma de entender el ciclismo, Alberto nos regaló uno de los mejores días de la historia de la Vuelta Ciclista a España: la etapa de Fuente Dé. Efeméride que en unos meses cumplirá un decenio.
Tras dar positivo por clembuterol en el Tour de Francia de 2010, Contador recibe una inhabilitación de dos años para la práctica de su deporte. El castigo es impuesto con 19 meses de demora pero, dado su carácter retroactivo, en vez de dejar al pinteño dos años en el dique seco sólo estará parado los meses que falten para completar los 24 totales y se le anularán todos los resultados cosechados en los 19 meses. En realidad el COI se curó en salud para que no estuviese en los Juegos Olímpicos de Londres de 2012, ya que la cita olímpica tuvo lugar cuanto ya había transcurrido un período superior a los dos años del positivo del madrileño en la Ronda Gala.
Esta situación lleva a Contador a arrancar la temporada 2012 en agosto — aunque realmente compitió en el mes de enero en San Luis — en un escenario no demasiado propicio para sus cualidades ciclistas: Eneco Tour. Pero había que acumular kilómetros aunque fuese sobre los adoquines del Kapelmuur, muro flamenco en el que Alberto sacó nota.
Únicamente con esa incursión por el Benelux en las piernas se presentaba en la salida de la Vuelta a España en una temporada 2012 en la que Purito Rodríguez alcanzó la forma de su vida. El ciclista catalán estuvo a punto de ganar ese año el Giro de Italia. Trascurridos unos meses, en un recorrido por tierras hispanas que fue una oda al cuestacabrismo, Purito le estaba pintando la cara al madrileño día sí día también. A su vez, Alejandro Valverde — durante más de un decenio un pata negra en esos finales— estaba también metido en la pelea de la General y estaba siendo partícipe del linchamiento diario a Contador en los finales patapum.
Alberto tiene el cuerpo más magullado (metafóricamente hablando) que el de Bruce Willis en el final de la Jungla de Cristal y cuando todo parecía que iba a terminar en una claudicación ante Joaquim, llegamos a una etapa en teoría intrascendente cara a la General: Santander-Fuente Dé. Contador, sin nada que perder, decide liarse la manta a la cabeza y pone patas arriba la carrera. Purito es presa del pánico y el pinteño, contra todo pronóstico, termina embutiéndose el maillot rojo, prenda que no abandonaría hasta el final de nuestra gran ronda nacional.
En realidad, la inmensa mayoría de las grandes jornadas de ciclismo de Alberto vinieron precedidas de una mala performance atlética y/o de una situación en la que la victoria en la General se le había puesto harto complicada. Así aconteció en numerosas ocasiones como la etapa de Alpe d´huez del Tour 2011 — Aquí no pudo conseguir la victoria pero deparó una etapa épica—, la de la Vuelta a España 2016 en Formigal — sin rédito personal pero clave en la victoria final de Nairo Quintana— y sobre todo en la carrera en que más veces presenciamos a un Contador ultra agresivo: París-Niza y en particular su etapa con cierre en el Paseo de los Ingleses.
Sólo en la edición de 2007 de esta carrera francesa pudo dar la vuelta a la tortilla — en 2010 se impuso sin sobresaltos en París-Niza— y así anotarse la Carrera hacia el Sol gracias a una cabalgada en una jornada en la que portó el maillot blanco. En los casos restantes de ataque a la desesperada en el epílogo de París-Niza todo quedó en hacer soñar a su legión de fans con la victoria.
Lo de los jerséis blancos es algo digno de estudio en Contador —no sabe uno si influenciado por sus sentimientos merengones— porque en la mayoría de sus jornadas épicas portó un maillot blanco; ya fuera éste como identificativo del mejor joven, de la combinada o el propio de Saxo Bank de la temporada 2011. Como curiosidad el día de su retirada también portó una prenda blanca: la combinada, cedida por Froome.
Por desgracia, esta mentalidad antipuestometrista es una rara avis en el ciclismo actual y cuando se retire Nibali nos vamos a quedar casi huérfanos de este tipo de corredores.
Ciclista pinteño al que se añora pese a sus defectos: todo lo exasperante que era Contador con sus excusas para la derrota o curas anticipadas de salud ante un previsible fracaso, contrastó con su gen ganador e inconformista que nos deparó gran parte de las jornadas épicas ciclistas de la segunda década del siglo XXI.
Escrito por: Miguel González (@gzlz11)
Foto: Sirotti