La batalla entre Vingegaard (a quien habrá que empezar a poner primero) y Pogačar ha sido apasionante. Durante más de dos semanas de Tour la general ha estado en un puño al mismo tiempo que un ciclismo ambicioso y de ataque ha sido desplegado por ambos. Porque, aunque no se lo crean los organizadores, ambos conceptos no van tan unidos ni se correlacionan en tanta medida como dictan sus obsesiones. Lo que marca las diferencias es la diferencia de fuerzas entre ciclistas más que el recorrido en sí. Ese mal extendido en las carreras de hoy día se une a una serie de análisis que trasladará la deriva del Tour a un extremo o al contrario.
El futuro del Tour se decide en base a giros de rumbo que en ocasiones son vías de no retorno. Las pruebas son interesantes, pero si el cambio se asienta como un mantra, es imposible revertir lo hecho con antelación, sea cual sea el resultado. El Tour siempre había sido sinónimo de tradición, de marcar la pauta.
El recorrido: una herramienta de control
Aún más después de las exhibiciones de la pareja Pogačar / Vingegaard, el modelo de contención de los recorridos sale reforzado. La atención mediática ha sido importante gracias a este duelo y no al recorrido, pero es un análisis que no se hará. Interesa esta senda de más etapas con pequeñas cosas para incentivar el día a día en la carrera. El modelo clásico del Tour de grandes etapas de montaña por encima de 200 kilómetros parece haber caducado, y a lo mejor está bien así. El danés y el esloveno se retroalimentan. Si uno de los dos no hubiese estado en liza, hubiese sido difícil ver algo de emoción con tanta diferencia con respecto al tercer clasificado. Un mundo irrecuperable.

Las contrarrelojes han sido eliminadas prácticamente en su totalidad para evitar las diferencias y favorecer el cero a cero. Las etapas más cortas se supone favorecen la intensidad en un público que no resiste grandes esfuerzos delante del televisor. Imaginemos que el fútbol reduce los partidos a 30 minutos y al mismo tiempo empequeñece las porterías para que existan menos goles y así jugarse las finales en la prórroga y los penaltis. Un sinsentido, ¿verdad? Eso busca el Tour. Y eso que el Tour ha sido otra cosa toda la vida. Esos primeros días de llano ya eran una selección silenciosa en sí, un desgaste que pasaría factura en la montaña a los que no están llamados a triunfar aquí.
Eso ha desaparecido y no volverá jamás. Ahora el Tour se distingue de una Vuelta a España en que se celebra en una fecha y país diferente. En 2023 las similitudes son incluso mayores porque la Vuelta usa algunos de los mitos del Tour de Francia en su recorrido como Larrau o el Tourmalet. Sigue teniendo más finales en alto la española, sí. La crono individual ya está pareja en kilometraje. Se trata de la misma empresa al fin y al cabo, una forma de homogeneizar criterios, de direccionar los esfuerzos en una misma dirección. Por cómo están ubicadas ambas en el calendario tienen las de ganar pase lo que pase.
La contrarreloj es una batalla perdida. En 2024 se terminará con una bastante dura en Mónaco. Interesa meter a Evenepoel en carrera y alimentar sus opciones de cara a atraer al aficionado belga. Como será la última etapa, ya no hay riesgo de que “destroce” la emoción de la carrera. Pocas diferencias no es sinónimo de emoción. No las hubo apenas en ediciones donde no pasó nada por la desidia de los favoritos. Les puedes poner tres puertos HC que si no están por la labor, poco habrá que hacer, que esperar. Se buscan carreras más eléctricas, que en el día a día no se desgasten tanto. Es lo opuesto al Tour de toda la vida.
El Tour ha pasado factura en su tercera semana por la acumulación de kilometrajes, temperaturas, tensiones y metros de desnivel. Ritmo alto, carreteras que ponen riesgo y ofrecen ese desgaste que seleccionará quién sí y quién no puede aspirar a ganar en París.

