¿Quién no conoce esta subida? Desde el año 1999 ha sido uno de los días más crueles de la temporada ciclista, con auténticos escaladores sufriendo cual globeros en sus rampas. El flujo de cicloturistas ha sido constante y ha ido en aumento en busca de uno de los mayores retos posibles en la Península Ibérica. Esas rampas no son difíciles de encontrar, pero esa continuidad, con seis kilómetros que son un auténtico muro, hace del Angliru un destino único para ponerse a prueba.
El entorno ayuda, con un paisaje espectacular, siendo un mirador privilegiado sobre todo el valle y gran parte del Principado. El mar se otea en días claros, aunque como la velocidad es tan baja y el esfuerzo tan grande, es difícil prestarle atención salvo que paremos a disfrutarlo en alguna curva. Parar sí que es un reto, porque volver a arrancar en tales pendientes es casi un imposible para muchos.
Existen dos accesos asfaltados hasta Viapará, donde comienza lo realmente difícil de este infierno. Desde Morcín sube una carretera estrecha que alterna descansos con rampas de gran dureza. La clásica, que sube desde Riosa, tiene una pendiente más constante, pero algo más leve. En total el puerto acumula unos 1300 metros de desnivel en apenas 12 kilómetros, cifras que sólo los grandes colosos europeos pueden ofrecer. El Mortirolo, con quien nació enemistado, está en la actualidad hermanado a esta montaña, aunque sean subidas de completamente distinta morfología.
La zona permite una ruta rica en metros de desnivel, con proximidad de otras subidas eternas como el Gamoniteiro, el Cordal y la Cobertoria por el sur. Por el norte está Campa Dosango y Tenebredo, que dan acceso al valle posterior y a colosos como Cruz de Linares, Marabio, San Lorenzo, Ventana… una ubicación privilegiada para disfrutar de la bicicleta.
Altimetría por Riosa
Altimetría por Santa Eulalia
Escrito por Lucrecio Sánchez (@Lucre_Sanchez)
Fotos: Pedro M. Labrada
El haber subido una vez, de las cinco intentonas, al Angliru es una de las mayores alegrias que me ha proporcionado la bicicleta. Nunca se me olvidará que ese día las nubes cubrian los últimos 200 metros de la Cueña les Cabres y gracias a que no se veía en toda su magnitud ese muro, hizo que pudiese remontarlo.