El ciclismo en vanguardia. El sabor añejo del Kapelmuur fuera de carrera, las nuevas ventiscas huracanadas son soplos de aire tan fresco como el blanco manto de nieve que cubría Bélgica en la víspera. El regreso a las grandes acumulaciones y a la festividad, el momento elegido por la historia para darse un paseo por Oudenaarde. El ciclista que busca la eternidad con la ilusión ligera de luchar ante un gigante desconocido ante el que aún no ha medido sus poderosas piernas. Miedo, incertidumbre, expectativa. Pero Flandes tenía el destino escrito en ondear la bandera de Países Bajos de otro gigante, el que ha aprendido, parece, de sus excesos, aún capaz de llegar de la nada y convertir el agua en vino. Segunda pica en Flandes para van der Poel. Marcador aún a cero para la sorprendente Eslovenia. Tres ediciones alternas de las últimas cinco para recordar que la última victoria de un tulipán anterior a la de Niki Terpstra (2018) data de 1986, donde precisamente Adrien van der Poel recibía los honores tras batir nada menos que a Sean Kelly.
Los duelos despiertan la épica, más aún si son tan directos como éste. Lo suyo es exponer la grandeza de ambos contendientes cual lucha a muerte entre guerreros de Dragon Ball. Son días bélicos en Europa, de esos en los que la normalidad es separada por milímetros del sentido común, el menos común de los sentidos. Desde Merckx ningún ganador de Tour ha tenido éxito en el Tour de Flandes. La casualidad no es tan efectiva cuando hablamos de semejantes retos. Tadej tenía ante sí una puerta más en su laberinto de leyenda para sumar una dimensión adicional a su ya de por sí dilatado armario de avatares. El esloveno al que las grandes vueltas se le quedaban pequeñas. El hambre de un campeón de otros tiempos.
El intento desesperado de zafarse de Mathieu fue en vano. Los muros fueron demasiado breves para el fuego de sus zapatazos. La levedad con la que se desplazaba hacía recordar sus cabalgadas pasadas y la limitación de las futuras. ¿Cuánto resistirá este motor a tan altísimo nivel de revoluciones? El cronómetro biológico tendrá la respuesta. Mientras tanto, y mientras despertamos de tantas pesadillas, disfrutemos de las genialidades de los magnific four. Ni un pero al intento, pese a la poca habilidad en esta llegada. Las carreras duran hasta la última línea. Los detalles pueden decidir una carrera, sobre todo si es para alejarte de ella. Típicos tópicos. Un instante eclipsa a todos los demás.
La sangre fría acerca a las presas de los asesinos en cualquier película de sobremesa, de esas en las que se acaba durmiendo hasta el propio casting. En la ‘fuga de la fuga’, ese lema tan simple como hueco, jugar al rojo o al negro suele ser la diferencia entre aspirar y ganar. Van der Poel la conservó, nunca perdió la lectura, no regaló un gramo de energía más del necesario. En las transiciones estuvo la clave. La que llevó a los mejores del último muro a meta más. Asegurar una derrota honrosa o armarme para luchar la victoria: la gran cuestión a resolver por el líder del UAE tras arrancar con todo en el Patterberg. Para los que vamos vislumbrando el carácter de un campeón de época la respuesta era muy evidente. No hay gloria en los segundos puestos. La ambición de Pogacar no admite la rendición como modus operandi. Jugó y perdió. Fin de la historia.
La histórica predominancia belga, dicho sea ya de paso, ha pasado a mejor vida. Desde que la isla Gilbert levantase los brazos en 2017, el himno local no se escucha desde 2012, cuando Tom Boonen comenzaba a escribir una de sus obras maestras con un doblete mágico conseguido en Roubaix, exhibición incluída. Dylan Teuns se coló en el top-ten, un bagaje aceptable para él, no para un país que actualmente depende sobremanera de las genialidades de Wout Van Aert, ausente en Flandes.
Escrito por: Jorge Matesanz (@jorge_matesanz)
Foto: Laura M. Taberner (@lauramtaberner)