No seré sospechoso de no haberme declarado un enamorado de Italia, de la Corsa Rosa, de la pasión que cada primavera una simple carrera ciclista es capaz de despertar en aficionados de todos los rincones del mundo. Yo uno más. Desde la presentación cada mes de octubre abriendo la puerta al otoño y al invierno ciclista, los locos de las cumbres comenzamos a soñar con estas montañas imposibles, esas carreteras que algún ingeniero malhumorado habrá diseñado. Esas etapas de ensueño que ni por asomo vemos en las demás carreras. Con cuentagotas en Vuelta y Tour, mucho menos duchos en desprenderse de complejos y con más que perder. Puede que sea esa la clave. El llamado Il Garibaldi hace palidecer a sus compañeras de viaje en cuanto al honor que producen de su propia carrera. No es para menos, el Giro ha sido cuna de mitos y leyendas. La maglia rosa es una de las prendas más reconocibles a nivel universal e Italia es uno de los países más bellos y montañosos del globo. No puede haber mejores ingredientes para conformar un menú mejor. Pero ediciones como la de 2022 encumbran la trayectoria que este último trienio ha traído en forma de sensación generalizada de decepción y tedio. Precisamente del Giro de Italia nunca esperaríamos eso. Quizá del Tour, que nos tiene más acostumbrados a ver pelotones sin combatividad al menos entre los grandes gallos de la clasificación general, más allá del clásico sálvese quien pueda de los últimos puertos.
La gran mayoría de estrellas renuncia a participar, los corredores que luchan por convertirse en parte de la historia llevándose la maglia rosa definitiva a casa tampoco dan la talla en batallas que últimamente se encuentran bastante descafeinadas. Cuando coincide un ramillete de corredores que no demuestra carisma y entre el recorrido y sus estrategias no terminan de tener feeling, el resultado es una carrera que en los últimos años queda en los rankings de final de temporada como la gran vuelta más aburrida. Un resultado tramposo, ojo. La mente humana parece tener mejor recuerdo de lo último a poco que dé unas breves alegrías. Depende del arrastre del Tour, siempre el Tour. Si sale una edición soporífera como han resultado las últimas si exceptuamos la obra de arte que firmaron Pogačar y Vingegaard en 2022, un Giro normal cobra mucho valor. Si la Vuelta renquea… pero la Vuelta de los últimos tiempos recopila varios momentos de intensidad e interés y es un buen recuerdo que también es reciente. El Giro en eso tiene las peores cartas, no hay duda. Celebrarse antes del Tour, que ha sido, es y será la referencia y el ser y no ser del ciclismo profesional, le perjudica seriamente. Más aún si el hype de la prueba es el eslogan publicitado por la propia organización: “la carrera más dura del mundo en el país más bonito del mundo”.
La participación es en general esquiva y eso genera problemas con el anunciante. Las tendencias o las modas están yendo por otro lado. Bernal, Froome, Contador, Nibali, Pantani, incluso el abofeteado Armstrong. Todos ellos son iconos reconocibles del ciclismo más allá de lo que suponen para los aficionados del día a día, que sí conocen más figuras en pedestales inferiores. Italia es un país de economía frágil, y eso perjudica también a la hora de querer invertir en mercado italiano. Como evento internacional que es, la Corsa Rosa necesita esos reclamos. No es casualidad que varios de los grandes ciclistas que se han dejado caer por Italia en el mes de mayo lo hayan hecho a cambio de una remuneración económica, una prima por participación o por resultados, dependiendo del caso. Esto no es nuevo, es vox populi, y no es cuestión exclusiva del Giro de Italia. La noticia no tiene el mismo recorrido si el vencedor es Jai Hindley o es Chris Froome, por poner un ejemplo con los ganadores recientes que han inscrito sus nombres en el precioso trofeo que se otorga al ganador. En eso, sin duda, el número uno. En competencia con lo simbólico del ‘tridente’ que se entrega al final de cada Tirreno-Adriático, perteneciente a la misma organización.

