Lance Armstrong siempre fue, antes y después de su caída a los infiernos, personaje llamativo para el mundo del cine. Cuando la gloria del superviviente del cáncer convertido en heptacampeón del Tour estaba en auge, la épica llamaba la atención de Hollywood. Después, al destaparse el escándalo sobre sus prácticas dopantes, era cuestión de tiempo que el aparato comercial del cine aprovechara para sacar tajada de una historia que conmocionó al deporte y la sociedad estadounidense y mundial.
El encargado de llevar a la pantalla tan sustanciosa historia es el veterano director británico Stephen Frears, conocido por películas como “Alta Fidelidad”, “Philomena”, o las dos que le valieron la nominación al Oscar: “The Grifters” y “La Reina”. El guion corre a cargo de John Hodge, que también sabe lo que es estar nominado a los premios hollywoodienses por la impactante película “Trainspotting”. El libro del periodista David Walsh, “Seven Deadly Sins”, y los informes de la USADA sobre la red de dopaje tejida por el texano son el punto de partida de la película.
La película da comienzo con la primera entrevista de David Walsh a un joven Lance Armstrong, sorprendente campeón del Mundo en 1993. El periodista irlandés queda impactado con la ambición y determinación del ciclista texano.
En la primera parte de la cinta, los acontecimientos se suceden. Armstrong vive con frustración la derrota ante equipos “más preparados” y decide pedir ayuda al mágico doctor Ferrari. Rechazado por el médico italiano por no tener una complexión física óptima para convertirse en un ganador del Tour, se une a sus compañeros en Motorola para adquirir EPO y comenzar a doparse con el fin de poder luchar por victorias en carreras de un día.
El cáncer corta en seco la carrera de Lance, que se enfrenta a la enfermedad con gran espíritu de lucha. Las consecuencias del tratamiento son evidentes; la fisiología del texano, que ha perdido mucho peso, cambia por completo. Es este el momento en que decide volver a las manos de Ferrari, con quien comienza un nuevo plan de preparación que debe llevarle a la gloria. Convence a Bruyneel para montar un equipo a su servicio. Así comienza la carrera del renacido ciclista estadounidense hacia las más grandes hazañas ciclistas vistas hasta la fecha.
David Walsh será el primero en dudar sobre el rendimiento del ciclista de US Postal, y comenzará una batalla por destapar lo que hay detrás de la apisonadora azul. La película llega así a su esencia, relatando cómo funcionaba US Postal desde dentro, los programas de dopaje orquestados por Ferrari y la personalidad autoritaria de Lance Armstrong.
Historias ya conocidas como los enfrentamientos con las personas que osaron enfrentarse a él, como Christophe Bassons, Filippo Simeoni, Emma O’Rilley, Betsy Andreu o el propio David Walsh, aparecen retratadas a lo largo de la trama. Una trama que presta especial atención a la relación de Armstrong con Floyd Landis, quien pasó de fiel escudero a acelerante del escándalo y confesión final de la gran mentira del heptacampeón del Tour.
Una película que nos deja con la sensación de no aportar nada nuevo, con una trama que busca ser más efectista que efectiva, y que no acaba de provocarnos ninguna emoción especial. Echamos en falta mayor profundidad en cómo se forja el Armstrong ciclista en los primeros años de su carrera, así como un foco algo menos partidista de la historia, que, al ser por todos conocida, debería, para nuestro gusto, de dejar más espacio a generar controversias en el espectador.
Decepciona, en nuestra opinión, la interpretación de Ben Foster, de quien esperábamos más verosimilitud cuando conocíamos el trailer y las primeras escenas de la película. En general, el reparto no luce especialmente, aunque podríamos destacar a un buen Chris O’Dowd en el papel de David Walsh y a un correcto Jesse Plemons como Floyd Landis, que es quizás el personaje con más matices en la trama.
Entre los momentos más grotescos, o más bien cutres, destacamos las escenas en el pódium de los Campos Elíseos de París, carentes de la más mínima credibilidad para los que hemos visto por televisión ese escenario tantas veces; y especialmente la representación de Alberto Contador, encarnado por el actor Lucien Guignard, al que, en un instante del filme, escuchamos hablar en español con un acento que dista mucho del que se practica en la localidad madrileña de Pinto.
Lo mejor, la banda sonora, con clásicos de The Ramones, Radiohead, The Lemonheads o Leonard Cohen.
En definitiva, una película concebida más para vender entradas en taquilla que para remover conciencias. Ligera de ver, llevadera si no se busca más pretensión, para disfrutar de una tarde de domingo sin ciclismo en televisión, y que se añade a la lista de películas olvidables de un director irregular como es Stephen Frears. Sin duda, mucho mejor leer el libro de Walsh o “A Clean Break” de Christophe Bassons para adentrarse en esos tiempos tan oscuros que nuestro deporte no debe olvidar pero sí dejar de lado.
Ficha de la película en FilmAffinity
Escrito por Víctor Díaz Gavito (@VictorGavito)