Ciclobulario

Ciclobulario – Lanzador

El sprint es sin duda una de las artes más complejas e intensas del deporte del pedal. La capacidad de generar una fuerza salvaje en pocos metros para imponerse a una estampida enfervorecida de animales hambrientos no está al alcance de cualquiera. No en vano, los velocistas se han convertido en las últimas décadas en auténticas estrellas del rock. Contratos jugosos, jerarquía dentro de los equipos, movimientos de mercado dignos de las vedettes del balompié…

Pero un gran héroe suele necesitar de un gran escudero a su lado, y ahí emerge la figura del lanzador. Como el término castellano indica, esta clase tan específica de gregario se encarga de “lanzar” a su líder de cara a la volata. Es el último relevista del treno que prepara el embalaje final, el que tiene la hercúlea misión de abrir huecos, posicionar a su sprinter y dar velocidad al grupo para que su compañero remate. Debe ser como el rey de las asistencias en el baloncesto. Como indica la denominación de esta figura en italiano, es el “apripista“, el que abre la pista o el espacio en la carretera.

Un buen lanzador debe hacer gala de su experiencia, su visión periférica (a veces parecen tener ojos en la espalda), su cierta dosis de inconsciencia y su pillería y picaresca para entorpecer a los rivales dentro de los límites del reglamento. En cierto modo, durante unos segundos decisivos, es el jefe, el que puede decidir todo lo que pasará después.

En inglés a esta figura se le denomina “leadout“, palabra que sugiere acompañamiento y guía, y que se adapta perfectamente a lo que hacen estos currantes del ciclismo. Sin embargo, nuestra expresión favorita la encontramos en lengua francesa: “poisson-pilote“. La traducción literal sería “pez piloto”, que ya apunta a esa capacidad del lanzador para llevar al pelotón a su terreno, por el lugar y velocidad adecuados. Sin embargo, si hurgamos en el significado del término, podríamos traducirlo con cierta malicia. En el mundo animal, el poisson-pilote abarca diferentes especies de peces, que tienen en común el hecho pegarse a la estela del gran depredador, el tiburón, para aprovechar la estela de este y sacar ventaja de su predominancia. Entre estas especies, la más reconocible es la rémora, palabra que en castellano puede poseer connotaciones despectivas.

Es cierto que el lanzador acompaña al gran depredador del pelotón, el velocista. Incluso podríamos decir que, pegado a su estela, se beneficia de un buen contrato y de cierta continuidad en la élite. Algunos sprinters de segundo nivel supieron reconvertirse a lanzadores para garantizarse un sitio en el pelotón. Para nada es algo criticable, al contrario, es la virtud de saber encontrar su labor en la jerarquía de los equipos ciclistas. Pero también es cierto que si preguntamos a alguno de los vencidos nada más terminar el embalaje, más de uno de los que sufren sus bandazos o “sutiles apartamientos” a 200 metros de meta, aceptarán la acepción mala de “rémora”.

En los últimos años, al socaire de los implacables éxitos de Quick Step, el danés Michael Morkov se afianza como el mejor lanzador de la historia para los opinadores. Posiblemente lo sea, por lo largo de su trayectoria y demostraciones, pero también es cierto que solemos tender al presentismo a la hora de analizar las actuaciones, y su imbatibilidad en los últimos años es indiscutible. Pero no podemos olvidar a otros artistas de las últimas décadas como Gert Jakobs, Giovanni Lombardi, Gian Matteo Fagnini, Gert Steegmans, Brett Lancaster, Julian Dean, Robert Hunter, Greg Henderson, Koen de Kort, Max Richeze, Mark Renshaw y tantos otros.

Escrito por Víctor Díaz Gavito (@VictorGavito)
Foto: LaPresse/ Fabio Ferrari / RCS Sport

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