Viajamos a Eslovenia, ese país tan de moda en ciclismo por la existencia de ciclistas tan exitosos como Tadej Pogačar, Primoz Roglič o Matej Mohorič, entre muchos otros. Nos vamos a centrar en el Vršič, si bien la montaña más famosa del país puede ser el Mangart, una subida durísima que a ratos recuerda al Gavia, otros a los Lagos de Covadonga, otros a puertos suizos… Este Passo Vršič es el más alto de Eslovenia, al menos en lo que a puertos de paso se refiere. Un interesante trayecto entre las provincias de Jesenice y Tolmin, en las que se desarrollan las cara norte y sur respectivamente. Nos vamos a quedar con la primera, la que procede de la localidad de Kranjska Gora.
En un primer momento, la carretera transcurre paralela al río Pišnica y va cogiendo poco a poco entidad. Son 12 kilómetros de subida a un porcentaje medio aproximado del 7%. En esta primera mitad, si obviamos el cuarto kilómetro de subida que sí acumula una pendiente más importante, podremos realizar una división clara entre un primer tramo más leve en la zona del río, y otro que ya va calentando las piernas y nos va preparando para lo que encontraremos más tarde. Es bueno guardar fuerzas en este tramo: las vamos a necesitar.




Nos empezamos a alejar del río y empieza el baile al mismo tiempo que las herraduras. Habremos de superar nada menos que 25, todo un Alpe d’Huez en suelo esloveno. Al entrar en los últimos seis kilómetros la pendiente se instala en un 8-9% y ya no bajará en ningún momento. Sí que se elevará al 11% de media en la parte final. El último kilómetro es lo más empinado, con rampas en toda la subida del 12-13%. No habrá grandes rampas más allá de esos porcentajes, lo cual alivia.
Alguna curva está adoquinada, añadiéndole un puntito más de dificultad. La belleza del entorno es de diez sobre diez, estando inmersos en el Parque de Triglav, una explosión de naturaleza como son estas montañas eslovenas. Una maravilla para el cicloturismo, aunque en fines de semana o épocas vacacionales sí aumenta el número de vehículos a motor que atraviesan esta maravillosa escena. Incluso hay puentes de piedra, construidos por prisioneros rusos (como la reconstrucción de toda la carretera) en la I Guerra Mundial. Hay alguna capilla ortodoxa incluso para recordar la tragedia de un alud llevándose por delante la vida de muchos de ellos.




Lugares para dormir, para comer, para aparcar en caso de querer dejar nuestro vehículo de apoyo por aquí. Una especie de centro comercial para el visitante, con facilidades para disfrutar de este magnífico puerto. Una vez alcanzamos la cima, podemos descender por la vertiente opuesta y lanzarnos a través de un millón de herraduras. En ese sentido son parecidas ambas caras, si bien la norte goza de mejores números y un reto de mayor envergadura.
En esta parte alta, el asfalto se nota más sufrido por el paso de los inviernos. Alguna grieta que necesitará pronto reparación. Es algo a tener en cuenta en los descensos, elijamos la cara que elijamos para tal fin. Las combinaciones con otras subidas son complicadas porque Mangart está algo separado por valle, aunque está a distancia asumible por cicloturistas en buena forma.
Existe también una variante en tierra a los últimos kilómetros del puerto en un giro a izquierdas desde la vertiente ascendente por el norte. Se pasa por un refugio/restaurante que supone una parada obligatoria. También hay rutas a pie, por lo que merece la pena la visita buscando el deporte en la naturaleza y disfrutar de un entorno magnífico.
Reportaje más extenso en 1001puertos.com
Escrito por Lucrecio Sánchez
Fotos: 1001puertos.com
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