Muchos tratan esta edición que figura en el palmarés de Óscar Pereiro con muchos reparos. El tachar al ganador en la carretera del palmarés siempre deja sombra, mal sabor. Fue lo que sucedió en 2006, con la descalificación de Floyd Landis tras su ‘pájara’ en La Toussuire cuando iba de amarillo y su posterior resurrección camino de Morzine para recuperar, si no la cabeza de la clasificación, sí la pole position para conseguirlo en la previa a París. Una mancha que se añadiría a los siete años del infausto Armstrong, coincidente con el líder del Phonak en ser también estadounidense y haber pertenecido al mismo clan de US Postal y toda la estructura de alrededor. Un Phonak en el que habían coincidido tan sólo un año antes, por cierto, tanto el amarillo en París como el declarado ganador real de aquel Tour.
Se trataba de un Tour extraño, de esos que se piensan de transición. Se procedía del dominio durante siete ediciones de Lance (el Tour de Lance, bromeaban) y sus herederos teóricos (Ullrich, Basso, Mancebo…) quedaban fuera de juego por la Operación Puerto y el total huracán que aquello provocó en el panorama ciclista internacional. Era una época dura para seguir el ciclismo por la bajada del espectáculo en la carrera más importante y esa ausencia de magia e incertidumbre. Bien pronto se sabía que Armstrong iba a ser el rey y el resto se repartía las migajas de las etapas y el podio. En ocasiones ni siquiera, con gregarios como Hincapie levantando los brazos en etapas reina (ante Pereiro, por ejemplo, en Pla d’Adet). Si al tedio añadimos la mala prensa que el dopaje había creado al ciclismo, seguirlo era una cuestión de fe.
Con una lista de participantes algo afeitada en lo que a grandes nombres se refiere, en la salida del Tour de Francia en Estrasburgo se erigían como candidatos principales cuatro nombres: Alejandro Valverde, que se había preparado a conciencia, Denis Menchov, que venía de ganar la Vuelta en circunstancias parecidas a Pereiro a la postre aquel Tour, Andreas Kloden, que tomaba los mandos del T-Mobile en solitario y Floyd Landis, un tipo regular en todos los terrenos. Había otros contendientes, pero o bien eran bastante menos evidentes (Sastre, Evans) o su irregularidad iba a jugar malas pasadas (Leipheimer, Moureau). Pronto se caería, literalmente, el murciano, con la clavícula fracturada. La capitanía del Caisse d’Epargne recaía en un Óscar Pereiro ya en su madurez. Clave este momento en el devenir del Tour, como también lo fue la segunda etapa de alta montaña.

Una escapada de Cyril Dessel y Juanmi Mercado ubicó a ambos en una posición inmejorable. El francés se vistió de amarillo y el granadino se llevó la etapa, una colaboración perfecta. Eso en la primera etapa dura. La segunda incluía un trayecto repleto de puertos pirenaicos franceses y meta en la siempre molesta cima de Pla de Beret, ya en España. El clásico filtro que no hizo el Marie Blanque el primer día de montaña (excepto con un enfadado Iban Mayo, que regañaba en directo con una moto de la televisión francesa), lo iba a hacer esta etapa. Mucho ritmo en los puertos por parte del T-Mobile y Rabobank. Al tran-tran se iban cobrando víctimas como Óscar Pereiro, que cedió a tres puertos de meta y llegó a la misma con veinte minutos de retraso. Se había acabado su oportunidad de liderar en un Tour de Francia. O eso parecía…
Ese día ganó Menchov, que lidió con Landis y Kloden como los más fuertes. Carlos Sastre distaba unos metros. La carrera iba encendiendo su hoguera y los Alpes iban a ser decisivos con el francés Dessel aún de líder y activando las alarmas que otros años habían producido Voeckler, Kivilev, Chiapucci y otros tantos fugados sorpresa a los que después cuesta tres vidas bajar del pedestal. No iba a hacer falta esta vez porque el pedestal iba a cambiar de dueño. Camino de Montélimar, en una etapa larga y llana clásica en la transición entre macizos, se formó una fuga de cinco hombres de gran entidad para rodar como Jens Voigt, Sylvain Chavanel, Manuel Quinziato, Andriy Grivko y, por supuesto, Óscar Pereiro.
El pelotón no iba tampoco parado, pero había mucho interés de cara a los Alpes en dejar el testigo a un equipo que quemase a sus gregarios para controlar. Dessel y su AG2R ni siquiera lo intentaban, ya que sabían a ciencia cierta que su liderato era de paja. CSC tenía representante en la fuga, T-Mobile miró para otro lado, al igual que Rabobank. Phonak quiso para Pereiro un pequeño detalle por tan buen servicio en el equipo suizo en el pasado y se alegró de que su ex pupilo viviese unos días de gloria. El problema iba a ser por un lado que ya no se iba a tratar de un líder de paja, sino de un ciclista con calidad y motivación suficientes como para poner en jaque a toda la corte de favoritos. Tal vez le despreciaron. Tal vez fue la excusa para que otros picaran en el anzuelo y tiraran del carro por ellos.
Pereiro lució liderato de forma exultante, con una ventaja para nada usual de media hora, lo que también le dejaba margen en la general para tener renta que defender y pelear por el Tour. Le habían resucitado y lo iba a aprovechar. Caisse d’Epargne tenía un buen equipo para arropar a Valverde, por lo que Pereiro iba a contar con esos mimbres para intentar la machada. Nadie contaba con él, a lo mejor ni siquiera en su propia casa.
