30 de septiembre. El durísimo Mundial de Innsbruck, donde se iba a jugar la suerte de las medallas este año, iba a tener lugar. Se hablaba de ella como la última oportunidad para Alejandro Valverde de alzarse con el triunfo. Y era verdad. Un circuito repleto de dureza y con un último muro que iba a seleccionar muy mucho el grupo de posibles triunfadores. Los favoritos sabían que en la última vuelta se iba a jugar el arco iris y sus equipos lo sabían. Toda táctica dispuesta sobre el tapete ese día fue pensando en dejar hombres puente para realizar trabajo para sus líderes más adelante.
El equipo de Francia puso un ritmo infernal en el tramo decisivo. Varios hombres en cabeza de pelotón buscaban el título de Julian Alaphilippe con tanto ahínco que reventaron al astro galo, que cedía en el muro final. Tras varios movimientos y escarceos de los más fuertes ese día, coronaron en cabeza los ciclistas que se jugarían las medallas y el orden de las mismas: Michael Woods (Canadá), Romain Bardet (Francia) y Alejandro Valverde (España).
Todos ellos tenían fe en su recta final. Al mismo tiempo que buscaban ataques en el descenso, querían que el ritmo no parase en exceso porque ese corte les aseguraba medalla. Valverde afilaba el cuchillo y los demás de un modo u otro sabían que tendrían que jugarse al sprint la posibilidad de ganar o no el Mundial. Una victoria que vale por una carrera entera. Poco a poco fue recortando distancias el holandés Tom Dumoulin, que había cedido ante los explosivos cambios de ritmo de sus rivales y en el descenso fue dando alcance a la cabeza de carrera. El esfuerzo fue tal que llegó con poco aliento. En la recta final se esperaba que fuese él quien buscase el desconcierto y el auto marcaje entre sus rivales. Pero no fue así. Hubo un amago bajo el triángulo rojo, pero fue secado por la mirada del murciano, que ese día no iba a dejarse arrebatar su sueño.
En recta final fue el propio Valverde quien lanzó la llegada desde muy lejos para lo que suele ser habitual. Parecía que Woods, que tomó muy bien su rueda, iba a tener capacidad para la remontada en el último golpe de riñón, pero no sería así. Bardet incluso adelantaría al canadiense y se haría con la plata. Valverde entró en meta pletórico, en lo que fue su mejor día sobre la bicicleta y los llantos desconsolados junto a su masajista fueron compartidos por todos los aficionados, que deseaban ver un triunfo tan merecido como el del ‘Bala’.
El hombre récord de los Mundiales que no tenía su metal de oro y que ahora sí lo iba a degustar y disfrutar durante un año. El campeón del mundo que pondría así un broche magnífico a su palmarés y que fue aplaudido por todos sus rivales de forma unánime. Un ciclista capaz de lograr una gran vuelta, de pisar todos sus podios, de conseguir clásicas, vueltas de una semana y ahora, por fin, proclamarse campeón del mundo. Un día que difícilmente el murciano iba a poder olvidar y que iba a dar comienzo a una serie de homenajes que han durado ya hasta el final de su carrera.
Historia del ciclismo en general e historia del ciclismo español en particular. Un día que pasó a los anales y a los libros y que dentro de varias décadas se recordará como la guinda a la carrera y el palmarés de un ciclista único y excepcional.
Escrito por Lucrecio Sánchez
Foto: Granada / Wikimedia Commons