La mentalidad
Se pudo observar muy claro en la victoria de Pello Bilbao, en Twitter. De primeras, se lanzaron a celebrar la victoria del ciclista del Bahrain Victorious con una gran bandera de España. Fuera de sentimientos y legítimas opiniones, la realidad es que el ciclista está inscrito en la Federación Española de ciclismo y como tal consta en todos los registros. El Tour, como una de las instituciones más importantes del ciclismo, debe mantenerse ajeno a posiciones partidistas y cercano a la objetividad más absoluta.
El problema fue el de siempre, cuando debido a la presión de los comentarios, editaron el tweet para borrar la bandera española y sustituirla por la vasca. Sabiendo que es un tema polémico, en el que lo más sencillo es meterse en un embrollo y más por cómo funcionan las redes sociales, lo más adecuado hubiese sido publicar ambas banderas juntas. Hubiese reducido bastante el número de ofendidos. O con ninguna bandera.
Lo más sintomático fue el cambio de posición a merced de los comentarios, cuando era la opción oficial, institucional más lógica. El tweet fue borrado finalmente por los comentarios en ambas direcciones. Pero el cambio de rumbo se había efectuado. Algo así sucede con los recorridos, con pequeñas decisiones que siempre van en la dirección de ganar el favor del ciclista. Para muchos corredores el Tour ha tenido tres días de descanso, ya que la contrarreloj (22 kilómetros) habrá sido tomada en muchos casos como un entrenamiento intenso con dorsal. Media hora de esfuerzo en muchos casos al 80% que es un descanso activo. Una forma de ganar buenas críticas, sin duda.
Motos, caos, disfraces, gente
El caos está llegando a sus cimas. Mucha gente concentrada en ciertos momentos, como es deseable. La lacra de las motos, que acaban por estorbar e incluso ser expulsadas por adulterar la competición, como en el caso del sprint entre Pogačar y Vingegaard en la cima del Joux Plane por los segundos bonificados. El caos de cada año de ver cada vez más personas con atuendos poco respetables, con la única intención de obtener segundos de atención en televisión o en redes sociales.
La intención que se puede desprender de estos recorridos menos clásicos es atraer a un mayor número de personas, incluso aún si no les gusta el ciclismo. En Francia es fácil, ya que el Tour es religión. ¿Y dónde está el problema? Si al aficionado ‘tradicional’ le vas dando de lado virando el rumbo clásico del Tour y atraes al ciclismo a personas que tienen raíz ocasional, consigues comportamientos como el que sufrió la furgoneta del Jumbo Visma. Abucheos al equipo del ganador del Tour 2023.
Que su rival caiga mejor es un hecho. Pero el ciclismo si de algo puede presumir es de unir, se aplaude a tu corredor favorito y a su acérrimo rival. Pero como es un ideal tradicional del ciclismo, quizá a los defensores de lo moderno no les importe que ese valor ‘nostálgico’ poco a poco pase a mejor vida. Si un deporte poco a poco se va dirigiendo hacia personas a las que no les gusta ese deporte, mal asunto. Si tomas esa decisión estás importando con ella comportamientos que rara vez se han dado en ciclismo, más allá de regionalismos concretos y muy antiguos.

Uno o dos tiene gracia. Cuando se convierte en docenas y docenas por puerto, la cosa pierde interés y gana en seriedad. Corredores junto a los ciclistas, con el riesgo que ello conlleva, prácticas cada vez más peligrosas para ellos como el uso de los móviles (ya es absurdo en sí recorrer en algunos casos cientos de kilómetros y esperar durante varias horas para ver a los ciclistas a través de una pantalla), que ya han provocado alguna que otra caída en los últimos tiempos. Un mal de todas las carreras que se hace omnipresente en el Tour por lo masivo que es.
Se hizo viral el video del ciclista que se detuvo junto a unos aficionados en plena etapa. Para los despistados, un ciclista del AG2R (Cosnefroy) se detiene con un grupo de aficionados, forma parte de la fiesta, echa un trago de cerveza y remprende la marcha. ¿Es eso presentable? ¿Qué imagen da del Tour de Francia? Nos estaremos haciendo mayores, pero no creo que sea algo circunstancial y puntual, sino sintomático de que una tendencia, y es que se está perdiendo el significado de lo que es un Tour de Francia.
