Historia

El tobogán de Tom Simpson

Lasarte, 5 de septiembre de 1965. En un día lluvioso, la victoria en el Mundial de Tom Simpson resalta el desastre de los ciclistas y selecciones favoritas. Del lado galo, la rivalidad entre Anquetil y Poulidor es tan fuerte, que los dos corredores abandonan prematuramente y se dirigen hacia el hotel. El belga Rik Van Looy, que partía en línea de salida con plenos poderes, también ha naufragado. Los líderes italianos Gianni Motta y Michele Dancelli, entran en meta a casi 13 minutos del corredor de Haswell.

Estaba claro que los intereses personales cuestionaban el formato de disputar esta carrera por selecciones nacionales. No era de recibo conceder tanta ventaja a un ciclista que ya tenía en su palmarés tanto el Tour de Flandes como la Milán-San Remo. Pero lo que no cuestionaba era el mérito tanto de Simpson como de Rudi Altig, su acompañante en una fuga de casi 230 kilómetros.

El inglés Tom Simpson se encontraba en uno de los momentos álgidos de su carrera deportiva. Lo sorpredente vendría pocos días más tarde.

Y es que, el entonces poseedor del maillot arco iris, iba a publicar en el semanario inglés “The People” dos artículos sobre las costumbres y formas de funcionamiento del pelotón internacional de aquellos tiempos. Unas conductas que, según el propio autor, eran dudosas.

En el primer artículo habló sobre los acuerdos ocultos en los que él participó, sea como beneficiario, sea como instigador. Relataba cómo le llegaron a ofrecer un buen fajo de billetes con el fin de que ayudase a un equipo rival, cuando ya sus opciones de vencer eran inexistentes. O también, que le ofrecieron dinero para que no tirase por detrás para reducir una escapada. Y Simpson no lo veía del todo mal. Se justificaba arguyendo que su oficio era en todo un momento un negocio. Afirmaba que tanto él como sus compañeros de pelotón practicaban ciclismo para ganar dinero. Para él era legítimo que, si para ganar una carrera no disponía de las ayudas tácticas necesarias para ello, las buscase acudiendo al “mercadeo del pelotón”.

Simpson no se arrepintió en absoluto de publicar aquel artículo. Porque ya en el segundo se atrevió a tratar sobre el tema del dopaje dentro del pelotón. Aunque en este artículo ya no apareció él como sujeto de ninguno de los relatos. Hablaba de forma impersonal y más evasiva. Afirmaba que, en aquel momento, las anfetaminas eran muy utilizadas en el pelotón, bajo recomendación tanto de médicos como de otro tipo de preparadores. También afirmaba que él, jamás había llegado a utilizar un solo producto de síntesis

Con estas revelaciones, el reciente campeón del mundo había traicionado las leyes internas del pelotón. Quien escribe, desde luego que no ha encontrado la razón por la que Simpson hizo públicas esas conductas. Más que las conductas, que más o menos ya se podían intuir, lo que llamaba la atención era que un integrante del pelotón las diese a conocer. Y no cualquier ciclista, no. Era el mismísimo y reciente campeón mundial.

Por supuesto que Tom Simpson fue castigado por ello. No por las autoridades entonces rectoras del ciclismo internacional, que después de varias sesiones extraordinarias decidieron olvidarse del tema sin adoptar ninguna medida. Pero sí que padeció el repudio de sus propios compañeros de profesión, y también de su jefe en el equipo Peugeot-BP, Gaston Plaud.

Del cielo a los infiernos, en muy pocos días.

Escrito por: Raúl Ansó Arrobarren (@ranbarren)
Foto: Sirotti

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