Opinión Recorridos Tour

Editorial: el rumbo de un Tour de Francia sin norte

Presentado el recorrido de forma oficial para la edición de 2023, muchos son los elementos de debate y de comentario, quizá demasiados, algo que siempre es sinónimo de no ser muy buena señal. Un recorrido experimental, que como tal habrá que tomarse, y que mantiene muy poco reconocible de lo que hizo grande al ciclismo y en concreto a esta carrera, recordemos que la considerada por todos la mejor del mundo. El Tour de Francia 2023 sale del País Vasco español, abarca muy poco de la geografía francesa y da excesivo trabajo a los elaboradores de los mapas oficiales, con horas de trabajo para cuadrar tanto nombre en tan pequeño terreno. En España bautizaron alguna edición de la Vuelta como la «Vuelta sin norte», en clara alusión a la ausencia de las regiones norteñas del país. En esta ocasión, parafrasearemos el titular con la intención de indicar que el regalo más útil en estos momentos para la organización del Tour puede ser una brújula. La nouvelle cuisine te presenta un pudding a la mermelada de mango conceptual y te la presenta en un plato normalmente más caro que todo el escaparate de tu cartera. Te dicen que es pudding, lo miras por todos los lados, dándole vueltas al ovalado plato (si fuese redondo qué vueltas le ibas a dar, claro) para acabar dándote cuenta de que el pudding es un dónut acostado en un lecho de mermelada de marca cara. Eso no es un pudding. Esto no es un Tour de Francia.

Se trata de un recorrido más propio de una Vuelta a España, cuya influencia no deja de crecer. Sin fin despectivo. La Vuelta tiene una muy menor tradición en comparación con la fábrica de sueños, héroes y leyendas que es el Tour. Y unos esquemas históricos que no han tenido ninguna rigidez por los vaivenes de su vida y fortuna. Es ahora cuando está generando un estilo, mejor o peor, que parece prolongarse en el tiempo. Empezando por el color del maillot, quizá de lo poco que conservará la edición 2023 de le Grande Boucle. ¿Y qué es un Tour de Francia? -preguntarán los más jóvenes del lugar, mirando a los críticos con el recelo y el gesto de desdén que siempre produce pertenecer a una generación anterior-. Un Tour es un lugar donde por fin consigues el carné de ciclista profesional, donde el calor achicharra tu agotada y empapada espalda, donde los límites de tu cuerpo son alcanzados. Donde no sabes por qué, pero sufres, lo pasas muy mal, te prometes nunca volver y sin embargo quieres seguir sufriendo, y sin embargo vuelves. Es la tradición que se cuenta de abuelos a nietos. Han cambiado las bicicletas, los tejidos, los kilometrajes, las carreteras, las mentalidades… Los tiempos, sí. Antes todo esto era campo y demás parafernalia no sin antes admitir que el cambio es necesario, es movimiento, es vida. Pero nunca a costa de perder la esencia.

Se han perdido esas primeras etapas llanas de nervio y tensión que marcan la diferencia. Las marcas exigen resultados aquí, no se van a conformar con cualquier cosa. Como una oposición multitudinaria, muchos candidatos para diez únicas plazas. Etapas largas que se hacen eternas con el calor y el griterío del público en la oreja. Eso ha pasado a mejor vida. Descansen en paz. La segunda etapa es la más larga, con 210 kilómetros. La segunda más larga es la octava, camino de la clásica Limoges, con 201. Las dos últimas etapas tienen menor kilometraje que la cicloturista de L’Etape by Tour de France. Nadie pide 400 kilómetros, algo que no es necesario. ¿Es necesario que la etapa de montaña más larga de esta edición sea la unipuerto al mítico Puy de Dôme con 184 kilómetros? Etapa que, con todos los respetos, aporta nada más que toda la leyenda que ni el contenido ni el continente añaden. Si me hubiese despertado tras diez años en coma, al ver este recorrido, mi primera pregunta es si las carreteras de ciertos puertos de montaña siguen en pie. La segunda que si las contrarrelojes han hecho algo en otra vida a los organizadores. O si les han robado la novia (o el novio, nadie se me ofenda). Difícil encontrar la anterior ocasión con tan bajo bagaje de kilómetros cronometrados. ¿2015? Sí, no hace tanto, pero tuvo una crono por equipos para ‘compensar’ la escasez de los 15 kilómetros de contrarreloj de Utrecht. Habrá que buscar. El Tour ha intensificado una lucha contra sí mismo y contra su historia como el adolescente que reniega de sus padres, o el convicto que reniega de su pasado. Como si el pasado del Tour tuviese algo de lo que arrepentirse.

