Por entonces los considerábamos unos privilegiados.
Los veíamos subir por aquellas carreteras; atravesar aquellas cordilleras pirenaicas, alpinas, dolomíticas… con aquellos porcentajes de pendiente, por unos parajes absolutamente desconocidos por entonces para la inmensa mayoría de la afición. Rodar por aquellos caminos de pavés y de barro… Meterse 200 kilómetros y más entre pecho y espalda en un solo día… Llegar a meta después de haber soportado el más inmisericorde sol, la lluvia, la tormenta, el viento, el frío…con aquellos rostros, con aquellas heridas en brazos, piernas, caras…
Eran unos privilegiados simplemente por ser capaces de hacer eso. Día tras día. Eran unos privilegiados por cobrar dinero, la mayoría de ellos entonces poco, por hacer eso. Eran unos privilegiados, también, por el reconocimiento social que tenían, simplemente, por ser capaces de hacer eso.
Y como eran unos privilegiados, nos provocaban envidia. Envidia sana. Deseábamos imitarlos. Simple y llanamente queríamos ser como ellos. Ser uno más de ellos. Pero, nuevamente, sólo otros privilegiados llegaron a ser como ellos. La inmensa mayoría nos quedamos por el camino.
Fueron pasando los años. Fuimos haciéndonos mayores y constatando que jamás formaríamos parte de aquel selecto grupo de privilegiados. Con el paso de los años, nosotros fuimos cambiando; la sociedad fue cambiando; el ciclismo fue cambiando. Y llegaron los momentos en que aquel ciclismo y aquellos ciclistas que nos llegaron a encandilar durante nuestra niñez y juventud… ya no nos entusiasmaban tanto.
Pero quizás, en estos días, estemos asistiendo a un salto cualitativo. Tal vez también se diesen casos en aquel ciclismo tan idealizado de nuestra niñez y juventud. Pero aquellos casos no trascendieron tanto, seguramente porque la información no fluía de la misma manera en que lo hace hoy día.
En estos días estamos asistiendo a casos que hace décadas no hubiéramos acertado a imaginar: por esa razón de que los considerábamos unos privilegiados y esas cosas jamás les podrían suceder a esos semidioses por nosotros creados e idealizados.
Hace muy pocas semanas, Tom Dumoulin abandonaba “provisionalmente” el ciclismo. Tras tomar esta decisión en mitad de una concentración con su equipo Jumbo-Visma, el neerlandés vencedor del Giro 2017 afirmó “Es como si me hubieran quitado una mochila de 100 kilos de la espalda. He vuelto a despertarme siendo feliz”
El gallego Martín Bouzas, con 22 años y sólo uno en la categoría continental en el equipo navarro Kern Pharma, tomó también la decisión de dejar nuestro deporte durante el pasado mes de octubre. Relataba por entonces Bouzas a la web de su equipo que “las dudas llegaron cuando firmé mi contrato para pasar a profesionales. Debía ser el mejor momento de mi carrera deportiva, la culminación al trabajo de tantos años, y bien al contrario fue una especie de castigo. Empecé a meterme presión, a depositar sobre mis hombros expectativas que me aplastaban. Ahora tenía que entrenar más duro, tenía que hacer todo lo mejor posible, tenía que dar un nivel mínimo…Toda esa presión me hizo dudar. ¿De verdad quería soportar todo eso? Justo el paso a profesionales me hizo cuestionarme la situación”

Hace pocos días el galo Thibaut Pinot llegaba a declarar a “L’Equipe”: “Ya no hay diversión. En mis primeros Tours solíamos ir al pueblo para escuchar al payaso contar chistes 20 minutos antes de la salida. Ahora estamos en el autobús, recibiendo información sobre qué camino tomar en una rotonda y la dirección del viento”
Tres ejemplos de que el ciclismo cada vez resulta menos divertido, incluso a sus protagonistas: los propios ciclistas. Todo excesivamente programado, milimetrado. Una profesión cada vez más invadida por la rutina, cada vez más asemejada a un día en la oficina, en la fábrica, en la cadena de producción.
No son ningunos don nadie. Vencedores del Giro de Italia. Vencedores de campeonatos de España contra el reloj en categorías inferiores, ganadores del Giro de Lombardía. Corredores que han llegado a la cumbre de nuestro deporte. Y desde ahí, se han cuestionado, casi, si les merece la pena continuar.
Da para reflexionar.
Escrito por Raúl Ansó Arrobarren (@ranbarren)
Fotos: @ACampoPhoto