Se supone que son las tres semanas más importantes del calendario para todos. El ciclista en su tiempo libre hará lo que desee, pero ni el equipo ni la organización debería permitir que un ciclista no se tome en serio la carrera en carrera. Por no hablar de los rumores de enganchones a coches, la vergüenza de los enganchones descarados a los bidones, etc.
Mientras tanto, el Tour incluye elementos que añaden originalidad a las etapas, como es diseñar una etapa llana con llegada al sprint con meta en un circuito automovilístico. No menos de nueve ciclistas besaron el suelo en las peligrosas curvas del mismo. Aún ni una protesta registrada por aquellos que se arrogan el cargo de defensores de la seguridad de los ciclistas, etc. Sólo valen las quejas si se dan en el Giro de Italia. Para el resto habrá soluciones, como chalecos de hielo.
Si la innovaciones del Tour consisten en oscurecer el maillot verde, pintar líneas de pole position como en la Fórmula 1 como en aquella etapa de 2018 y elementos de ese tipo…
Evento internacional
Como evento de realidad e intencionalidad global, las solicitudes de Grand Départ desde otros países se acumulan. En 2024 será Florencia, en Italia, la ciudad elegida para poner en marcha al pelotón. Sin prólogo, con cotas… Y paso a Francia a través de los Alpes. ¿Repetirán el esquema de visitar las montañas en etapas bien tempranas? Entendiendo la parte económica, es un recurso (salir del extranjero) del que se está abusando últimamente. Países Bajos parece que será el punto de salida elegido en 2025, con la posibilidad de Barcelona, que esperaría sino al año posterior.

Desde que en 2021 la Bretaña francesa diese el pistoletazo de salida, podrían pasar al menos cinco años sin salida francesa. Cada uno que lo valore como considere, pero es un dato. Quizá por ello ya no se llame Le Tour de France, sino Le Tour a secas, por vocación internacional y claramente orientada a la evolución en una dirección diferente al concepto tradicional del Tour de Francia.
Conclusiones
Si vas a una hamburguesería de gran calado internacional como puedan ser Burger King o McDonald’s, esperas encontrar comida rápida, a buen precio y que no sea exactamente lo más sano del planeta, ¿verdad? ¿Entenderías que te sirvieran un sándwich de jamón y queso y que hicieran de ello su bandera? Sería algo cuanto menos sorprendente. ¿Entenderías que acudieses al concesionario de Audi para comprar un coche y en su lugar te vendiesen una moto? “No, si la moto es mejor que el coche”. Vale, pero yo he venido a otra cosa.
Llevémoslo al ámbito ciclista. La París Roubaix es básicamente llana, mantiene el encanto de los tramos de pavés. Nadie vería lógico pasar de los 260 kilómetros a los 160 en esa carrera. O incluirle puertos de segunda para darle más emoción o atraer otro tipo de participante. O acortar el número de tramos para que exista esa “emoción” de la igualdad de tiempos. Nos olvidamos de las gestas de Boonen y Cancellara, o de las imágenes de Museeuw y Knaven embarrados. Es un tanto lo que sucede con el Tour.
No es que haya que rechazar la evolución del deporte, que es evidente, necesaria e inevitable. Sí que se puede direccionar hacia algo que mantenga la esencia e incorpore la modernidad y adaptación a los nuevos tiempos. El Tour ha comprado los mantras del ciclismo actual, que se han apoderado del programa de esas corrientes que defienden las etapas cortas, los escasos kilómetros contrarreloj, etc. Lo cual es legítimo. Pero esos nunca han sido los paradigmas que componen lo que todos entendemos por un Tour de Francia. Habrá que acostumbrarse.
Escrito por Jorge Matesanz
Fotos: ASO / Sirotti