Tres provincias, tres comunidades, que se tocan en uno de esos rincones imprescindibles para todo amante del ciclismo y los puertos de montaña. El extremo occidental de la Cordillera Cantábrica esconde fantásticos parajes para perderse y desconectar, salpicados de pequeñas poblaciones que -como si el tiempo se hubiera detenido en ellas años ha- conservan, de un lado, las tradiciones y costumbres ancestrales, y, de otro, la apariencia y arquitectura de épocas pretéritas. Todo ello dentro de un marco natural incomparable conformado por profundos valles y altas peñas, que son a día de hoy refugio de osos y lobos.
Os vamos a proponer un doble ascenso, quizás uno de los encadenados más duros que se pueden realizar en la península, la subida a Pelliceira desde Cecos y el colosal Ancares por la braña de Pan do Zarco. Carreteras estrechas, irregulares, con interminables pendientes de doble dígito llevarán al ciclista al límite de su capacidad física. La inmensidad de los valles, la ausencia de casi cualquier atisbo de civilización durante empinados kilómetros en que la bici avanzará muy lentamente pondrán a prueba nuestra templanza.
Sin duda, dos puertos para un bonito reto sin olvidar que para llegar al punto de partida habrá que dar un largo rodeo o bien volver nuestras pedaladas por donde mismo habremos de descender Pelliceira.
Pelliceira por Cecos, trampa para osos.
Dureza***
Belleza*****
Tráfico*

Rondando apenas la veintena de viviendas empedradas, con su hórreo, su antigua iglesia, su coqueto hotel de montaña y una bodega en que se produce un exquisito y sorprendente caldo pálido de viticultura heroica -algunas vides pueden verse en los contornos-, Cecos es una pequeña parroquia de Ibias ubicada justo al pie del río que da nombre al concejo -salvado por un viejo puente de origen romano- y a apenas unos cientos de metros del inicio del puerto del Connio, justo donde se bifurca la carretera que nosotros habremos de tomar para ascender hacia Pelliceira.
Y es que en el mismo cruce se inician ambas ascensiones, a la izquierda atravesamos el río hacia los Muniellos, de frente tomamos el camino hacia Degaña por la carretera AS-212 en magnífico estado y que, caso de continuar hasta esta última población, se convertirá en una tortura a fuerza de subir y bajar repechones de gran dureza… No se trata, pues, de una zona en la que debamos aventurarnos sin haberla estudiado previamente. Pues bien, precisamente será esta misma carretera, poco después de dos kilómetros largos desde el cruce -de rampa constante y rectilínea al 10% salvo en el tramo final- y un descenso raudo, la que nos va a situar en el desvío a Folgueiras de Boiro, momento crucial del ascenso hasta el punto de que ese primer tramo durísimo va a quedar pronto en el olvido.
Aquí se estrecha la carretera y, aún en bajada, continuamos hasta una vaguada a izquierdas a partir de la cual la cuesta abandona toda tregua durante prácticamente cinco kilómetros de pared. 4,7 km. al 12,4% de pendiente media son las cifras que arroja este terrorífico tramo central que, por si fuera poco, nos saluda con una simpática rampa inicial al 15%.
Con dificultad para mantener una cadencia de pedaleo ligera avanzamos lentamente en pos de Folgueiras. El día nos ha salido nublado y no podemos disfrutar de las vistas hacia el valle, que se intuye precioso. Tampoco alcanzamos a adivinar la situación del pueblo. Lo único que tenemos claro es que la pendiente no ceja y no lo va a hacer en un buen rato.
Al menos esta parte inicial del muro cuenta con un asfalto remozado y con varias herraduras salpicadas que amenizan el ascenso, entre la tupida vegetación que adorna, por momentos, los márgenes de la carretera alternándose con prados cercados. No faltará entre la niebla el concierto de cencerros que nos recuerda la presencia de ganado y que en el descenso debemos ser precavidos.
La niebla -que se recuesta en algunas zonas de la ladera por la que trepamos-, nos abandona en Folgueiras lo justo para que podamos reconocer algunos de los caserones de piedra de la población y también algún que otro hórreo.
A la salida se va a producir un cambio de asfalto que por un momento encontramos tan deteriorado que más parece pista que carretera. Por si fuera poco la cuesta, que había concedido alguna pequeña tregua vuelve a empinarse hasta aproximar sus rampas al 19%. Llevamos ya dos kilómetros y medio desde que tomamos el desvío a Folgueiras y es ahora cuando vamos a afrontar el tramo más duro dentro de esta pared central del ascenso a Pelliceira.
