Cuando levantó los brazos en San Andrés de Teixido, en la Vuelta a España de 2016, la máquina de crear estrellas francesas se puso a pleno rendimiento. Salía humo de las cabezas de muchos pensando en la nueva gran figura del ciclismo galo. Un corredor que, en su debut en una gran vuelta, y en un equipo modesto de segunda categoría, había logrado resolver desde lejos una fuga de muchos quilates. Se vislumbraba un corredor hábil en la media montaña y con cierta punta de velocidad, un caramelo para acumular victorias. El Direct Energie de Bernaudeau había apostado fuerte por este ciclista que ya había triunfado en carreras sub23 tan exigentes como Ronde de l’Isard o el Triptyque des Monts et Châteaux belga. En aquella Vuelta siguió demostrando un espíritu batallador y, aunque lejos de repetir la machada, aguantó las tres semanas con un notable rendimiento. ¿Estábamos ante una nueva luz en el futuro del ciclismo francés o era simplemente un destello fugaz?
El año 2017 sacó de dudas a todos. Convertido a sus 24 años en ciclista bandera de Direct Energie, donde debía ser el relevo de los veteranos Voeckler y Chavanel, se destapó con una temporada magnífica. Ganó Étoile de Bessges, Semana Coppi e Bartali y Circuit Sarthe-Pays de Loire; y se mostró ambicioso y presente entre los grandes en París-Niza y Vuelta a Suiza. El camino a su primer Tour de Francia era más que ilusionante. Y no decepcionó el bravo ciclista de Albi. Igual que en la ronda española, su debut llevaría el premio de una victoria de etapa. En la octava etapa, jornada montañosa típica del final de la primera semana, se mete en una carísima fuga camino de la Station des Rousse. Antes de encarar la ascensión final, a 17 km de meta, demarra y nadie puede seguirle, ni siquiera el favorito Robert Gesink. No desfallece en la ascensión final, ganando el pulso al pelotón. Ganará la etapa dejando unos últimos cuatro kilómetros que han quedado grabados en la retina de todos. Castigado por los calambres, sufrió, se retorció y arriesgó la luxación de lengua al más puro estilo de los histriónicos héroes franceses del pedal. Su victoria le consagraba como una nueva punta de lanza en ese ciclismo de ataque que enamora. Coetáneo de Alaphilippe, las comparaciones estaban servidas. ¿Lilian o Julian?
Sin embargo, en los años siguientes Lilian iría perdiendo el punch, la suerte y la varita mágica por la que parecía tocado. 2018 todavía fue un año muy bueno, aunque más escaso en victorias. Llegó de nuevo bien al Tour, después de ganar algunas clásicas francesas y ya asentado como jefe de filas de los de Bernaudeau. Luchó de nuevo por llevarse alguna etapa, pero sin descuidar hacer una buena general (craso error). Aunque demostró gran regularidad, no pudo repetir los éxitos de años anteriores. No había sido un mal año para un corredor en crecimiento, pero las expectativas puestas ponían una presión y una altura de listón que no era fácil de mantener.
En 2019 Calmejane fue diluyéndose poco a poco, confirmándose como un muy buen corredor para el calendario francés y carreras menores, pero viéndose lejos de la pelea cuando el nivel subía. Siguieron llegando victorias y puestos de honor, pero en el Tour de Francia pasó sin pena ni gloria. Peor aún fue el pandémico 2020, donde el francés, en su último año con Bernaudeau, no levantó cabeza. Castigado por parones, lesiones, caídas y desconfianza, su Tour termina pronto, retirándose en la octava etapa.
Necesitado de un cambio, entra en el ambicioso proyecto de AG2R-Citroën, que se empieza a convertir en una especie de constelación de estrellas apagadas en busca de nuevo brillo. Sin embargo, su inicio de año está siendo como la tónica general del equipo de Lavenu, bastante descorazonador. Muy lejos de su mejor nivel y totalmente olvidado para muchos.
Esperemos que Lilian vuelva a enamorarnos como en sus inicios y no sea una víctima más de esa manía nuestra de encumbrar a los ciclistas antes de haber hecho carrera. Tiempo hay para que vuelva por sus fueros, nosotros lo celebraremos si es así.
Escrito por Víctor Díaz Gavito (@VictorGavito)