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Cicloturismo: La Bonette-Restefond (2802 metros), el techo del mundo

El fuego parece haber cubierto las paredes de esta mole arenosa y rocosa que se eleva sobre los Alpes, constituyendo el paso de montaña más alto del continente. La Bonette fue construida en el siglo XIX para comunicar Briançon, la ciudad más alta de Europa, y Niza, en la costa. Entonces el paso era algo más bajo que el actual, sobre los 2700 metros de altitud. Apenas unos cien años más tarde se mandó construir el apéndice que sube al col de Restefond, que alcanza los 2800 metros de altitud. Incluso los sobrepasa. Con esa obra, que corona lo que ahora se llama Cime de la Bonette, Francia cuenta con el paso asfaltado más alto del continente europeo.

Una vez relegados otros pasos como Galibier, Agnello, Stelvio o Gavia (algunos de los más altos de la cordillera), la Bonette se ha convertido en un mito. Para los cicloturistas es un escollo duro de superar, auténticamente heroico si no has realizado la preparación correcta. Ante la entrada de viento, ya la escalada se torna imposible, muy complicada. Al alcanzar esas cotas de altitud, no hay gran arboleda, por no decir que es inexistente.

La dureza y longitud del puerto, por ambas caras rozando pendientes medias del 7% y longitudes rondando los 25 kilómetros, se trata de un HC en toda regla. Lo más destacable es la ausencia de grandes rampas. Ello será un alivio, por cuanto mantener un ritmo será la mejor forma de escalar. Por otro lado, no hay ningún descanso apreciable. El ritmo deberá ser constante durante mucho tiempo, en ocasiones más de dos horas de ascensión -dependerá de nuestra forma y de lo fatigados que estemos-.

El paisaje tiende a lo lunar, con un aspecto de estar viviendo en otro planeta. Será importante localizar dónde abastecerse de agua, ya que se trata de un lugar inhóspito y despoblado. Eso sí, el calor o frío se intensifican por no tener posibilidad de encontrar refugio para ninguno de los dos. La parte positiva es que el paisaje es en todo momento una postal. Un regalo a los ojos, si aún les queda energía para seguir recibiendo imágenes.

Pese a que el piso está bastante bien, no conviene confiarse. Por cualquiera de las dos vertientes es un puerto de gran pendiente y es fácil coger mucha velocidad en poco tiempo. Las curvas de herradura son fáciles de tomar. Encontraremos un total de 24 en la vertiente de Jausiers y otras tantas prácticamente por Saint – Étienne de Tinée. Las curvas rápidas serán las peligrosas por el motivo indicado anteriormente: la velocidad en el descenso.

Es preferible ir parando a contemplar el paisaje. Subiendo no es posible ni respirar, por lo que disfrutar no es la palabra más apropiada. Bajando quizá es el momento de ir parando a degustar un decorado que bien parece tomado de un cuento.

Otro aspecto a tener muy en cuenta es la altitud. Ya un puerto por encima de los 2000 metros no es cualquier cosa y hay que aclimatarse. Incluso por encima de los 1800 ya se nota el déficit de oxígeno. Pero a 2800 se dispara. Hablamos de un kilómetro más alto que puertos como Cotos, Navacerrada, Gamoniteiro, Morcuera, Cantó y otros que ronden esas altitudes.

Habría que hacer una preparación específica, aunque sea únicamente escalonando los ascensos previos a este col. Izoard, Allos, Vars, hay muchos por la zona que nos pueden servir como banco de pruebas.
Subir a balón parado no es lo mejor, aunque cada uno tomará sus responsabilidades.

El esfuerzo es muy prolongado, con unos doce kilómetros por encima de los dos mil metros y otros cinco por encima de los 2500 metros. Hay puertos que llegan a una cota parecida, como pueda ser el Agnel, entre Italia y Francia, pero nada comparado a esto. Lo desolador de las montañas absolutamente peladas y carbonizadas es sobrecogedor. No hay muchos puertos así en Europa. No los hay, tampoco, en el mundo. No con esta combinación de belleza, cielo, tierra, dureza, altitud e historia.

La ruta a Niza guarda muchos escollos aún, pudiendo trazar etapas auténticamente salvajes e inimaginables.

Incluso hay un mirador en la cima de la Bonette (en el lazo que escala hasta los 2800 metros), al que se debe acceder a pie, pero desde el que las fotos son espectaculares, como se puede imaginar.

Un buen lugar para inmortalizar un recuerdo. Es el punto más turístico y donde más ciclistas, de los pocos que se atreven, se dan cita para dejar constancia de su hazaña. Para ello, hay que prepararla y provisionarse bien de líquido y, sobre todo, comida, que hará falta. Lo psicológico también hará mella, puesto que serán muchas horas escuchando tus pensamientos. Ni que decir tiene que encontrarás momentos de todo tipo, tanto de disfrute como de sufrimiento extremo.

En todo caso, la gloria de coronar un puerto así no es comparable con ninguna otra cosa. La combinación de todos estos factores indicados lo hacen un reto para el que estar pensando media vida.

El Tour tiene un tanto abandonada esta subida, que también ha formado parte de la ruta del Giro de Italia en alguna ocasión. La carrera francesa lo estrenó en los años 60. No podía haber otro para coronarlo que Federico Martín Bahamontes. El toledano no tuvo relevo hasta 1993, con otro español, Miguel Indurain, pasando de amarillo por la cima. Quince años tuvo que esperar el ciclismo para ver este puerto.

En 2008 fue el último puerto de una etapa que terminaba en Jausiers, tras el descenso. Un auténtico etapón cuya edición terminó por aupar a Carlos Sastre a la victoria final. Un talismán parece para el ciclismo español, por tanto. Debe ser que las alturas le sientan bien a los escaladores hispanos. Sería planteable realizar algún final de etapa en la cima o en algún col vecino como el de la Moutiére, que si bien no enlaza por dos kilómetros por asfalto con la carretera, es otro puerto del que ya hablaremos.

Reportaje completo en 1001puertos.com

Escrito por Lucrecio Sánchez

Fotos: 1001puertos

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