La pendiente se va a instalar en un punto siempre cercano al 14% durante más de un kilómetro de auténtico padecimiento.
La estrechez de la carretera, su trazado, su dureza, el estado del firme y el entorno nos atrapan: toda una golosina para los amantes de los puertos.
Salimos de la niebla por fin. Atrás queda el valle y ante nosotros sólo cuesta y más cuesta. Somos conscientes de que no debe quedar mucho para salir de este tramo: apretamos los dientes y poco a poco ganamos un collado.
La carretera ha entrado en provincia de Lugo. De hecho, va a entrar y salir en varias ocasiones hasta llegar a Pelliceira.
Aunque quedan aún varios kilómetros para coronar el alto, lo cierto es que ya damos por finiquitado el ascenso, porque lo que nos resta hasta la cima es un paseo en comparación con lo que hemos ya superado. Tan sólo el kilómetro final vuelve a exigirnos un poco más de tensión en la pedalada, pero a esas alturas iremos gozando de un paisaje que nos deja imágenes para el recuerdo, sobre todo al entrar en el valle de Ancares, con la aldea de Pelliceira como una suerte de poblado en el inmenso mar de nubes. Hasta allí llegaremos en falso llano, tras un breve descenso. Buscando la salida hacia Murias disfrutamos de una hermosa travesía. Estamos tan al límite de la provincia de Lugo que una parte de la población de Pelliceira se encuentra dentro de la provincia gallega. Las casas empedradas con techumbres pizarrosas -que vienen a sustituir los tradicionales teitos de paja-, su remozada iglesia, dedicada a San Bernardino, y unos magníficos ejemplares de hórreo dentro de un paraje de excepcional belleza nos invitan a detenernos a tomar alguna que otra foto: cicloturismo de muchos kilates.
Ancares por Pan do Zarco, Mortirolo español.
Dureza****
Belleza****
Tráfico*

Tras repostar en la fuente existente justo al inicio del descenso de Pelliceira, nos dejamos caer por una carretera estrecha, pero en buen estado -con algo de gravilla por alguna zona- camino de Rao, aunque no llegamos a atravesar esta población, sino la de Robledo de Rao, justo donde empalmamos con la carretera de Murias.
De este modo, el primer repecho que aparece en nuestra altimetría no lo vamos a recorrer viniendo, como venimos, desde Pelliceira, sino que daremos por iniciado el puerto al paso del puente sobre el río Balouta, donde también encontramos unos carteles informativos, kilómetro a kilómetro, de la pendiente del puerto.
Ancares es uno de esos puertos que hasta hace no muchos años era desconocido por el gran público, aunque entre los aficionados a los puertos era ya todo un mito antes de que se ascendiera por primera vez en la Vuelta a España de 2011. Altimetrías, informes y dossieres elaborados por aficionados (abanderados por la Plataforma Recorridos Ciclistas) daban buena cuenta de las características de un paso de montaña que cuenta con dos vertientes y múltiples variantes que permiten auténticos rutones de extrema dureza.
Precisamente en 2014, la última vez que se ascendió en La Vuelta, se hizo por la variante de Pan do Zarco, la que es considerada con cierto consenso como la más dura de todas, con victoria de Alberto Contador en dura pugna con Chris Froome y con Alejandro Valverde y Purito Rodríguez en tercera y cuarta plaza respectivamente, lo que habla a las claras del pedigrí de este coloso al que suele compararse, no sin razón, con el italiano Passo del Mortirolo.
Y es que su tramo central de poco más de 8 km. seguidos a casi el 11% de pendiente media lo asemeja muchísimo al puerto italiano, siendo también un paso natural entre valles, no una carretera sin salida.
Al paso por el río, como decíamos, se inicia la cuesta y el cartel ya nos pone sobre aviso de que ese primer kilómetro ya es cosa seria. Entre una tupida arboleda la carretera sortea la ladera a fuerza de trazar varias curvas de herradura ganando altura sobre el fondo del valle rápidamente.
Pronto llegamos a Murias, una pequeña aldea que hunde sus raíces en una ancestral tradición minera que remonta como poco a la época romana. De hecho, se ha atestiguado la presencia romana en el campamento de Recacha, de finales del S. I a. C., cuyos restos se hallan no muy lejos de Murias, y también se ha encontrado una pequeña inscripción en latín que reza IOVI (“en honor a Júpiter”) al pie de la Peña de Murias, por donde habremos de transitar en breve.
