Si has llegado hasta aquí buscando gresca, has venido al sitio equivocado, aunque seguro que entre nuestro amplio catálogo encontrarás un amplio espectro de artículos ácidos, independientes y críticos. ‘Faltar un verano’ es una expresión asumible por aquellas barras de pan de color blanquecino que necesitaban más cocción, muchos días sin ellas saberlo. Con las personas, los veranos son fundamentales a la hora de equiparar la velocidad bucal y la pertinencia cerebral y viceversa. En el equilibrio está la virtud, por eso en los circos hay sensatez y red de fondo. Y es que hay veces que el gatillo (sin animalismos) se aprieta y se dispara la bala. Las consecuencias se observan más tarde, cuando el charco de sangre es evidente, aunque en ocasiones esas balas son más boomerang que otra cosa. Por tanto, la sangre puede pertenecer también a quien dispara.
Lo que no sería de recibo es elaborar un listado de ciclistas cuyas declaraciones desmerezcan sus actuaciones deportivas. Más que nada porque seguro que ellos elaborarían un listado de personas que escriben sobre ciclismo y acabaría malherido (lo del boomerang que mencionaba antes). Esta idea de ciclistas a los que les falta un verano viene más por todos aquellos grandes corredores que han sido o fueron grandes y por una u otra razón acabaron por estrellarse contra el muro del Tour de Francia. Ese mes de julio donde el verano es implacable, a excepción de los años donde no lo es. Todo esto son obviedades y seguro que gracias a uno de estos boomerangs (de nuevo no confundirlos con los de Instagram, gran invento para distraernos de preocupaciones más serias, problemas del primer mundo, raza distraída).

El Tour antes daba el carné de ciclista, ahora ya hay cicloturistas más largas que muchas de las etapas. Y te dan al menos una medalla de madera por haber participado. Pero el Tour sigue siendo la referencia. Cuando un corredor como Roberto Heras gana cuatro veces la Vuelta, récord absoluto, nótese, siempre viene a colación la coletilla, el pero, de que en el Tour naufragó. Le pasó a Froome, al que le sobraban veranos y le faltaban primaveras. O a Armstrong, que cansado de veranos acabó por achicharrarse, por pasarse de cocción. Ullrich también necesitó algún verano más, pero al menos vivió uno. Otros ni siquiera eso, y es que eso de que las bicicletas son para el verano es una verdad como un castillo. Castillo que en el caso del Tour es una fortaleza inexpugnable para esos ciclistas que siempre se ha dicho ‘no podían con él’. La miel no está hecha para la boca del asno. Buen lugar de recreo en la vertiente segoviana de la sierra de Guadarrama.
Sin recurrir tanto al refranero, nos iremos a los libros de historia. Esos ciclistas a los que el verano les sentaba regular y no precisamente por el calor, que a quien no le viene bien es a los radicales libres, que son responsables en primera persona del envejecimiento de la piel. Piel que es bien fina en algunos casos, más que medio filo de la hoja de papel. En dos partes, y aún a riesgo de caer en la nominación para clasificaciones twitteras sobre dumb and dumber, inspiradoras para elaborar otro tipo de listas que no necesitarían mucho cambio de título, vamos allá. Insisto en que no hablamos de películas de Jim Carrey, tampoco de tener más rostro que el actor estadounidense en alguna de sus míticas películas. Simplemente de haber soñado un día con algo más duro que el adoquín de Roubaix, y son simplemente aquellas montañas que no se pueden escalar, que son sin duda alguna las más duras.

Para algunos, las del Tour de Francia. Porque las de la Vuelta pueden ser más explosivas o las del Giro más imponentes, pero ciclistas como Abraham Olano pudieron con ambas y nunca con las francesas. El vasco es uno de esos ciclistas a los que les falta ese verano al que nos referíamos. Un doble campeón del mundo, el único hasta la fecha, en sendas disciplinas en las que un corredor de carretera puede serlo. Ha escalado las mayores cotas como deportista, pero el mes de julio, imposible. Y no le desmerece, sólo le especializa. Y le selecciona de forma natural del mismo modo que al malogrado y añorado Chava Jiménez, que tampoco pudo triunfar en el Tour. Otros de su generación a los que le faltaron un verano fueron Pavel Tonkov, ruso campeón de un Giro y sólido escalador, o Tony Rominger, harto de triunfar en primavera con sus títulos en el Giro y en la Vuelta, pero que una vez ésta pasó al mes de septiembre (verano), dejó de ganarla. Su compatriota Alex Zulle ganó dos veces la Vuelta y fue dos veces segundo en el Tour.
Puesto que la perspectiva cambia dependiendo del color del cristal con el que se mira, la graduación de estos ciclistas como triunfadores o fracasados en el intento varía en función de la perspectiva. Sólo puede ganar uno, frase hecha tan válida como que no nos vemos desde la última vez. Joyas arquitectónicas sólo comparables a los malos meses de julio de otros como Isidro Nozal, Ángel Casero o Alejandro Valverde, en el que nos detenemos un momento. El murciano fue tercero en 2015, tras una trayectoria de julios (no Iglesias) que no fueron los suyos. El de Movistar necesitaba ese verano para quitarse un buen peso de encima. Las lágrimas tras la línea de meta de Alpe d’Huez fueron muy elocuentes. Veranos que ha protagonizado Nairo Quintana. Segundo en dos ocasiones y protagonista de aquel hashtag #SueñoAmarillo que no se debe confundir con Humor Amarillo, mítico programa de muros, piscinas y cañonazos. Nairo necesitaba más un #VeranoAmarillo que el #VeranoAzul que finalmente fue, aunque fuese en clave oscura.

Otro ciclista al que le falta un verano es mucho más actual. Se trata de Primoz Roglic. El esloveno ha podido con la Vuelta, en la que aspira a superar su impecable registro de tres victorias absolutas. Con el Giro también, de forma parcial. Con el Tour también, pero nunca lo ha conquistado, y es el pequeño gran borrón que Rogla tiene en su historial, rico en victorias de todos los pelajes. Pero no ha ganado el Tour, decíamos para Heras del mismo modo que aplicamos el criterio al ciclista de Jumbo Visma. Tampoco han podido con el Tour otros históricos, pero los dejamos para una segunda ocasión. El mes de julio dura cuatro semanas, la mejor carrera del mundo, tres. Por tanto, no caben todos en ese éxito tan anhelado que es París, la ciudad del amor (¿o era Roma, la ciudad eterna?). Hasta La Oreja de Van Gogh llamó así una canción, pura poesía. ¿Cuál escribirían estos ciclistas sobre sus veranos frustrados por las carreteras francesas?
Escrito por Jorge Matesanz
Foto de portada: A.S.O./Pauline Ballet