A lo largo de su historia como equipo, el Imperio Ineos/Sky no ha dudado en tentar hacia el lado oscuro a los mejores jedis que pudieran defender el legado de los sith Wiggins y Froome. Pero todo imperio que quiera dominar la galaxia no puede apoyarse solo en las vedettes de la espada láser. Necesita una buena armada de stormtroopers que no tengan miedo a lanzarse inconscientemente a la batalla en todos los planetas, lunas y estrellas del universo ciclista.
Para lograr reclutar piezas valiosas a su ejército (otrora) dominador, los gestores del conjunto británico han sabido apostar por un tipo de corredor que, aunque no luzca como sus compañeros, garantiza un papel esencial en los objetivos de sus líderes. Son una subespecie de soldados todoterreno, educados en la lucha contra los elementos y apasionados de esas carreras de locos que son las clásicas de adoquines. Siguiendo el legado de los Ian Stannard o Luke Rowe, el neerlandés Dylan van Baarle se ha convertido en un auténtico pilar del batallón imperial.
Nacido en la localidad neerlandesa de Voorburg hace 29 años, Dylan cuenta con una trayectoria profesional al alcance de pocos elegidos, pese a que su palmarés se reduce a solo cinco victorias. Aunque su reciente Tour de Francia haya sido más que discreto, es uno de los mejores gregarios del pelotón. Uno de esos tipos que te puede hacer 200 kilómetros en cabeza del gran grupo sin poner una sola mueca de sufrimiento. Da igual que haya puertos alpinos, frío, lluvia o calor de por medio. Da igual que quieras trenecito o ritmo salvaje “destrozapiernas”. Ahí está van Baarle dispuesto a abrir el tarro de las esencias para que las figuras de Ineos rematen la faena.
Curiosamente el neerlandés se formó en la cantera de Rabobank, actual Jumbo Visma, el gran rival en la lucha por un monopolio del negocio del ferrocarril que atraviesa su mayor crisis en la última década de la Grande Boucle. Allí se forjó en sub23 con el equipo de desarrollo continental, con muy buenas prestaciones que, sin embargo, no cuajaron con un contrato profesional en la estructura neerlandesa. En 2013 el primer equipo, que por entonces se denominaba Blanco tras la salida del patrocinador bancario, atravesaba tiempos convulsos en busca de nuevo sponsor. Así que Dylan prefirió no hipotecar su sueño de ser profesional y optó por quien le había hecho oferta previa y garantizaba su futuro en el ciclismo, el Garmin-Sharp.
En su año de debut se mostraba como un corredor potentísimo, pura estampa de clasicómano, capaz de brillar contra el crono, con punta de velocidad y con capacidad de defenderse cuando la carretera se inclinaba. Así llegaba su primera victoria, en la que otra vez el destino jugaba caprichoso. El neerlandés se llevaba la general del Tour of Britain por delante de Michal Kwiatkowski, por entonces en Omega Pharma, y de Sir Bradley Wiggins, de Team Sky. Si en ese pódium tuviera que sonar un himno, ninguno mejor que los acordes imperiales de John Williams.
Su llegada al Team Sky se produciría en 2018, después de su mejor temporada en las piedras, coronada por un gran cuarto puesto en De Ronde. Desde entonces ha ido creciendo en importancia, confianza y aptitudes sin desaprovechar sus oportunidades cuando le dan libertad, que le han valido para ganar la general del Herald Sun Tour australiano y una etapa de montaña en Dauphiné en 2019 y la clásica belga A Través de Flandes esta temporada.
El neerlandés acaba de disputar su tercer Tour de Francia con el Imperio en un año en el que el lado oscuro parece al borde de la rendición ante los jóvenes rebeldes del nuevo ciclismo inconformista. El soldado van Baarle ha tenido un papel distinto, con un equipo debilitado que debía arropar a Richard Carapaz en un asalto imposible ante el rodillo de Tadej Pogacar. Parece que esta vez el Imperio Contraataca poco y sin suerte. ¿Veremos pronto, quizás en la Vuelta, la Venganza de los Sith?

Escrito por Víctor Díaz Gavito (@VictorGavito)
Fotos: @ACampoPhoto