Christian Prudhomme en la presentación del recorrido del Tour de Francia 2023 © ASO/Etienne Coudret

Cuando escucho opiniones contrarias a la contrarreloj, me quedo pensativo. Los vagos y vacíos argumentos que ahora las desacreditan vienen de las mismas personas a las que hemos escuchado halagos cuando han convenido en dirección opuesta. Obviamente, esto es una exageración, pero por qué no quitarle -ya que está de moda- los cinco Tours a Induráin. Los obtuvo gracias a la ventaja sideral que le dio la exagerada cantidad de kilómetros contrarreloj de la época. Fue un abuso, careció de mérito. Decidlo: «Induráin nunca debería haber ganado un Tour de Francia». Son aburridas, dicen. A lo mejor lo que falla en todo este organigrama no son las cronos. Ya llevan muchos años maltratándolas para encontrar un tesoro que no termina de aparecer ni aún suprimiéndolas. El Giro de 2022 programó su crono larga sobre 17 kilómetros que ni siquiera eran llanos. El último día. La carrera no pudo ser más soporífera. ¿Buscamos que la carrera se comprima como un archivo .ZIP? ¿Que las generales queden abiertas hasta el final? Reduzcamos el ciclismo a veinte etapas llanas. Ah, ¿que no dan audiencia?

Las cronos son el ciclismo. El ciclismo son las cronos, el esfuerzo individual. Dar el máximo contra el aire, contra la mente, contra rivales a los que no se ve. Y de todo tipo. La mayoría, mentales. No tienen audiencia. Son aburridas, dicen. Se recortan (o suprimen) cuando a lo mejor el problema es todo lo demás. Quien no sepa valorar lo que una crono supone en el ciclismo quizá se haya equivocado de deporte. ¿Para quién estamos diseñando? ¿Para los aficionados de verdad? ¿O para los ocasionales que se pasan por allí de vez en cuando? ¿O para las televisiones? ¿O para los organizadores que sufran así menores quebraderos de cabeza con cortes de tráfico? Lo más sangrante es que se ha realizado una reducción de una forma tan sutil (¿a drede?) que los contrarrelojistas de entonces ya no están en activo para quejarse. Y los de ahora, si es que queda alguno, prefieren callar y entrar en el juego del bienquedismo en el que se está perdiendo nuestra esencia crítica como seres humanos. El desagüe de titulares sin sustancia que podrían valer en un corta y pega edición tras edición. «Me gusta, es un Tour durísimo», dijo el aspirante a desbancar al dorsal número uno, Tadej Pogačar. Y qué va a decir. Y tiene todo el derecho a que le guste, igual que los organizadores (sólo faltaba) a preparar una propuesta semejante. Es legítimo y hay que concederles el beneficio del hecho de tanto aspecto subjetivo. Aunque jamás encontré más consenso en una cosa: el recorrido del Tour no ha gustado. Redes sociales, foros, grupos de Whatsapp, Telegram. ¿A quién le ha gustado? ¿Quién lo afirma? Nadie va a una fiesta de cumpleaños a decirle al cumpleañero que cada año tiene que comprar una talla más de vaqueros, ¿verdad? Pues eso.

Hay aún así algún aspecto vintage. El Tour 2023 tiene una salida de etapa desde Mont-de-Marsan, localidad en la que habitaba el añorado Luis Ocaña. 50 años ya de la consecución del maillot amarillo por parte del conquense. Una edición la celebrada en 1973 que incluyó siete etapas que superaban ampliamente los 200 kilómetros. Cinco contrarrelojes. Seis dobles sectores. No sé qué pensaría Luis de la presentación de este recorrido. No creo que reconociese el deporte por el que tanto dio. Y en el que tanto removió. Por terminar con la crítica, añado que no he visto ni una sola propuesta por parte de la FIFA, la UEFA, algún futbolista o presidente de equipo de fútbol proponer que los partidos duren menos de noventa minutos. Incluso si empatan, hay prórroga. Incluso penaltis si ese periodo no sirve. O partidos de desempate. Podrían recortar el campo (o ensancharlo) para favorecer a los equipos ofensivos o que hubiese mayor cantidad de goles. Hay mucho de tradición en un deporte que quiere continuar dejando legado. El ciclismo no lo termina de entender. Imagino que en un alarde de imaginación, las discotecas podrían apagar la música. O las bicicletas comenzar a desplazarse marcha atrás.

