El italiano, nacido en 1955, saltó a la fama por ser nombrado director del Giro de Italia entre 2004 y 2011, una época, además, donde la corsa rosa no vivía uno de sus mejores momentos. El dominio italiano y la falta de estrellas extranjeras que les plantaran cara hacía de la italiana una carrera con más trascendencia nacional que internacional, algo que Angelo, natural de Lombardía, intentó revertir de forma inteligente.
Con él comenzó la leyenda de “carrera más dura del mundo”, un lema que fue su modus operandi, donde inteligentemente decidió dar más protagonismo a sus grandes puertos que a las estrellas que casi nunca aparecían por la carrera. De esa forma pudimos comenzar a disfrutar de mitos como el Colle della Finestre o la versión más bruta del Zoncolan, entre muchos otros. Las etapas se recrudecieron, dando un giro de tuerca más a lo que ya de por sí se venía haciendo, convirtiéndose, efectivamente, en la carrera más dura del calendario.
Montañas imposibles, sterrato, una de las grandes apuestas de Zomegnan, carreteras que estarían vetadas en las otras dos grandes, apuestas arriesgadas que le salían bien por lo general: la fortuna acompaña a los audaces. El mensaje era claro. La carrera es así y pese a que esa dureza extrema, ese fondo extremo requerido, esa filosofía de dar valor absoluto a la épica, de preferir hombres a nombres, perjudicase la participación y, a la postre, la presencia en medios de todo el mundo, como aficionado del ciclismo fue una delicia vivirlo.
¿Quién no recuerda etapas como las de Gardeccia con las batallas entre Garzelli y Mikel Nieve o Contador y Nibali o la primera vez que se ascendió Finestre con Simoni, Savoldelli y compañía poniendo la carrera al rojo vivo? ¿O al favoritísimo Ivan Basso perdiendo una minutada en el Stelvio? Tal es así que la ‘mortirolodependencia’ pasó a mejor vida. ¿Quién corría el Giro? Gavia, Stelvio, Sestrieres… Esa épica implantada hacía que alguno de los grandes diese con sus huesos tarde o temprano en Italia. Desde un enamorado del ataque como Alberto Contador a la más polémica participación de Lance Armstrong en el Giro del centenario (2009). Esa misma temporada dos de los mejores vueltómanos del momento como eran Dennis Menchov y Carlos Sastre, ganador del Tour en ejercicio, tomaron la salida y fueron protagonistas de la carrera.
Si algo hay que agradecerle a Zomegnan además de la valentía y el riesgo, ha sido la apuesta por una superficie que el Giro ha sabido explotar como nadie que es el sterrato. Finestre abrió la veda en 2005 y desde entonces rara ha sido la edición que no ha incluido al menos un tramo. Una apuesta que sólo salió mal en una ocasión, con la negativa por parte de los equipos y la UCI de ascender el mítico sin ascenderse Monte Crostis. Una auténtica pasada de puerto en el ascenso y diabólico en el descenso, con una zona de cresteo en tierra que helaba la sangre. La colocación de protecciones no sirvió y finalmente se tuvo que modificar aquella etapa sobre la marcha.
Otro espectáculo vivido con pasión fue el de Montalcino, meta de nuevo en el Giro de Italia en 2021, diez años después. La tierra y el agua combinaron sus fuerzas con los ciclistas top de aquella edición (Evans, Vinokourov, Basso, Nibali…) para regalar un espectáculo magnífico. Las caras en la línea de meta recordaban a las mejores ediciones de la París-Roubaix, con barro en la mirada.
Es más, Zomegnan fue uno de los impulsores de la Strade Bianche como carrera profesional. Un hito más en la trayectoria de una persona que apostó fuerte por un ciclismo que se estaba perdiendo en favor del tedio y la monotonía. Con sus defectos, nos brindó espectáculos que todo aficionado al ciclismo jamás olvidará.
Escrito por: Jorge Matesanz @jorge_matesanz
Foto: Sirotti