Creo que no habrá nadie entre los fieles aficionados a nuestro deporte que cuestione la existencia de las llegadas masivas. Es más, son parte esencial de las carreras, por etapas o de un día. Dar el máximo durante trescientos metros en un esfuerzo explosivo al máximo de pulsaciones. Tensión, codos, colocación, buscar las ruedas apropiadas y conseguir ese hueco que permita remontar en los últimos golpes de riñón y levantar los brazos. Adrenalina por las nubes, golpes en el manillar pasada la línea de llegada, brazos en alto de alegría o de rabia, celebraciones efusivas con los auxiliares. Todo sucede muy deprisa, incluso las caídas. Estar sprintando o despertar camino del hospital en lo alto de una camilla pueden ser hechos separados por apenas un par de segundos. Peligro, la sensación de estar jugándote la vida contra el asfalto. Pensar sin pensar, porque si piensas, te caes. Y si dudas, estás fuera.
Para disfrutar de toda esa belleza se necesita una elaboración previa. Los equipos de los velocistas implicados trabajan de forma intensa desde la salida, ya sea dejando marchar las fugas que les interesen como tirándolas abajo. Es cierto que es una forma de espectáculo bastante estática y que ofrece poca variación: un grupo tirando, el grupo de fugados resistiendo como puede. La llegada al sprint dura raramente más de un minuto. Por tanto, goza de la inmediatez de los tiempos, pero no casa con la gran oferta televisiva incluso dentro del marco deportivo que no asegura que un aficionado vaya a ver una etapa para el sprint. Incluso con nacionales implicados en la pelea por la etapa, las audiencias se resienten, los aficionados se aburren y comienza a cundir el tedio cuando varias de estas etapas se concatenan.
Sin embargo, hay ciertos perfiles de etapa que son más atractivos porque combinan la llegada al sprint con la posibilidad de que algún ciclista sea capaz de romperlo. Esa incertidumbre es oro en tiempos de prime time y plataformas que están en todo momento llamando nuestra atención y diciéndonos “¿te aburres? Cambia de canal”. Si hay movimiento y entretenimiento, nadie va a achacar que la resolución sea al sprint. Al contrario, va a haber más expectativa por verlos.

¿Deben desaparecer? De ninguna manera. ¿Deben adaptarse a los nuevos tiempos? Desde luego. ¿Cómo? Buscando etapas mixtas en las opciones que pueda general y en el tipo de corredor que pueda sentirse incluido en ese terreno. Por ejemplo, en la Vuelta a España, las llegadas a Córdoba o Murcia en muchas ocasiones se han resuelto con un sprint, pero incluir un aliciente que dé qué hablar, que pueda haber movimientos, que se filtre el gran grupo… De ese modo, pese a que después muchos ciclistas no sepan o quieran entrar en tanta complicación para la pelea, habrá más corredores que puedan levantar los brazos. O al menos los equipos lo pensarán.
Así también se obliga a corredores que se quedan en los puentes a mejorar sus prestaciones en subida. O bien a buscar otro tipo de alternativas para ganar etapas, clásicas o sprints. Seguirá habiendo etapas fáciles, las tiene que haber. Pero, ¿por qué ha de haber ocho o nueve sprints claros en una gran vuelta cuando contrarrelojes llanas de cierta magnitud a lo mejor nos encontramos una o, viendo el panorama del Giro de Italia, ninguna? ¿Por qué un escalador de fondo puede encontrar una o ninguna etapa que se adapte a sus características?
¿Por qué regalar además esas etapas cuando son por estadística las menos seguidas de las grandes vueltas? A no ser que la ciudad de llegada sea un buen hit en turismo o similar, las etapas llanas ofrecen una bajada de la audiencia media. La comparación con las etapas de montaña en ese aspecto es bastante evidente. Si la excusa para reducir los kilómetros cronometrados ha sido en parte que las audiencias eran peores (cosa que no es del todo cierta, dicho sea ya de paso), ¿por qué no plantearse qué sucede con este tipo de etapas que nadie quiere ver y en las que normalmente nunca pasa nada?

Es normal que el organizador intente vender las bondades de todas sus etapas. Pero no se debería comprar por parte de quienes narran ciclismo y, por tanto, de quienes lo consumen. El ciclismo debe ser un deporte equilibrado donde se ofrezcan oportunidades para todos. Tampoco nos engañemos, y es que también debe ser un deporte inteligente que, conservando sus tradiciones, debe adaptarse a los nuevos tiempos de exigencia y competencia televisiva, la adición de nuevas formas de transmitirlo y vivirlo, de competirse, de concebirse. Hoy día es un deporte bastante estático, plano en algunos aspectos. Si las etapas salen entretenidas, tiene un pase. Si no lo son, resta más que suma.
En conclusión, los sprints no deben desaparecer, solo evolucionar. Al igual que los ciclistas de generales han tenido que reinventarse para aspirar a ganar. Otros seguramente han aceptado que nunca serán parte de lo que hubiesen sido en los años 90, por poner un ejemplo claro. Entonces un escalador contaba con perder en crono una minutada. Ahora parten casi en igualdad de tiempos la montaña. Eso resta mucha presión al escalador para buscar la carrera, ya que cuenta con la tranquilidad de no tener que remontar, sino empezar a ganar. Es cierto que otro de los problemas es la falta de ambición general. Pero ésa es otra Caja de Pandora que abriremos otro día…
Escrito por Lucrecio Sánchez
Fotos: RCS Sport