No pasa nada. Me estaré haciendo mayor. O es que a veces cuesta reconocer el deporte del que te enamoraste un día.

Tadej Pogačar en la presentación del recorrido del Tour de Francia 2023 © ASO/Etienne Coudret

Seguimos con el Tour 2023. Regresa el Puy de Dôme, una montaña que muchos sólo hemos visto en blanco y negro y de la que hemos escuchado maravillas. No está mal ponerle color a los recuerdos de vez en cuando. Las gestiones de esa llegada no habrán sido nada sencillos. Chapeau. Por otro lado, si exceptuamos esta cima y la del Tourmalet, ¿qué más cimas míticas se incluyen? ¿Marie Blanque y Aspin? Todo dicho. Parece la concatenación de la Itzulia con la Route du Sud, seguida por la Dauphiné y culminada en los Vosgos, que ofrecen la sorpresa más agradable de todo el recorrido. A decir verdad, es una etapa que rompe los esquemas de los clásicos Pirineos + Alpes o viceversa. Una hegemonía que se cuestiona en el esquema gracias a la irrupción de la Planche des Belles Filles, que por fin descansa y deja paso a colosos que salpimentaron el Tour Femmes en su versión de 2022.

Los finales en alto han dejado paso a etapas con finales extraños, difusos. ¿Es Le Markstein final en alto? ¿Lo es Courchevel? Todos imaginamos esa subida final que tanto dio que hablar a finales de los 90 y en los 2000. Pantani, Armstrong, Valverde, Ullrich, Virenque… los grandes del ciclismo de los últimos veinte años. Recuerdos que pese a opiniones contrarias nadie nos podrá arrebatar. Esta vez el final es en bajada tras el Col de Loze, más a modo Xorret de Catí que en modo Morzine, que a su vez regresa con el escurridizo Joux Plaine justo delante de su meta. Una etapa dura y traicionera. Grand Colombier regresa tras el fiasco de 2020 (sin público y sin espectáculo), en una etapa que se presume sin excesivas dificultades hasta Culoz, localidad que acoge el inicio del puerto. Demasiada etapa en los Alpes cuando en realidad con dos o tres etapas antes era suficiente. Entre etapas de 250 kilómetros y de 150 habrá puntos intermedios. ¿Quiere decir que el Tour no es duro? Ni muchísimo menos, dureza hay para parar un tren. Los ciclistas lo convertirán en una obra de arte, esperemos. Todo dependerá de los muchos factores que acompañen a la carrera, como el contexto, las intenciones, las actitudes, los sucesos…

No es eso. Es sólo que, cariño, has cambiado tanto que ya no te reconozco. Han pasado tantas cosas entre medias que es imposible ser los mismos. Hasta ahí, lo entiendo. Me siento como en una película futurista donde los cambios son tantos que te sobrepasan. Como aventuraron a decir las civilizaciones nativoamericanas con la después errática interpretación occidental de los, por ejemplo, calendarios mayas, «el mundo se acabará en el año 2012». Y lo hizo. Vaya si lo hizo. ¿O es que acaso el mundo desde 2012 se parece en algo al que ellos bebían? En fin. Podríamos seguir, pero siento que me he extendido tanto que seguro que si ponemos en línea las palabras de todo este texto conseguiríamos superar con creces los 22 kilómetros de longitud que posee la única crono diseñada para el Tour 2023. Y tampoco es plan.

Antes los neerlandeses eran holandeses. Y Le Tour era el Tour de Francia. Como diría Chris Martin, de Coldplay, en una de sus canciones más famosas (llamada ‘The Scientist’, que bien podría poner banda sonora a este recorrido): «nobody said it was easy, nobody said it was this hard… let’s go back to the start».

Traducido: esto no es un Tour de Francia.

Escrito por Jorge Matesanz

Fotos: ASO / Maxime Melobel

Una respuesta

  1. Iba a decir algo así como “dejando a un lado el tema crono y bla-bla-bla…” pero es que no puede dejarse de lado otro atropello más a una parte de la historia de esta carrera. Porque si los Tourmalet, Galibier y compañía son leyenda en el Tour, también lo han sido sus cronos, donde hemos visto espectáculos memorables, de todo tipo y con todo tipo de protagonistas, la última bien reciente con Pogaçar y Roglic.

