Como si el pelotón se hubiese empeñado en recortar las grandes vueltas a dieciocho días, los corredores del actual Tour de Francia se tomaron a título de inventario el tercer capítulo de este bello periplo por tierras danesas. Magnus Cort Nielsen fue el único valiente del día y Groenewegen el más beneficiado, por levantar los brazos en Sonderborg, recordada para siempre como el último destino en suelo de Dinamarca antes de que la Grande Boucle regrese a suelo francés. Un día de descanso que ha sido ampliado por parte de los corredores a tres, si exceptuamos las décimas de segundo en las que se escucha un freno y todos rezan para que la caída no se produzca delante de él. O encima. Ése ha sido el mayor aliciente, amén del público, el colorido y la belleza que los parajes han traído a las pantallas e instantáneas de todo el globo.
Después de la tempestad, llega la calma. Y después, de nuevo, la tempestad. Esperemos que así sea, porque una edición que prometía tanto no debería caer en los clichés de los últimos años de monotonía, aburrimiento en el grupo y al otro lado de la televisión. La imagen del Tour está en peligro. Ya es vista como la grande más aburrida, en la que menos cosas pasan si no es por la gravedad y el embudo que la gran forma de los corredores produce. Leyes físicas. Que las mayores noticias de estos tres días hayan sido el público, la falta de combatividad y el execrable tiroteo de Copenhague habla a las claras de cómo está siendo hasta el día de hoy la carrera.
Aún así, hay elementos para analizar. La querencia de Rigoberto Urán por el suelo y los cortes, que hay ciclistas muy concentrados en la competición y que hay sprinters que están ahí de nuevo. Peter Sagan, por ejemplo, o Fabio Jakobsen, que junto a su compatriota y archienemigo Dylan Groenewegen han sido los dos velocistas más rápidos sin discusión de las primeras volatas. Con el permiso del regular Van Aert, que precisamente porta un amarillo, verde en espíritu, que estará en discusión entre Bélgica y Países Bajos, con permiso de Eslovaquia, cuyo exponente ha mostrado un claro enfado con el belga por los movimientos en el sprint. Sagan promete venganza. Wout ya muestra desgaste por el eterno segundo puesto.
Van Aert está arrastrando al Jumbo-Visma al abismo. Cuando un equipo está distraído con objetivos secundarios, suele fallar en la consecución del fundamental, que no es otro que ubicar tanto a Roglic como a Vingegaard por delante de Pogacar en París. El baño de masas del segundo le está haciendo crecerse y regresa a Francia por delante de su teórico jefe de filas. El esloveno tiene ahora dos enemigos. Uno en casa. Y ya se sabe que el fuego amigo es el peor de los fuegos. Y que combatir la ambigüedad es más complicado que la enemistad completa. Jumbo tiene salsas que aclarar y un río revuelto del que un equipo con ideas claras como UAE puede sacar provecho.
Mientras las etapas decisivas se acercan, poco o nada que echarse a la boca. Los ciclistas y sus chóferes deben recordarse cada día de qué manera funciona y se financia el ciclismo. Si lo olvidan, seguirán causando extraordinarios problemas. Los aficionados cada vez encuentran menos motivos para dedicar tiempo a una carrera que supone una decepción constante. No es culpa de la organización, que ha dispuesto elementos para que hubiesen pasado cosas en estos primeros dos días en línea. Los equipos y sólo los equipos son culpables y responsables de esto.
Escrito por Jorge Matesanz
Foto: ASO / Charly López