¿Quién no recuerda ese día? ¿Quién no tiene el pensamiento de dónde o cómo vio aquella etapa? El Angliru (entonces llamada La Gamonal) fue la cita más esperada con una etapa desde tiempos muy lejanos. Los más viejos del lugar lo compararon al primer ascenso a los Lagos de Covadonga en 1983. Asturias llenó de gente las cunetas pese al día desapacible que se vivía aquel domingo 12 de septiembre de 1999. En casa, mucha expectación por ver por fin en televisión aquellas rampas imposibles jamás atravesadas por el ciclismo profesional. Cuando durante el invierno habían presentado la subida en breves videos protagonizados por aficionados o lugareños parecía que tras aquellas rampas se acababa el mundo. Eso debieron pensar los ciclistas participantes en aquella edición de la Vuelta a España, cuyos mecánicos montaron desarrollos más típicos del MTB que del ciclismo de carretera. Rampas que fuera de alguna clásica y de forma breve aún no estaba en el repertorio de llegadas en alto de las grandes vueltas.
León dio la salida a unos ases del pedal que no tenían muy claro qué se iban a encontrar. Sólo unos pocos se habían acercado a verlo. Otros se guiaban por referencias de esos que habían subido. Los directores imaginaban los perfiles con la exactitud que existe hoy en día pero que no era tan fiable en aquel momento. Lo incierto llevó a la precaución máxima, a cuidar cada detalle con el apellido de ‘por si acaso’ delante. Lo lógico era que los contrarrelojistas temieran esta ascensión. Y era así. Lo más curioso del caso es que los propios escaladores no tenían todas consigo ante esta prueba de fuego.
La etapa contenía dos partes bien diferenciadas: unos primeros 80 kilómetros llanos donde lo más duro era atravesar las proximidades de los embalses de Luna con repechos interesantes para formar una fuga de calidad. Y se hizo, bastante numerosa. A partir de ahí, el sálvese quien pueda. Puerto Ventana, ignorado por su vertiente asturiana sin entender muy bien por qué, se coronaba por su lado leonés. Sin dificultad en la subida, iba a revestir un gran riesgo en la bajada, con la niebla empezando a hacer de las suyas y el ligero mojar de la condensación que ponía el asfalto en forma de pista de patinaje. Una vez se llegó al valle comenzó otra guerra, la que consistía en llevar a los líderes en buena posición y mientras tanto evitar las caídas del puerto de la Cobertoria.
Todos recuerdan lo que pasó en 1993 con Zulle y Rominger, el duelo suizo que acabó decidiéndose en favor del segundo por caída del primero. La lluvia, el trazado, el malísimo asfalto que existía entonces, con poquísimo drenaje y charcos constantes que hacían perder el control de la bicicleta junto con el añadido de la gran pendiente y la velocidad que se alcanzaba debido a ella. Pocos cócteles más contrarios a conservar la calma en el gran grupo. En ese momento la televisión cortó la emisión. El avión tenía que ir a repostaje y el tristemente desaparecido Pedro González, detrás de ese intenso bigote, explicaba que debido a las malas condiciones climatológicas que estaban aconteciendo en su Asturias natal los helicópteros apenas podían volar.

La subida a Cobertoria transcurrió sin grandes sobresaltos entre los mejores. Paolo Bettini se batía entre los escaladores de la cima en plena escapada. Los duros porcentajes de subida hacían daño. En la bajada se hacía coincidir una tormenta terrible y el paso de los ciclistas. Caídas de medio pelotón. Escartín se fue por debajo del guarda rail y terminó en el hospital. Luttemberger, también. Rubiera, que esperó a su jefe de filas, arrancó de nuevo y fue remontando a ciclistas caídos. Igor González de Galdeano destrozó su casco y fue recuperando posiciones en la subida final, acabando entre los diez mejores en la etapa. El pelotón se componía únicamente de un ramillete de elegidos y algún que otro gregario de lujo.
Conecta de nuevo la televisión y llega la subida al Cordal, donde Banesto comienza a poner ritmo. Kelme también asoma, intentando recuperarse del golpe moral que había supuesto la bajada de Fernando, su líder. El aragonés venía de ser tercero en el podio del Tour de Francia y se confirmado como uno de los grandes candidatos a ganar la Vuelta y, además, con la fama y aura de ser capaz para asaltar una gran vuelta con opciones. Una subida que fue seleccionando aún más. La bajada vio algo inaudito, que pocas veces se ve en ciclismo. El líder, Abraham Olano, se cae por un terraplén y es ayudado entre cortes de cámara a salir para continuar en carrera. Sus compañeros le esperaron para reintegrarle al gran grupo antes de empezar lo duro del Angliru. Rubiera tiraba con todas sus fuerzas hasta pasar el primer tramo y alcanzar el rellano de Viapará.