Los Alpes comenzaban en Gap, con destino al mítico Alpe d’Huez y los cols de Izoard y Lautaret como calentamiento. Sería el primer gran día de Frank Schleck en el Tour. Los favoritos se dividían en dos unidades en la subida final. Una con Kloden y Landis subiendo muy ágiles con Sastre y Leipheimer a unos metros de nuevo. Pereiro sufría algo por detrás, sin perder los papeles ni desmoronarse en ningún momento. Perdería el amarillo por únicamente diez segundos. El sueño de la victoria parecía desvanecerse, aunque aún tenía bastante bien luchar por una de las plazas del podio. Floyd Landis era el nuevo candidato. Visto lo visto en la prueba del algodón que era la montaña de las veintiuna curvas, era el más fuerte y el que parecía contar con más determinación para triunfar en París.
Seguiría una etapa durísima camino de La Toussuire. El Galibier de salida, el durísimo Croix de Fer y el Mollard de postre antes de la subida final. La etapa reina. Rasmussen haría una de las suyas y se filtraría en una escapada que le dejaría solo en cabeza de cara a meta, inalcanzable para los demás. Rey de la montaña por segundo año consecutivo. Los favoritos seguían el dictado del Phonak y del T-Mobile. Únicamente un movimiento de Leipheimer iba a alterar la calma en Croix de Fer. Pero el norteamericano se encontraba ya muy alejado en la general como para preocupar en demasía. La sorpresa saltaría en el Mollard, el penúltimo puerto y sobre el papel el más inofensivo. Caisse d’Epargne se puso a tirar con ánimo de llevar el grupo incómodo. Se esperaba quizá una ofensiva de Pereiro en la bajada, pero ésta no llegó. Se trataba de un movimiento para impedir que sus rivales se alimentasen adecuadamente y que en el peligroso descenso fuesen pensando en cómo resolver bien las curvas en lugar de pensar en llegar en orden a la subida final.

Llegó el momento de la verdad, con ritmo trotón del T-Mobile de Kloden y de pronto, un ataque de Carlos Sastre, decidido y valiente, fuerza el ritmo de los favoritos y sucede lo impensable… ¡el maillot jaune se queda! ¡Crisis! Al abulense le vieron ya en meta, el alemán arrancó con Evans a rueda y Óscar Pereiro cerrando el trío. Entre ellos iba a estar la lucha por los puestos de podio y, por supuesto, el relevo del maillot amarillo. El español entraba incluso al relevo, demostrando tener un día inspirado. Llegó anticipado a meta en el sprint final. Recuperaba la preciada prenda y ya comenzaba a considerarse al de Mos como un candidato a algo más que a poner dificultades a los favoritos. Más de uno comenzó a acordarse de Montélimar y el no haber puesto hombres a trabajar aquel día.
Desde el pie del Galibier salía la etapa decisiva con meta en Morzine y el durísimo Joux Plaine por el camino. Iba a ser una jornada épica en el sentido en el que desde el primer puerto, el favorito asesinado (en sentido figurado) el día anterior, iba a arrancar la moto y se iba a plantar en meta con una gran ventaja que le dejaba a segundos de ganar el Tour. Más de cien kilómetros solo contra el pelotón, con el añadido de los puertos y el desgaste de la noche anterior, donde además de la pájara y el desconcierto no se termina de descansar como es debido. Segundo en Morzine sería Carlos Sastre, actual ganador de aquella etapa tras la descalificación del americano, y Pereiro se defendía como gato panza arriba. El tercer peldaño del podio sería teóricamente para Kloden con la contrarreloj de 56 kilómetros por disputarse a las puertas de París.
Así fue, con Landis de amarillo, Pereiro como honroso segundo, y Kloden dejando a Sastre en el cuarto lugar. Las fotos de la capital francesa sirvieron para romperlas en mil pedazos unas semanas más tarde, cuando se hizo oficial el positivo del ciclista del Phonak. Óscar Pereiro se convertía en el quinto ganador español del Tour y lo haría por descalificación de su oponente y otrora amigo. Un título amargo, lleno de rabia por no haber vivido lo que todo campeón en París vive. El paseo de honor por los Campos Elíseos, la ceremonia de ganador donde se impone el maillot definitivo y medio mundo ve por televisión cómo se humedecen los ojos ante tu himno nacional, esas cosas. La historia le reconoce el triunfo, pero aún más su adhesión a la terminología de ‘ganar el Tour a lo Pereiro’, que anteriormente era hacerlo ‘a lo Walkowiak’, que se refería a situaciones en las que se conseguía la victoria a través de una fuga bidón. Aunque es justo admitir que los dos referidos lo sudaron bien y demostraron que fueron los mejores de sus respectivas ediciones.
Escrito por Jorge Matesanz
Fotos: Sirotti
Poco se ha valorado lo que hizo Pereiro, digno ganador del Tour. ¿Acaso tiene menos valor porque lo lograse por una fuga bidón? Para mí, hay que ponerle en valor, lo que hizo también tiene mérito y mucho. Parte de la historia del ciclismo
Con una de esas escapadas que nadie replica seriamente, quinta etapa llanísima, Roubaix-Jambes, de recuperación postpavé (aunque en solitario) sacó Pingeon 5 minutos, que para la época eran muchos, y ganó el Tour 67. Al final 3’40 de ventaja sobre Julio Jiménez. Nunca conviene menospreciar una escapada.