Uno de los principales problemas del Giro de Italia viene de la mano del ciclismo precisamente transalpino, en horas bajísimas en los últimos tiempos. La historia de la carrera está rodeada de gestas de italianos ante figuras internacionales. O al menos súper figuras italianas. La generación que comenzó con Marco Pantani a lomos de las rampas del Mortirolo, a continuación de la que penó en aquellas cuestas imposibles, aportó una serie de ciclistas que han sostenido durante años el prestigio de la ronda transalpina. Correr el Giro no era el Tour. En algunos aspectos, más fácil. En otros, mucho más difícil. Enfrentarse a una generación al completo tenía su dificultad, como suponían en algún punto de su historia Gilberto Simoni, Francesco Casagrande, Stefano Garzelli, Wladimir Belli y un porrón de otros atractivos como los rápidos Cipollini o Petacchi, aderezados con duelos intensos con Quaranta y todos aquellos talentos b italianos del sprint. Ivan Basso y Vincenzo Nibali, sobre todo, supusieron el final de la cordillera. Con su retirada a final de la temporada 2022, el vacío es tan grande que cualquier mínimo resbalón genera un eco difícil de edulcorar.
La proliferación del dinero procedente de todos los confines del planeta ha desnaturalizado el ciclismo histórico. Bélgica sobrevive con algún equipo inscrito en su país. España está en el alambre. Pero Italia… Italia ya no cuenta. Su mejor equipo ocupa el lugar 26 en el ranking y es un equipo asentado en el país pero de raíz casi más española que italiana como el Eolo-Kometa. El mejor corredor transalpino en los rankings es Matteo Trentin, en la 45ª posición. Drama. Es un milagro que el Giro de Italia esté sobreviviendo a este desierto absoluto. En el futuro, dunas, dunas y más dunas. Por todo ello, tal vez sería interesante aumentar la importancia de alguna de las frases de Mauro Vegni, director general de la prueba, «los ciclistas pasan, las carreras quedan» u otra de su otrora jefe Angelo Zomegnan «la principal figura del Giro de Italia es el recorrido». Un reclamo que tiene fuerza para al menos cubrir unos mínimos. En realidad es lo que les ha hecho grandes y lo que nos enganchó desde niños a etapas que merecen bastante la pena desde el mero perfil. Montañas, divino tesoro.
En los últimos tiempos, la fuerza gravitacional del Tour y la lucha de la organización por luchar contra las corrientes les ha llevado a decisiones cuestionables como la abstracción de la montaña, a modo de un Kandinsky que colorea sobre la bota italiana un lienzo que parecía más un hermano menor del Tour que el rival más directo de la ronda gala. Contención, desnaturalizar una prueba de tres semanas para concentrar toda la dureza al final y seguir la corriente de despreciar las cronometradas. Tal vez sea momento de generar su propia corriente, aunque como empresa de eventos que son, es entendible que no puedan permitirse arriesgar cuatro o cinco años de transición hacia su propio centro de la tierra. Un viaje en el que recuperar esa carrera dirigida a los románticos del ciclismo, a esos que se agarran a uno de los últimos reductos del ciclismo de fondo e histórico más allá de las clásicas. A ver lo que tardan estas pruebas en caer en las redes del pensamiento moderno y el olvido de los valores que les llevaron hasta aquí.

Aún así, pese a los intentos de esta temporada 2023 por regresar a la autarquía, no es nada fácil equilibrar este tablero inclinado. La ubicación de la prueba en mayo arroja más problemas: la climatología. No hay comparación entre los paisajes del mes de mayo y los agostados fondos de pantalla de la Vuelta a España. El Giro, adornado por los picos salpimentados con el encanto del azúcar glas, será siempre más bonito en su alta montaña. El riesgo está en que la glucosa alcance las arterias principales de la prueba, las carreteras más altas. Hasta en eso parece encofrado en un laberinto del que es difícil salir. Retrasar la prueba una semana podría beneficiar al Giro de Italia, pero al mismo tiempo perjudicarles por existir menor distancia de recuperación con el Tour, que de ninguna de las maneras iba a dejarse mover para perjudicarse a sí misma por la presencia posterior del Campeonato del Mundo. La Vuelta se retrasa una semana, sí. Pero el cambio climático ha estirado el verano, por lo que el tiempo será similar. Lo que no ha alargado son las vacaciones de los posibles aficionados que se trasladan a pie de cuneta para disfrutar de ella. Tiene otros encantos.
