El ciclismo es agonía, y el espectador de este deporte tiende a mostrar una atracción casi sádica por el sufrimiento ajeno. El ciclista que se retuerce sobre la bicicleta en busca de una cima o una meta que parecen no llegar nunca despierta admiración y reconocimiento. Resistir, sobrevivir, agarrarse a un objetivo. Imágenes que pueden conmover, pero que a veces se convierten en arma de doble filo. ¿Aguantar un ritmo exigente es síntoma de valentía o de conformismo? ¿Hasta dónde llega la épica y dónde empieza la picaresca? ¿Quién no recuerda, por ejemplo, la performance dramática de Lance Armstrong en Madeleine y Glandon en el Tour 2001 camino del Alpe d’Huez?
En el rico léxico del ciclismo hay una expresión que se ha extendido en el uso común y que define a la perfección el sufrimiento del corredor que quiere llevar al límite su cuerpo antes de firmar una derrota que parece anunciada. “Hacer la goma” es quedarse y volver al grupo cuando parece que ya no queda más combustible en el depósito. En las etapas de montaña es común ver a corredores que no resisten los cambios de ritmo, y que a base de un paso más constante y agonístico se van reenganchando a la carrera.
Podríamos distinguir dos tipos de “goma”. La más habitual, la que define a ciertos ciclistas, es aquella que parece extenderse y retraerse a cámara lenta. Es la del ciclista “diésel”, cuyas armas son la constancia y la fe. Generalmente buenos contrarrelojistas o “passisti” reconvertidos a vueltómanos. Actualmente el máximo exponente es el portugués João Almeida, un dechado de pundonor que sorprendió en el Giro de 2020 y que llevó esta agonía al extremo en la reciente edición de la Corsa Rosa, donde solo el virus pudo derribarlo. Aunque el gran “gomista” en la memoria del aficionado de cierta edad es y será siempre el polaco Zenon Jaskula, quien logró subirse al tercer cajón del pódium del Tour de 1993 y ganar la etapa de Saint Lary Soulan a base de aguantar los descompensados duelos entre dos titanes como Rominger e Indurain.
Pero también existen también otras “gomas” mucho más elásticas y violentas, que suelen acabar con peor resultado para el protagonista. Son aquellas que protagonizan escaladores y corredores más explosivos, que empiezan a revolverse como la cola de una lagartija recién cortada. Se quedan, y con un arreón vuelven al grupo de cabeza. Se vuelven a quedar, lanzan otro arreón. Así hasta la explosión definitiva, que puede llevar consigo minutadas épicas. Crónica de una muerte anunciada, pero muestra de un coraje envidiable. Por volver a referentes cercanos, Julian Alaphilippe de amarillo en el Tour de 2019 o nuestro Juanpe López camino de Turín en el Giro 2022 fueron víctimas de ese sobrecalentamiento producido por la necesidad de mantener vivo el sueño de la túnica sagrada.
Escrito por Víctor Díaz Gavito (@VictorGavito)
Foto: Fabio Ferrari / LaPresse / RCS Sport