Opinión

Decir agonía es decir ciclismo

El rasgo más característico del ciclismo es su agonismo. Cuando los ciclistas se enfrentan al máximo esfuerzo no solo luchan con todas sus fuerzas y contra las de los demás; lo esencial es que deben hacerlo hasta el límite de su capacidad, dicho sobriamente, hasta el límite de lo humanamente posible. Esto no ocurre en todos los deportes ni siquiera en todas las luchas, ni tampoco todo el tiempo. En el ciclismo ese esfuerzo agónico convoca casi siempre, a un sufrimiento invencible, que recuerda, en exagerada comparación, al del moribundo que tiene que evitar su destino. Da lo mismo que sea el ascenso crucial a un puerto, que el látigo en un abanico imposible, que el esfuerzo constante de una contrarreloj interminable, que el rodar tras una bici que a cada paso se hace inalcanzable, o que el chispazo de un sprint explosivo. Siempre, en algún momento aparece fatalmente, la agonía.

En el discurso de aceptación del Premio Cervantes, Sánchez Ferlosio introduce a propósito del juego — del deporte —, la contraposición entre juegos agónicos (del dios griego Agon), los que son competitivos y juegos anagónicos, los que no lo son, los que se practican por placer. De los primeros, dice que «el jugador somete a su propio cuerpo a la exigencia y la violencia de aumentar el esfuerzo muscular hasta su máximo potencial de rendimiento; en ciertos juegos de competición no es hiperbólico decir que el deportista trata su cuerpo a latigazos como si fuese su propio caballo de carreras». Desde luego, no lo es en el ciclismo. Esta distinción le lleva a otra, que es a considerar al tiempo del deporte de competición como tiempo del destino, aquel que no tiene presente y que consiste en una «consecuente sucesión argumental de designios propuestos, perseguidos, contendidos en campos de batalla y alcanzados o frustrados…» Entroncando así más con la mitología que con la contingencia de la historia.

Esto ocurre en el ciclismo de competición en el que debe ganar el más rápido, aunque para serlo haya que haber sido antes, al menos, inteligente, astuto y resistente. Se forja así una representación útil de una lucha por lo general incruenta, que por esa misma razón no deja vencidos. Puede que sea esta otra característica fundacional del ciclismo, que todos los que participan en este juego agónico ganan de una u otra forma, porque todos han agonizado en su esfuerzo. No hay descanso antes de la meta.

Si aceptamos la dimensión mítica del deporte de competición, en nuestro caso del ciclismo, asumiremos que se trata de una representación, donde lo real da paso a un significado simbólico. Y esa trastienda es un depósito útil de valores como el trabajo en equipo, el sacrificio, o la aceptación de la derrota. Además del principal: cualquier combate simbólico sustituye a uno real.

De todas estas cosas agónicas y casi siempre bellas podremos hablar aquí, sirviéndonos del espectáculo —representación — que es el ciclismo.

Escrito por: Pablo Baquero Sánchez
Foto: @ACampoPhoto

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