El 10 de octubre de 1999 se disputaba el Mundial de ciclismo de fondo en carretera. Los favoritos, Ullrich y Vandenbroucke, llegaban a la recta final sabedores de que las medallas estaban a su alcance. En cambio, por el córner, como se conoce vulgarmente a esos ataques que nadie espera, arrancó un cántabro del que muy pocos habían oído hablar. Era Óscar Freire, ciclista que ese día dejaría de ser una joven promesa del sprint y las pruebas de un día a una auténtica realidad.
De hecho, su firma con el Mapei italiano fue un hecho de forma inmediata. Las ofertas le llovieron, su vida había cambiado para siempre. Portar la preciada prenda durante doce meses es algo con lo que todo corredor que luce un dorsal sueña. Se trata del segundo mundial para España, tras la victoria agónica de Abraham Olano en 1995. Una medalla de oro que cobra mayor valor conforme pasan los años.
Era impensable pensar en aquel momento que Freire fuese a elevarse a los altares del ciclismo y ser parte de la historia, más allá de una mayestática victoria como aquella. Lo que nadie imaginó fue que iba a ubicar su nombre junto a Eddy Merckx, Alfredo Binda o Rick Van Steenbergen. Posteriormente también con Peter Sagan. Tres Campeonatos del Mundo que no están al alcance de cualquiera. Una cuarta victoria que fue más que posible y que nunca llegó por diversos motivos.
El primero fue que el gran momento del ciclismo español abrió el abanico de líderes participantes, lo cual despistó la idea original de tener a Óscar como líder único y principal. Los circuitos daban mayor movilidad a ciclistas, por ejemplo, italianos, expertos en estas lides. Bettini estaba en el ajo, así como Ballan, Cunego, etc. Todos ellos potenciales campeones, si no lo hicieron realidad. Ese avispero aprovechó que la selección quizá más fuerte de la oposición no jugase sus bazas con claridad y se confundiese entre al apoyo a unos u a otros corredores. La unión hace la fuerza y en esos casos Italia fue un bloque unitario, ganando tres mundiales consecutivos.
Aún con todo, las lesiones también jugaron un papel. En 2001 consiguió el imposible, tras una no muy buena temporada, y en 2004 lo bordó gracias a rematar el trabajo de equipo, excelente en esta ocasión. Valverde ejerció de lanzador y perdió su gran ocasión para anotar el primer mundial de su entonces prometedora carrera. En 2000 solo pudo conformarse con el bronce. En 2002 un encontronazo con Bettini le rompió la rueda y así no pudo disputarle a Mario Cipollini un sprint que estaba cantado.
El cuarto nunca llegó. Una lástima para un corredor que entre su primer título y su última victoria adornó su palmarés con una barbaridad de triunfos importantes, como la Milán San Remo en varias ocasiones, las etapas conseguidas en Tour, maillot verde incluido, el único para el ciclismo español, etapas también en la Vuelta o clásicas como la París-Tours. Un auténtico recital para un ciclista que fue mucho más que un velocista.
Escrito por: Lucrecio Sánchez (@Lucre_Sanchez)
Foto: Sirotti