Vaya por delante mi admiración por el ciclista, del que tengo la mejor opinión como deportista y como compañero.
Para los que hayan llegado tarde, hay que explicar, con toda la complejidad que entraña, qué es el llamado Landismo. Que nadie se piense que vayamos a hablar de Alemania, aunque nos vamos a ubicar en un lugar tan verde o más. Comencemos por el principio. Murguía reside en la provincia de Álava, a escasos kilómetros de la capital, hecho que eclipsa y beneficia a partes iguales. Esa relación se podría considerar una ligera metáfora de lo que ha supuesto Mikel en los equipos que ha militado. Un talento que ha vivido sus mayores días de gloria cobijado a la sombra de un árbol que absorbiera la presión. Ay, la presión.
Landa se presentó en sociedad en la famosa etapa de las Lagunas de Neila. Corría el año 2011 y aún formaba parte del ya extinto Euskaltel-Euskadi, un maillot naranja para el que despertaba nuevas ilusiones entre los éxitos de Antón y Samuel y los recuerdos de las hermosas arrancadas de Ibán Mayo. Se comenzó a hablar de un talento escalador que poco a poco iba a estar presente en momentos históricos del ciclismo. Desde Fuente Dé, día grande de Contador, al Giro de Italia 2015, donde tras cambiar de escuadra al siempre laxo Astana, comenzó a lucir los colores del cielo kazajo en cada gran montaña. Agarrado abajo como el gran Marco, iniciaría una serie de infortunios que le alejarían de alcanzar los objetivos y de gozar del respaldo completo de su propia escuadra. Dejó de ser una gran promesa para ser una gran expectativa. Momentos buenos, momentos malos. Había que creer en su talento, en las reminiscencias de su ciclismo. Eso es el Landismo, la forma de canalizar todas las pasiones que un escalador de inspiración pueda despertar.
Su paso por el rígido Movistar, lugar cuestionable para los ciclistas de inspiración, y por un Sky instalado en la indiscutible capitanía del ciclismo control, fue una mera pérdida de quizá sus mejores años al servicio de empresas que él mismo no era capaz de dar. La regularidad y el vivir calculando nunca fueron lo suyo. Un pez absolutamente fuera del agua. La clase, el reto, el levantar a la gente de su asiento. Eso sí. Astana era mejor opción para ello, pero el escaso margen de maniobra que le permitía convivir con una leyenda como Vincenzo Nibali y el considerado entonces como su sucesor, Fabio Aru. Esa búsqueda de espacio propio fue lo que motivó los cambios, amén, imagino, de una buena oferta económica. Imagino, también, a cambio de renunciar a ciertos escenarios.
Caídas, desfallecimientos inexplicables o surgimiento de gregarios sobre el papel como co-líderes en carne y hueso se han ido sucediendo todos estos años. Un tiempo donde su plenitud se ha visto mermada también por una cuestionable táctica en carrera. Hay ciclistas, como comentaba, que no son buenos en el cálculo. Cuando Pantani lo entendió, ganó dos grandes. Casi tres. Landa tendría que haber asumido otro rol. Incluso en la Vuelta 2021, donde su compañero de equipo, Damiano Caruso, usurpó, una vez más, su lugar. Mikel no hubiese tenido piernas para coronar la hazaña, parece. Pero este tipo de ciclistas no viven del resultado, sino de la huella. Nadie se acordará de sus cuartos puestos en París. Nadie se olvidará, en cambio, de la complicación que le supuso a Contador tenerle como rival en el Giro.
Las expectativas generadas a su alrededor le han hecho daño. Al olmo no se le pueden pedir peras. A Landa no le puedes pedir que desarrolle con éxito un ciclismo de contención, milimetrando los segunditos de aquí y de allá. En ese aspecto, ha logrado al menos mantener el tipo, lo cual tiene mucho mérito. Heredar la bandera de un ciclismo que ha hecho coexistir a Alberto Contador, Óscar Freire, ‘Purito’ Rodríguez, Alejandro Valverde, etc. no es ningún favor. Del mismo modo que lo sucedido en 2015 no va a hacerse realidad en 2021. Ni 2022. La calidad ciclista de Landa está fuera de toda duda. Pero de lograr la vuelta al ansiado podio final de las grandes tendrá que llegar de otra manera. A veces una forma de correr distinta, buscando el lucimiento, el disfrute personal, te acerca a situaciones que no imaginabas. Les sucede a los niños que cantan por iniciativa propia sin sentir que les miran y rojean cuando se lo pides delante de decenas de ojos. Cuando está visto que la presión hace efectos, es mejor restarla toda. ¿Nos imaginamos a un Mikel Landa sin la presión de sufrir en el llano en la cabeza del pelotón con el riesgo que ello conlleva? ¿Nos le imaginamos con todas esas fuerzas puestas en atacar a su gusto en las jornadas de montaña? Yo, desde luego, sí. Atarse a la general puede ser un error, por tanto. Y esperar a recuperar las piernas de 2015 ya avanzados en la treintena, complicado.
Por lo tanto, el Landismo puede seguir vivo. Pero requiere de un cambio de chip, de una reflexión profunda y un cambio de rol. No es tan sencillo, ya que habrá que ver qué opina quien paga su contrato al respecto. Aunque si queremos recuperar la mejor versión de este magnífico ciclista, se debe avanzar en algún camino. Si sigues haciendo lo mismo, el resultado no variará. Una máxima del día a día.
Escrito por: Jorge Matesanz (@jorge_matesanz)
Foto: Photogomezsport / ASO
Yo, que hasta 2018 solo veía las Grandes Vueltas y, desde entonces, veo casi todas las carreras del año, no acabo de entender bien el Landismo. O, mejor dicho, lo entiendo pero no lo comparto. En estos 3 años, poco le he visto hacer, la verdad. Creo que está viviendo de aquel Giro 2015 donde sí andaba una barbaridad.
Y digo que poco le he visto hacer porque creo que está evolucionando a Haimar Zubeldia más que a Contador.
En cuanto a su futuro, pongo en duda que le dé para ganar etapas, pero desde luego que si puede levantar los brazos será así, perdiendo tiempo algunos días para intentarlo desde fugas o con la energía reservada.
Saludos.