    Que el Tour de Francia corona siempre al corredor más completo ha quedado definitivamente sepultado y enterrado, no solo por reducir al absurdo la lucha individual, sino por seguir insistiendo en reducir cada vez más los kilometrajes en las etapas de montaña.

    Y todo esto no obedece a otra cosa que a intentar controlar, guionizar, influenciar o como queramos llamarlo el desarrollo de una carrera. No quieren diferencias entre los que luchan por la general. No quieren que una Jaca-Val Louron de la vida les deje la lucha reducida a 2 con medio Tour por delante o que, directamente, el más fuerte sentencie la carrera. No quieren que una crono de 50 kms mande a los regulerians a 5 minutos. Como para poner 2 como antes…….

    Quiero creer que, de una forma sincera, meditada y contrastada con datos objetivos, los organizadores piensan que la única forma de enganchar a los ocasionales frente a la tele es así, que pase algo todos los días, pero poco,…y a ser posible al final. Y más con esta nueva generación de jóvenes de highlights de 3 minutos máximo. Porque, no lo olvidemos, la frikada ciclista somos 4 gatos. Los que hacen subir o bajar las audiencias, por ende los patrocinios, por ende el negocio, por ende la superviviencia del tinglao, son los ocasionales.

    Y yo también quiero hacer esa reflexión, intentando dejar a un lado el aspecto puramente pasional de criminalizar a los organizadores, aunque sea lo que me pide el cuerpo.

    Podemos decir y con mucha razón, que el Tour hace lo que quiere porque es el Tour y siempre tendrá un seguimiento masivo. Podemos decir que este cambio de parámetros solo obedece a tendencias, modas, tipología de corredores del momento,…ahora les ha dado por ahí,…ya cambiarán y volverán a la senda más clásica. Pero cuando la tendencia, no solo se mantiene, sino que se acentúa (con algunos matices por edición, pero la deriva es clarísima), algo está pasando. Porque ya son muchos años. Y porque tanto el Giro como la Vuelta van por los mismos derroteros, aunque también con algún matiz en el caso de la carrera italiana, que puede parecer que se resiste a entregar la cuchara ante los nuevos tiempos como gato panza arriba, pero ocurre que se desangra porque tiene la panza abierta en canal y claro, sus garras ya no hacen tanto daño.

    En un mundo global con plataformas por doquier, pirateo aquí y allá que me permite verlo todo cuando y como yo quiero, la oferta se multiplica, la clientela potencial se atomiza hasta el extremo y está claro que hay que pescar aquí y allá para mantener unos niveles mínimos que mantengan el circo rentable.

    A nosotros nos da igual que el recorrido sea mierder, regulerian o Pogaçar. Lo vamos a ver sí o sí, y el que diga lo contrario miente. El día 1 de Julio estaremos sentados frente al televisor,…y el día 2…y el día 3….Por eso los recorridos nunca irán dirigidos a una parte que la tienen asegurada, hagan lo que hagan. Escupiremos bilis por un lado y por otro, pero el día D estaremos. Ahora, los clásicos, los aficionados de siempre, no hacemos que la etapa del Tourmalet tenga 3 millones de espectadores. Puede que en Francia por ser el Tour (y lo dudo bastante). Ojalá, pero no.

    En los 80, 90, incluso en los primeros años de la década del 2000, hasta que empezó a globalizarse internet, la oferta televisiva era o ver la telenovela o ver el Tour, así de simple. Daba igual que Indurain mandara a Chiapucci a 5 minutos en la crono de la etapa 7. En Italia las audiencias seguían siendo millonarias, en Francia porque es el Tour y en España, por descontado. Esto ahora no pasa señores. Ahora si Pogaçar hubiese destrozado a Vinegaard en el Galibier, las audiencias después no hubiesen sido las mismas.

    Por todo ello, desde lo único que los organizadores pueden controlar, que es el recorrido, intentan minimizar riesgos. Es la única explicación medio lógica que tiene todo ésto. No sé si equivocada o acertada. No sé si contrastada con datos, quiero pensar que sí. No sé si es buena fórmula ofrecer menos pero más repartido para enganchar a la generación del youtube. No sé si es buena o mala f´órmula adaptarse a los tiempos, aunque esa adaptación haga que pierdas tu esencia, tus valores, lo que te ha llevado a ser uno de los mayores eventos deportivos del mundo.

    Lo único que sé es que el cambio ha venido para quedarse, por desgracia.

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