Historia

Armstrong renaciendo de sus cenizas en Sestrières (Tour 1999)

Tras su regreso a la alta competición, muchas cosas cambiaron tanto en la vida personal, como deportiva de Lance Armstrong. A finales de 1998, su director Johan Bruyneel, una vez evaluado los resultados de la temporada, le convenció de que preparase a conciencia el Tour de Francia del año siguiente.

Pese a mostrarse algo reacio, el corredor de Austin siguió los consejos de su jefe, y llegó a la competición europea a escasas semanas del inicio de su objetivo número uno. Una notable actuación en la Dauphiné Liberé – banco de pruebas de muchos de los aspirantes a vencer en la Grande Boucle -, precedió a la carrera francesa, en la que se presentó sin hacer mucho ruido, y con poca presencia en las apuestas.

Sin embargo, desde las primeras jornadas, trató de convencer a los aficionados que éste Armstrong, era un nuevo corredor, y que estaba preparado para atajar empresas de ese tamaño y más. Desde el primer día en el prólogo, sorprendió con una victoria que rompió los pronósticos de prensa y afición. Una semana más tarde, en la primera contrarreloj denominada como tal, y disputada en Metz, volvió a sorprender a propios y extraños, venciendo por delante de Alex Zulle, y doblando a Abraham Olano en una exhibición para recordar. En ese instante muchas de las dudas respecto a su rendimiento se fueron disipando, el americano había doblado a uno de los mejores contrarrelojistas del pelotón internacional, y parecía dispuesto a pelear el maillot amarillo hasta París, pero todavía quedaba una incógnita por superar. La montaña siempre había sido su talón de Aquiles, y los más escrupulosos mostraban su recelo respecto a como iba a responder en colosos como el Galibier o Alpe D´Huez. ¿Sería capaz de mantener el tipo con los mejores en un terreno en el que no había destacado nunca?

La incertidumbre, iba a durar poco en la mente de los más incrédulos. El día siguiente a la contrarreloj, la carrera entró en zona alpina con una etapa que en la segunda parte de su recorrido tenía los puertos del Col du Galibier, Montgenevre y final en Sestrières.

La jornada discurrió bajo un intenso aguacero, que se agudizó en el Col du Galibier. El grupo de favoritos comandado por el compañero de equipo y amigo del propio Armstrong, Kevin Livingston, pasó por el alto de la montaña en conjunto, y sin ningún valiente con los suficientes arrestos para repetir la hazaña realizada por Pantani un año atrás. Zulle, Gotti o Fernando Escartín eran tres de los acompañantes en ese grupo selecto, y serían tres de los corredores que quedarían con el líder de la carrera a pie de Sestrieres. Mejor dicho, con Gotti unos metros adelantados, ya que tras el diluvio universal que arreció a los corredores en el descenso del puerto de Montgenevre, el italiano arriesgó más que sus compañeros, y comenzó la última ascensión con pocos segundos de ventaja.

Para Lance Armstrong, lo peor ya había pasado. El Galibier era una prueba de fuego importante, ya que, si en 30 kilómetros de ascensión no había flaqueado, era difícil prever que lo hiciera en uno de escasos 10 kilómetros y pendientes más tendidas. No obstante, a medida que avanza la carrera, los organismos de los corredores se van resintiendo, se empieza a notar la fatiga en los corredores y es cuando hasta el más mínimo repecho parece un obstáculo insalvable. A esa esperanza se aferraban sus rivales para dar emoción a la carrera, y para empezar a desequilibrar la balanza a su favor. Pero ni con esas.

Con Gotti unos metros por delante, fue el propio Lance Armstrong el que tomó las riendas entre los favoritos. Ambicioso, con ganas de demostrar que era el más fuerte de la carrera no solo contra el crono, y con el deseo de dejar en el olvido un pasado del que aprendió a sufrir y luchar por la vida, atacó a sus oponentes para sorpresa de todos. De amarillo y al ataque. Valentía le sobraba, y de fuerzas tampoco andaba demasiado justo. A tenor de lo visto en la subida, sus rivales comenzaron a decir adiós a las pequeñas opciones de victoria, si es que les quedaba alguna.

Lance Armstrong sacó su molinillo a relucir y superó a Gotti. Fue distanciando a su rival más duro, Alex Zulle, poco a poco, y al resto con más facilidad. Bajo la lluvia, que había disminuido en su intensidad y con la gorra de US Postal por bandera, el tejano incrementó su ritmo de pedalada a una cadencia tan ágil que resultaba tremendamente llamativa. Subió a un ritmo infernal en la oscurecida tarde de julio, y cuando llegó a la recta final vio el final a un largo túnel del que hace tres años no sabía si iba a salir. Levantó los brazos en señal de victoria, cerró los ojos, y se transportó a un lugar mágico. Un lugar en el que su vida no estaba bajo amenaza de muerte, un lugar donde los más bellos sueños se cumplían a base de trabajo y esfuerzo. Un paraíso en el que no brillaba el sol, ni tenía todos los lujos para disfrutar. Pero eso, era secundario.

En ese momento comprendió que una etapa de su vida había terminado. La perseverancia y el dolor pasados no habían sido en vano, y habían dado sus frutos. Los sueños rotos volvían a fusionarse, y otros con más brío aparecían en el horizonte del lejano oeste. Unos años después de su lucha contra el cáncer, la vida le volvía a dar una nueva oportunidad para ser alguien en este paraíso, y él no estaba dispuesto a desaprovecharla.

Escrito por Federico Iglesia

Foto: Sirotti

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