Es curioso cómo en plena Meseta castellana se encuentra un lugar que el primer recuerdo que te aporta es a Bélgica y Holanda, cuna de los traslados bucólicos en bicicleta de ciudad a ciudad, de extremo a extremo del país. Un auténtico paraíso del pedal que se traslada a Castilla y León a través del Canal de Castilla, una suerte de camino adecentado para el tratamiento del propio canal, que da servicio al regadío de todas las comarcas que atraviesa y que fue concebido como una arcaica y faraónica idea de tener conexión marítima con el mar de Santander.
Sea como fuere, en las provincias de Valladolid y Palencia emerge un oasis en mitad de las llanuras interminables que apenas permiten al horizonte doblar para desaparecer al final del alcance de nuestra vista. Desde la dársena de Medina de Rioseco hasta bien avanzada la provincia de Palencia y su románico, la bicicleta puede ser el hilo conductor que nos traslade entre los pocos árboles que dan cobijo en verano ante tanto sol y protección y comprensión durante el resto de estaciones por el fuerte viento que suele soplar. No es raro que los caminos de vuelta se hagan mucho más difíciles que los de ida. Por ello, conviene calcular el retorno y guardar balas para defenderse del ataque voraz de Eolo.
Sin grandes subidas ni desniveles, se trata de disfrutar de los diversos tramos que acompañan el discurrir del agua entre parajes entre el atractivo verde y el agreste de algunas conexiones entre tramos. De hecho, es lo que más se puede reprochar a las autoridades, que teniendo este filón para atraer turismo deportivo no mejoren la viabilidad y la continuidad para recorrerlo en bicicleta. Combinando ciertos tramos de carretera se puede realizar el trayecto completo, pero para ello conviene preparárselo muy bien o conocerlo perfectamente tras ensayo / error. En ambos casos, no será la señalización ni las facilidades lo que nos haga disfrutar.
Más para MTB que para carretera, por la falta de limpieza y acondicionamiento de algunos tramos, los caminos y sirgas que nos trasladan de punta a punta de la meseta están en buen estado. Está prohibida la circulación de vehículos a motor, por lo que salvo algún caminante o compañero del pedal, poca gente encontraremos en nuestro tránsito. Ese puede ser otro de los aspectos a tener en cuenta, para aprovisionarse y tener el teléfono cargado de batería. Nunca se sabe qué imprevistos pueden surgir, como un pinchazo, un desfallecimiento o una caída al canal (no es descabellado) debido a los fuertes vientos.
En su tiempo se realizó una marcha que tenía como leitmotiv el canal, aunque por desgracia aquel proyecto durmió demasiado pronto. Es muy entretenido pararse a observar las esclusas que permiten el paso del agua de una forma controlada y nivelada. Varias de ellas permiten saltos de la misma que interrumpen levemente el soplar del viento y arrastre de hojas secas o el propio machacar de nuestros tubulares sobre pequeñas ramas. Soledad, silencio, pequeños sonidos que acompañan un esfuerzo que si no hay viento no debería ser excesivo.
Sí que se abrirán ante nuestros ojos caminos que nos conducen al horizonte perdidos entre maizales y campos de cultivo. Explorarlos puede estar bien, siempre que la orientación y, de nuevo, el cálculo de fuerzas nos permitan regresar al punto de origen. Comida, agua y protección a las condiciones climatológicas es siempre buena idea, puesto que pasamos por pueblos pequeños, muy dispersos, donde nos es fácil encontrar soluciones más allá de las que nosotros traigamos de serie.
A disfrutar de esta ruta de dificultad baja y que hará las delicias de quien quiera simplemente descubrir un paraje desconocido y lleno de encanto.
Escrito por Lucrecio Sánchez (@Lucre_Sanchez) y Jorge Matesanz
Fotos: Jorge Matesanz (@jorge_matesanz)