Exprimir hasta el último aliento sus músculos. Llegar a la línea de meta vacío, más allá de sus límites físicos. Esos son los dos grandes pecados de Bauke Mollema, ese corredor retorcido, rebuscando gramos de energía en cada rincón de su cuerpo para rodar lo más deprisa posible. Con el tiempo, supo reconvertir su regularidad en pegada, transformar sus cualidades.
Esa capacidad notable para estar en el sitio adecuado y en el momento adecuado le empujaba a firmar buenas generales, pero en pruebas de un día o resoluciones de etapa, sabe que esa cualidad le hará estar allí, en ese momento, junto con otros ciclistas de menos nombre, con menos experiencia o con más cartel actual. Un ataque inesperado que el joven dejará al veterano y el veterano dejará al joven y a sufrir a tope hasta la meta. Esos esfuerzos son los que gustan, los que se disfrutan.
Cuando Bauke se presentó en sociedad con Rabobank, los futurólogos auguraban un nuevo canibalismo encarnado al otro lado de la frontera entre Bélgica y la todavía Holanda. Esos nombres que asustan, que resuenan bien para otros idiomas y que sólo la costumbre neerlandesa de quedarse en papel mojado.

En lo que a líderes de grandes vueltas se refiere nos hacía sospechar que al igual que Gesink (antes) o Kruijswijk (después), Mollema iba a quedarse en un muy buen corredor que se daría cuenta de que su escopeta estaba cargada, que tenía munición y motor para ser más que una rémora para el resto de favoritos. Una vez transferidos los papeles, el ciclista asentado en Trek Segafredo se ha convertido en uno de los ciclistas más valorados del pelotón. Porque ya no consistía en buscar estar ahí, sino la victoria, la gloria, el dejar se ser uno más para ser el único, y eso gusta más.
Todos los años de Rabobank pensando que se convertiría en lo que se conoce como un ‘one club man’ y debido a la inestabilidad del patrocinador y sin saber muy bien si las tormentas trajeron decisiones o las decisiones las tormentas, Bauke se dejó seducir por un proyecto que hoy sigue vigente y que le permite ser un culo de buen asiento, un ciclista que ya que no puede ser de un solo club, va a intentar serlo de dos. En Trek está como en casa, con ciclistas de todos los lados, con un staff estable y con el que lleva trabajando todos estos años.
Desde 2015 está en el conjunto norteamericano el ciclista de Groningen. Junto a ellos ha logrado dos clásicas de prestigio como son la Clásica de San Sebastián y el siempre prestigioso Giro de Lombardía. Sus dos etapas en el Tour vienen de ahí, de ese ‘let go’ de manual, un olvido de sus responsabilidades de acabar en un discreto top ten del que nadie se acordaría para aprovechar esas buenas piernas para ser top ten y llevarse a su terreno las luchas por la victoria, aunque sea parcial.

En esta última etapa de su carrera (nació en 1986) está disfrutando mucho más, se le ve siempre sonriente y el público ya le ha tachado de esa lista de chuparruedas en la que estaba abonado a la parte alta. Ahora es un Mollema bien distinto. No porque anteriormente no fuese una persona ciertamente alegre y sonriente, sino porque la concentración y los roles que tenía que asumir iban por otros derroteros en comparación con lo que él podía dar.
No es un ciclista para ganar generales, pero sí tiene motor para estar cerca, carbura perfecto en los días de gran fondo y tiene un olfato que ya le gustaría a los considerados sabuesos de las clásicas. Ahora se le considera un ‘all rounder’, de esos corredores que se leen en una startlist y se les tiene en cuenta para todo. Lo mejor es que Bauke ya sabe hacerlo, se deja caer en las generales, deja que pasen los días, la gente se olvide de él y… ¡zas! Ahí está. Si no es para ganar, cerca.
Lo que está más que claro es que el neerlandés ha formado parte de una generación excepcional que de haber vivido cualquier otra etapa de la historia ciclista hubiese crecido junta y también envejecido. Un equipo como aquel Rabobank que durante tantos años ha permanecido como la fuente de talentos inagotable de un país tan volcado con el mundo del ciclismo. Tom Dumoulin ha sido la excepción por seguir otro camino hacia el éxito, pero terminó por fichar por el equipo de casa más tarde que temprano, el Jumbo, que vienen a ser en parte los herederos de todo aquello que el conjunto bancario consolidó.

A Mollema le pasó que en ese 2014 cuando abandonó el barco, la estructura holandesa encontraría por fin la estabilidad que le iría devolviendo poco a poco a la cumbre del ciclismo. Hoy día son la auténtica referencia. Trek vive un papel más modesto, más centrado en encontrar oportunidades que en tener la responsabilidad y obligación de rentabilizarlas.
Bauke Mollema llegará en su conjunto actual a los 40 años. Tiene firmado su contrato hasta 2026. Con 18 victorias de muy buena calidad, 19 grandes vueltas terminadas de 21 en las que tomó la salida. Doce ediciones del Tour de Francia a las espaldas y el prestigio de ser uno de los más veteranos y afamados del pelotón. Una fama que ha tenido que ver con el cambio de mentalidad y ese viaje del conformismo a la aventura. Todo para seguir manteniendo verde a uno de los últimos tulipanes del jardín, con buenas raíces y colores más vivos que nunca.
Escrito por Jorge Matesanz
Foto de portada: Olvier Chabe / A.S.O.