Nos trasladamos a tierras austríacas, a la zona del Tirol. Estamos en las inmediaciones de la ciudad de Innsbruck, cerca de la frontera con Italia. Al otro lado de estas altísimas montañas se encuentra ya el país transalpino y los alrededores del mítico Stelvio. No hay un lugar que pueda merecer la consideración de alta montaña más que este lugar, donde entre pistas de esquí, snowparks y glaciares espera la cima del Kaunertaler Gletscherstraße, a más de 2750 metros de altitud.
Comenzamos a remontar el valle en las orillas del río Eno. Poco a poco vamos atravesando zonas habitadas para empezar a perdernos por la montaña. La subida irá pestoseando constantemente, con un par de zonas algo más duras que irán acompañadas de un descanso largo. Son casi 40 kilómetros de puerto, habrá que tomárselo con calma.




Uno de esos repuntes de la pendiente nos permitirá superar la presa de un embalse que recoge todo el agua de los glaciares y los torrentes que transportan el líquido elemento ladera abajo. Pasado el pantano, más y más descansos, lo cual lo único que hace es inquietar con la dureza de la parte final, ya que sabemos que tenemos que ascender hasta lo más alto de estas montañas y rodar en porcentajes del 0% durante cinco kilómetros implica que el esfuerzo posterior será más intenso.




Se deben guardar las máximas fuerzas posibles para esta parte final. Desde un punto empieza la carretera a marcar las herraduras restantes, con hasta treinta curvas que nos dejarán exhaustos mentalmente. El puerto es majestuoso, con una subida que se estrecha un tanto en esta última fase y asciende de forma más brusca. El trazado gana mucho en belleza, aunque eso signifique más y más dureza.




Ya quedará menos, con el premio de irnos acercando a la línea que conforman las montañas y la belleza de ir observando lo ascendido, que lo tendremos siempre presente. Tanto cuando estamos abajo como una vez arriba. La pena es lo que desluce todo este entorno la estación de esquí de la cima. Los edificios, un parking enorme y los remontes por las laderas hacen pensar en cómo de bonito sería este enclave si su naturaleza hubiese sido respetado mínimamente.
Las verdes praderas que irán siendo testigos del viaje cuesta arriba nos abandonarán para ser ahora la roca quien nos acompañe. La altitud hace mella y el esfuerzo se nota, incluso en los vegetales. La bicicleta desliza bien, el puerto está perfectamente asfaltado. Como siempre en Austria, nos encontraremos algún peaje para los vehículos de motor, pero nosotros somos unos privilegiados.




El tráfico fuera de época de esquí es bastante reducido y permite disfrutar del puerto en toda la medida que se puede disfrutar de un esfuerzo de esta magnitud. El descenso es muy interesante, se traza muy bien, pero es conveniente abrigarse, ya que los fríos de los Alpes suelen ser temidos. Y más en una bajada tan larga como ésta.
Escrito por Lucrecio Sánchez
Fotos y video: SeBeTeam