Pero había partido Tonkov, el ruso de Las Rozas, que se dirigía como una flecha a inaugurar la cima asturiana. La niebla hacía que los favoritos hubiesen perdido de vista al ciclista de Mapei, que conseguiría así su tercer triunfo en el Principado tras coronar en solitario Lagos de Covadonga y Brañillín-Pajares sólo dos años antes. Cazó a Ruslan Ivanov, primer ciclista que pisó con su bicicleta el Angliru en competición oficial, y se las prometía muy felices.

Por detrás todo era caos. Olano alcanza al resto de outsiders. En la primera rampa ataca Roberto Heras, con Ullrich atacando a Abraham y dejándole de rueda. El vasco sufría vestido de oro. ‘Chava’ Jiménez seguía la rueda del escalador bejarano, por la que tenía cierta fijación. Ambos se iban hacia arriba en busca del ruso. No había forma de recortar al rocoso Tonkov, que seguía imperturbable entre la niebla y siendo jaleado por un público que aguantó estoicamente el aguacero. Lo que se estaba viendo era grandioso, de otra galaxia. Olano daba alcance a Ullrich y le dejaba de rueda en la Cueña les Cabres. La afición eloquecía. El espectador saltaba del sillón con cada detalle y cada cambio. De forma simultánea ataca Chava a Heras y se marcha hacia la cima en busca de Pavel.
Las distancias del GPS daban como virtual ganador a Tonkov. No se sabe ni muy bien cómo, Jiménez voló en esas últimas rampas y dio alcance en el descenso que conducía a la meta a un corredor que careció del reconocimiento previo del terreno y que pagó el esfuerzo de la subida. Chava fue más listo, se puso delante en la última curva y, entre la niebla y el caótico final con motos por doquier, el de Banesto se adjudicó la victoria de etapa e inscribió su nombre en una cima más que mítica. No podía ser otro el que se llevase el gato al agua. Y más de una forma como esta.
En 1998, Chava ganó cuatro etapas de montaña y se ganó el cariño de una afición que estaba ciertamente dividida entre él y su compañero de equipo en el Banesto y supuesto jefe de filas, Abraham Olano, que terminó por ganar la edición de la Vuelta que traía de nuevo a los españoles al primer plano de la clasificación general en la Vuelta. De ese modo, el abulense ya era un ídolo de masas. Tras ganar en el fin del mundo, desde luego que es un nombre que sobresale en los libros de historia de la ronda española con letras de oro.
Olano metió un minuto a Ullrich. Galdeano remontaba por detrás y salvaba más o menos el día. Zulle había mejorado del mal momento que le eliminó de la pelea por la general camino de Ciudad Rodrigo y anduvo cerca de los mejores. Heras llegó tercero y alejado un tanto de los dos primeros. Fue un día de muchas diferencias y de aplauso generalizado a un día que todos ellos llevarán para siempre en su memoria. Auténticos héroes también los que no salieron por televisión, aunque hubo bastante comentario sobre los empujones que agradecieron los más débiles en montaña del pelotón para cumplir con la etapa. Un auténtico drama. La organización había dispensado carpas casi individualizadas para atender a los exhaustos ciclistas. Los corredores, rotos, temblorosos. Épico, histórico.
Tras aquello, empezó la fiebre de las otras dos grandes por encontrar ‘su’ Angliru. El Giro recurrió al durísimo Zoncolan, que en cierta medida ha ido confirmándose en una especie de clásico sin tener en ningún momento el impacto e impresión que el puerto asturiano generó en su día, quizá por el encanto y misterio de la época pre-internet. El Tour exploró la opción del Pic du Midi, demasiado costoso a todos los niveles. Lo tradicional se acabó por imponer y se olvidaron de buscar fórmulas inciertas. En estos momentos, donde la organización sí está abierta a revolucionar sus propios esquemas, se podría decir que lo más parecido a una incorporación de este estilo es la Planche des Belles Filles (o Super Planche, como quieren ahora rebautizar al rampón final sobre tierra).
Escrito por Jorge Matesanz
Foto de portada: EFE