Ciclocross

Con el barro al cuello

La semana empezó invernal y aquí los inviernos duran mucho. Frío y lluvia. Desde el lunes el tiempo ha decidido embarrar bien la campa de la Tenderina, para garantizar el barro del domingo. Y por si fuera poco, continuó lloviendo el mismo domingo. Las tres vueltas que dieron los alevines al circuito —reducido— hace que me pregunte por qué unos niños quieran correr en bici bajo la lluvia, sobre un barrizal imposible y sin apenas público que les anime, aún cuando el organizador, con buen criterio, ha dispuesto que corran justo antes de las estrellas del día (los élite). Supongo que les anima emular a sus héroes, porque de esa forma ellos también lo son.

Al fin y al cabo, la vida de las niños es la misma que la de los adultos pero a escala, a la escala que los adultos diseñan para ellos. En general, ambas no se parecen en casi nada. A la de los pequeños se le procura dar todo lo bueno de la de los grandes, pero apartándola de todo lo malo. Incluso a pesar de que los adultos sabemos las consecuencias que trae esa (sobre)proteccción. Sin embargo, en el circuito se enfrentan a la misma realidad, incluso a una peor, puesto que corren sin el reconocimiento social que legitima a los adultos. No es que no tengan respeto, lo tienen a escala, la de la familia, la del club, o la de los amigos; pero ni ellos mismos se creen el aplauso de un desconocido. El verdadero admirador siempre es anónimo. Sin importarles esto, volverán a entrenar y a competir otro fin de semana frío, con la cabeza puesta en un futuro, que aunque no lo sepan siempre será más incierto que prometedor.

El ciclocross es la garantía de que hay ciclismo todo el año, y sin cambiar de hemisferio. No sé si ocurre en algún otro deporte, con la consabida excepción del omnipresente fútbol.

El curso ciclista ordinario comienza en febrero y acaba en octubre. En los otros tres meses del año, aparece el ciclocross, las bicicletas son también para el invierno. Sí, el ciclismo de carretera y el ciclocross son dos modalidades distintas, igual que el crol y la mariposa en natación, pero un mismo deporte. Y en el ciclo natural del año en el que las rutinas nacen y mueren, gracias al ciclocross, al ciclismo no hay que guardarle la ausencia.

Sobre todo cuando grandes corredores de carretera también lo son en el barro. Basta observar la rivalidad entre Van der Poel, Van Aert y Pidcock, o a nuestro Orts. Todos reducidos a una hora de esfuerzo desagradable: lluvia, frío, barro, correr con la bici a cuestas, resbalar o subir escaleras. Compitiendo en un escenario totalmente distinto.

En la escala del circuito apenas hay tiempo para los errores, pero sí para la estrategia, y sobre todo para disfrutar con la pericia de los ciclistas. Observar cómo en el mismo punto, cada corredor toma una decisión diferente para salvar la dificultad. El que decide mantenerse el mayor tiempo posible sobre la bici demorando el porteo, el que busca el apoyo de la valla para darse un impulso o evitar caer, el que se baja con antelación y corre, o el que busca el hilo de hierba para dar velocidad a la bicicleta y conseguir ventaja. Lo cierto es que acaba ganando quien más tiempo se mantiene sobre la bici. Para ello hay que lidiar con los cambios de ritmo a los que te obliga el terreno, y no dar por supuesto el equilibrio, sino que hay que negociar constantemente con él, como si estuvieras aprendiendo a andar en bici. Cuando uno ve la facilidad con la que montan, tiene que recordar que, aunque no lo parezca, esa cadencia irregular es un
engorro.

Como todo deporte individual, la primera lucha es contra uno mismo. El invierno es la estación en la que la naturaleza se abandona a la soledad. Pero la soledad del ciclocross solo es la renuncia a rendirse, incluso en invierno.

Escrito por: Pablo Baquero Sánchez
Foto: @ACampoPhoto / Club Ciclista Tenderina

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