Cantabria ofrece muchas joyas en lo que a lo paisajístico se refiere. No ya solo en el aspecto relativo a las montañas, que con su impresionante combinación de roca y pradera alpina hace las delicias de los valientes que osan acercarse a las cumbres. El Portillo de Lunada, por ejemplo, es una maravilla excavada entre laderas. La Sía es, sobre todo en su primera mitad, otra de las sorpresas a visitar, con el valle del Asón y sus cascadas como una de las atracciones más destacadas de la Cornisa Cantábrica. Todo queda ensombrecido por la majestuosidad del Puerto de Estacas de Trueba, que sin ser especialmente un coloso, sí reúne el combo perfecto entre dureza y una belleza absolutamente radiante que estaría en los top ten nacionales e incluso europeos. Así de espectacular es. De esas subidas que no se pueden quedar fuera del zurrón.
La combinación de puertos es otro de los grandes valores de esta joya de ingeniería y natural a partes iguales. Desde la Braguía, un aperitivo indigesto de todo lo que deseemos ascender, a La Matanela, un suave e interminable puerto que va a enlazar con la carretera nacional que va al encuentro recién pasado el durísimo Escudo. Por la cara burgalesa, incómoda por el viento, cabe destacar la conexión inmediata con Lunada y La Sía. Rutas de ensueño conectando los más coloridos y verdes puertos de toda la geografía. Valles Pasiegos que recuerdan por qué estas comarcas conservan intacto ese halo de sorpresa.
Todo comienza en Vega del Pas. Una bonita y coqueta pequeña localidad a la que se accede a través de un río y una carretera que transcurre paralela entre frescas penumbras incluso en verano. El inicio es leve, si bien pronto comenzamos a ganar altura sobre el valle y, aunque rectilíneo en este primer tercio, la subida se empieza a encaramar a media ladera sobre picos y praderas que cada vez parecen más acogedores. La sintonía entre la carretera y el paisaje es total, como si hubiese nacido ese lugar exacto para trazar la ruta. Según vas ascendiendo, echas la vista atrás y el puerto te deja absolutamente sin palabras.
Incluso cuando te descuidas, surge una preciosa cascada donde parar y disfrutar de un rato de frescor si el tiempo es caluroso y asfixiante. Continuando con el giro de orientación y cambio de ladera, vemos sobre nuestros ojos la mayor herradura de nuestro ascenso, con un mirador inmenso sobre la ruta anterior y todavía alcance sobre Vega del Pas y sus majestuosas casas. De ahí en adelante, volvemos a girar y seguir trepando por la misma cara de la montaña, que no puede regalarnos más verde y más postales a cada centímetro cuadrado. En esta zona solemos elevarnos por encima del mar de nubes tan clásico de los valles pasiegos. La parte final nos arroja un puerto más serio en cuanto a lo altimétrico, con kilómetros que se ubican en torno al siete por ciento. Alcanzamos la cima en un giro a derechas y el viento nos recibe con intensidad. El descenso por la otra cara, la burgalesa, es leve y ofrece tramos donde hay que dar pedales (muchos). Por suerte, el trazado, rectilíneo, ayuda a ganar velocidad y perder el miedo a las curvas, más allá de la precaución que se debe tener con el ganado.
El descenso hacia Cantabria es la opción siempre más recomendable, puesto que lo haremos tendiendo al lado derecho de la calzada. De ese modo, iremos con las imágenes tan hermosas de este puerto en los ojos, disfrutando de una bajada que es también rápida y pese a que las distracciones nos puedan jugar malas pasadas, el buen estado del piso y la ausencia de curvas realmente peligrosas (fuera del primer kilómetros, donde quizá sí que haya alguna técnica) hacen de Estacas de Trueba un agradable descenso.






Texto: Lucrecio Sánchez (@Lucre_Sanchez)
Fotos: Jorge Matesanz