La arquitectura del emplazamiento, por su parte, nos muestra unos hermosos caserones en piedra con techumbre de pizarra que quedan siempre a nuestra izquierda hasta que alcanzamos el cruce hacia Pan do Zarco.
Bien señalizado, no hay pérdida alguna en este punto. Siguiendo de frente la carretera viene a parar al mismo punto que la que vamos a tomar, sólo que remontando el río Balouta, pero nosotros, al girar a la derecha, iremos por un atajo: más corto, con mayor pendiente y, de añadido, por carretera más estrecha y rugosa.
Rápidamente vamos a notar el incremento de la pendiente con unas rampas que se acercan al 20% en repetidas ocasiones. Al poco, a nuestra derecha, la ladera se descuelga en profundos barrancos, a la izquierda, en cambio, aparecerá pronto la encrespada Peña de Murias, arriba mencionada, en el que es uno de los puntos más característicos de esta subida. La belleza del lugar, la grandiosidad del valle nos sobrecogen y nos hacen olvidar por un instante el esfuerzo que exigen las rampas que estamos superando.
La carretera paulatinamente va trazando un giro a izquierdas y nos adentramos en una suerte de vaguada. Las laderas de la montaña a izquierda y derecha se van cerrando y la carretera busca salida donde ambas se encuentran.
En este punto nos topamos con varios centenares de metros de descansillo que dan para poco más que echar mano del bidón y recuperar el resuello, porque tras sortear varias vaguadas la carretera vuelve a situarse por encima del 10%. Cierto es que lo peor ya ha pasado, pero también que el cansancio hace mella y sumado a lo anterior los tres siguientes kilómetros resultarán demoledores.
Además, la ausencia de buenas panorámicas y el trazado rectilíneo no ayudan demasiado a superar el trance. Suerte tendremos de que el viento no sople de cara en esta zona, ya que la tupida arboleda del tramo inicial ha ido dando paso a una zona dominada por helecho y matorral bajo.
A la salida de la vaguada, como un oasis, asoman las pallozas de la braña de Pan do Zarco. Estas pallozas se usaban durante la época del año en que, al retirarse las nieves, quedaban los pastos frescos para el ganado, por lo que el pastoreo es el origen del pequeño poblado que, tras ser restaurado, ha trocado los techos originales de paja por unos más resistentes de pizarra.
Al pasar por Pan do Zarco nos citamos con su fuente para la vuelta y, de camino, para demorarnos durante un lapso en en esta escondida senda huyendo del mundanal ruido, parafraseando al poeta.
Continuamos ascendiendo ladera arriba. Un vistazo hacia atrás nos devuelve unas magníficas vistas sobre Los Ancares. De frente, según vamos remontando la loma, comienzan a aparecer las cumbres de las montañas que flanquean el puerto de Ancares con cumbres como el Cuiña y el Miravalles que se aproximan a los 2.000 m. de altitud. Al poco la pendiente ceja y los dos últimos kilómetros hasta empalmar nuevamente con la carretera de Balouta nos dan un más que merecido respiro.
Enlaza el camino de Pan do Zarco en la Cruz de Cespedosa donde, quizás haciendo honor a su nombre, se ubica una encrucijada de cuatro caminos: el que nosotros acabamos de recorrer, el que viene desde Piornedo, el que baja hacia Balouta y el que sigue subiendo hasta el puerto de Ancares, cuya cima nos era ya perfectamente visible antes del cruce.
Así pues, recuperados tras dos kilómetros suaves de ascenso y espoleados por la visión del final del puerto, recobramos nuevos bríos y hostigamos nuestros pedales violentamente, henchidos por la consecución del logro que estamos cercanos a alcanzar. Además, la carretera aún se seguirá mostrando humana durante un kilómetro más y sólo los 1.500 m. finales presentarán batalla.
Sin embargo, marchamos ya tan embriagados del magnífico entorno, tan ensoberbecidos por doblegar tamaño coloso, que olvidamos por unos instantes la dureza de este último tramo.
Al torcer la última herradura -situada en provincia de León- restarán unos 500 m. finales rectilíneos para terminar de paladear merecidamente el ascenso y, ya en la cima del puerto (en provincia lucense, según cartografía oficial del IGN), nos deleitaremos con las vistas hacia ambas vertientes del puerto. Quizás no sea tan duro como el Mortirolo, cierto, pero sin desmerecer en nada.
Escrito por Miguel Baeza y Martín Cerván