El Giro de Italia se autocastiga con dejar fuera cumbres que son clave en entender qué significa. Stelvio, Gavia, Agnello… todas las cumbres superiores a 2500 metros son un riesgo de no poder celebrar la etapa el día de la carrera. Y sino ya se aplica la propia organización el castigo a sí mismos, como en la edición del año 2021 y la poda de la etapa reina que tantos aficionados nos quedamos con las ganas de ver. Por ninguna razón, además. La cara de idiotas que se nos quedó a los amantes de las montañas italianas fue un varapalo que es difícil de superar. La próxima vez -porque ha habido varias suspensiones importantes en los últimos tiempos- se ilusionará quien yo les diga con una etapa de ese calibre. Y este es un mensaje contrario a la dirección de ilusión y pensamientos positivos que debería despertar una carrera que años ha igualó la locomotora del Tour.
Como el dicho pronunciado por algún sabio «quien se mueve no sale en la foto», deberían dejarse de bandazos en una u otra dirección. La contrarreloj es su último ejemplo. De los escuetos 27 kilómetros de lucha individual de 2022 pasan a los 72 de la edición de 2023. Cierto es que 18 pertenecen a la cronoescalada al Monte Lussari -doce de ellos llanos, dicho sea de paso-. No es más que una muestra de los palos de ciego que la Corsa Rosa está regalando sin necesidad aparente. Filippo Ganna, italiano, salió a defender la escasez de su disciplina para después no participar. ¿Ven a lo que me refiero? Antaño los recorridos se adaptaban para que Moser y Saronni estuviesen en la pelea. Después tampoco ganaron tantas ediciones, ya que Moser se llevó una y Beppe dos. ¿Sería momento ahora de convencer al ex campeón del mundo de crono y actual Récord de la Hora para intentar luchar por una vuelta grande? Que al menos el bandazo tenga cierto interés histórico, ¿no?

Piruetas que se hacen a veces para agradar a la en el fondo mente influyente en recorridos futuros. ¿O no recordamos la supresión del paso por Francia en la participación de Armstrong en el Giro del ‘centenario’ más alguna concesión adicional como la reducción de los grandes pasos de montaña o la extra longitud de la crono? Su avería en la clavícula y que no era el Lance de su época previa a haberse retirado del ciclismo profesional hicieron que aquello fuese un fracaso. Puestos a condicionarse por un ciclista, qué mejor que ilusionar al tifossi con otro italiano. Aunque viendo la falta de criterio del ciclista del Ineos a la hora de expresar sus opiniones, y la poca decisión por explorar sus límites, nos hace pensar que se trata más de un Tony Martin que de un Tom Dumoulin. Y por Tony Martin no renunciarías jamás al Stelvio o al Gavia -bueno, a este un poco más-.
Total, un puzle complejo, lleno de aristas, intereses y condicionantes difícil de sostener. Una escena similar a aquella de Homer Simpson con el acuario de peces en el que equilibrar entre sal y agua para mantener los peces en un punto intermedio. ¿Puede ser tiempo para que Mauro dé un paso al lado de forma definitiva? ¿Es un reto de los nuevos tiempos afrontable por una persona que supera con holgura los sesenta? Se rumoreaba una posible venta del derecho de gestión del Giro de Italia que desconozco en qué punto estará en relación con la realidad. No hubo aclaraciones ni ha habido novedades. Aunque cuando el río suena… Tiempos complicados pero que arrojan una semilla de esperanza en la alta montaña que está ilusionando otra vez a aquellos aficionados que dormitaban. Esperemos que se riegue y que sea el caldo de cultivo para el resurgir temprano y futuro de esta maravillosa carrera. ¡Viva el Giro!
Escrito por Jorge Matesanz
Foto de portada: Sirotti