El carácter del de Yffiniac era tal que, lejos de compañerismos más o menos hipócritas, metía presión a sus contrincantes con sus declaraciones. El día 7 de octubre de 1978, además del Giro de Lombardía, Moser e Hinault se disputaban el Super Prestige Pernod, la prueba que demostraba la regularidad internacional a lo largo de la temporada. Para vencer en este Super Prestige Pernod, a Hinault le bastaba con quedar en cualquier puesto inmediatamente posterior al del italiano. Y así, en los días previos, Hinault manifestaba a la prensa: “Yo estaré pegado a su rueda. Si él ataca, yo le sigo. Si él se detiene a atarse los zapatos, yo me pararé también”. La victoria para el bretón esta vez no llegó. El sueco Johansson se interpuso e hizo segundo. Moser ganaba Lombardía, y con Hinault tercero, el transalpino se imponía también en el Super Prestige Pernod. Pese a la derrota, el carácter del bretón se volvía a manifestar, cuando, una vez bajado de la bicicleta, acusaba a los italianos en general de realizar maniobras ilícitas para propiciar su derrota.
Dos años más tarde, el 13 abril de 1980, el campeón galo tomaba la salida en la Paris-Roubaix. Moser se va por delante y sólo Duclos Lasalle y Thurau hacen alguna tentativa de oponerse al campeón italiano. Por su parte, Hinault sufre pinchazos en persecuciones vanas para enlazar con Willems y Peeters. Está asqueado y denuesta a Jacques Goddet: “No me vuelven a pillar. Es la última vez que yo vengo aquí”. Una vez que se ha bajado de su montura, todavía no está calmado: “Verdaderamente, ésta no es una carrera que mi inspire. La palabra “carrera” es demasiado fuerte para denominar a esto. Es una mezcla de ciclismo y ciclocrós. En una palabra, esta carrera es una tontería “.
Es el 20 de abril de 1.980 e Hinault toma la salida en la Lieja-Bastogne-Lieja. Lo sucedido aquel día es ya bastante conocido y por eso no nos centraremos mucho en ello. A través de unas carreteras y bosques nevados, el bretón protagonizó una fantástica cabalgada en solitario de 85 kilómetros y aventajó al segundo clasificado, el holandés Hennie Kuiper, en 9 minutos y 24 segundos. Bajo la nevada, Hinault estuvo a punto de bajarse de la bici, cosa que hicieron la mayoría de corredores aquel intempestivo día en el que sólo veinte llegaron a meta. En esos momentos de duda, Guimard se le acercó y le aconsejó que llegase por lo menos hasta el avituallamiento. El bretón se encontró por esos lares con uno de sus gregarios, Le Guilloux, y este hecho debió llegar directamente al centro de su orgullo. Si un gregario continuaba en carrera, ¿cómo no iba a continuar él? Si los demás no abandonaban, ¿por qué iba a abandonar él? Atacó en Haute-Levée y protagonizó esa histórica cabalgada. “La classe et le panache du champion”.
Otro episodio también muy conocido es su actuación en el Mundial de Ruta de Sallanches. Tras su abandono en el Tour de 1.980, la afición, la prensa, algunos de sus rivales…dudaron ya acerca de su recuperación. Le Blaireau les respondió sobre el asfalto de la forma ya harto sabida, por lo que tampoco nos extenderemos más.
Pero a veces, ese mismo carácter que le condujo a sonados triunfos, le llevó también a protagonizar episodios poco edificantes. Son sucesos más desconocidos, cuya única explicación es que al bretón “no le dio la gana” de hacer más, por decirlo de forma suave. Uno de ellos tuvo lugar el 18 de marzo de 1981, durante la disputa de la Tirreno-Adriático. En una jornada de frío y lluvia, la carrera atraviesa los Abruzzos. Saronni abandona rápidamente pensando ya en la muy próxima Milan-San Remo. Los Zoetemelk, Peeters, Knetemann e Hinault no abandonan, pero “pasan” absolutamente de la carrera. Hinault, enfundado en un chubasquero, junto a un grupo muy grande de ciclistas con la mayoría de los favoritos, rueda a una velocidad muy poco profesional. La victoria en la meta de Nereto se la adjudica el italiano Ranieri Gradi. El pelotón de Hinault llega ¡treinta y dos minutos más tarde! Están fuera de control. El organizador se niega a pagarles el hotel esa noche…
No le fueron muy bien las cosas al bretón esa semana por la península italiana. Si el año pasado Hinault ya había arremetido contra la Paris-Roubaix, ahora le iba a tocar el turno a la Milan-San Remo. Tres días más tarde de lo sucedido en la Tirreno se disputaba la “Clasiccisima”. Esta vez sí, Hinault rueda motivado en las primeras posiciones del pelotón cerca ya de la ascensión al Poggio. “De repente, me he encontrado en el suelo, en un estruendo de bicis que se entrechocaban. De la manera que van las cosas, en la salida del año que viene en Milan seremos cuatrocientos corredores. Esto es como jugar a la lotería…”. Esas fueron sus declaraciones tras sufrir una caída.
A pesar de sus afirmaciones del año anterior, Hinault, en 1981, ataviado con el maillot arco iris, se plantaba nuevamente en la salida de la Paris-Roubaix. Y tras tres caídas y dos pinchazos, se alzaba con la victoria en el velódromo de la ciudad textil. No pareció que el bretón disfrutase en ningún momento de la experiencia. Corrió como una obligación sobrevenida. Pensando en otros más que en sí mismo. Para acallar bocas. Cada vez que se cayó o pinchó, Hinault se esforzó en capturar de nuevo a la cabeza de carrera. En esa aparente facilidad con que volvía a conectar, Hinault demostraba su aplastante superioridad sobre sus rivales; pero a la vez denotaba no estar en su hábitat natural. En la meta, el bretón se imponía a De Vlaeminck y Moser. Había cubierto el expediente. Nadie le podría ya reprochar nada. Louison Bobet, ganador entre otras cosas de la Paris-Roubaix de 1956, siguió esta jornada a invitación de “Le Parisien” y de “L’Equipe”. Estas eran sus palabras acerca de cómo había visto a Hinault sobre el pavé: “Yo le creía poco inspirado para esta carrera. Pero Hinault tiene mucho carácter. Le he observado mucho a lo largo de la jornada, pero la imagen que yo podría guardar de él sería la de un corredor desengañado que hipaba y maldecía, perdido como estaba en esos momentos entre dos pelotones. En ese preciso momento yo creía que iba a renunciar. Pero he mirado la aguja del velocímetro y he comprendido que él iba realmente muy rápido”.
Continuará…
Escrito por: Raúl Ansó Arrobarren (@ranbarren)
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