Ironías.
Le llegó la hora al ‘relojero’ de una forma abrupta. Destino cruel. Medio mundo del ciclismo le llora, medio aguarda aún en shock a tener reacción. Pese a nacer en octubre y que la desgracia le hiciese fallecer en junio, su mes natural era julio, el mismo que le bautizó, que le dio fama y alargó sus alas cual manecillas de un reloj que inició su andadura cuando otras alas, las del ‘Águila de Toledo’ realizaron su mejor vuelo. Rapaz de las montañas, su hábitat natural eran los puntos rojos, los de Bahamontes, que fue el único capaz de dar sombra a semejante gigante de la bicicleta. Nunca será lo mismo sin su simpatía, su cercanía, la embajada que suponía de su Ávila natal. Chuletón, murallas, yemas, Jiménez.
Despertó la tradición del escalador con el salvapantallas de Gredos. Los sueños, sueños son. Querer ser como él. Producir lo mismo en los aficionados, en los rivales. ‘Chava’ Jiménez, tocayo de apellido y de profesión. Ángel Arroyo, que siguió los pasos de su ídolo hasta eligiendo el Puy de Dôme para coger carrerilla. Carlitos Sastre, el único ganador de Tour de todos ellos. Víctor Sastre y la fascinación que Jiménez había despertado. Pero ‘Julito’, esta vez, no despertó. Se echarán de menos esas batallas narradas de una forma más humilde, menos fanfarrona en comparación con las de su colega Bahamontes. Provincias muy cercanas, formas de ser que no se podían alejar más.
La comparación entre ambos fue una constante. Ambos campeones de la montaña, escaladores de postín. Uno considerado el mejor escalador de todos los tiempos. El otro, el segundo. Sí, menos entorchados en París, ningún maillot amarillo. La predominancia que tiene el Tour sobre todo lo demás en España es clara. La costumbre común de vivir las gestas en subida. De volar sobre las cumbres míticas y hacerlas suyas. Ver historia con sus propios ojos al tiempo que con sus manos redactaban nuevas páginas.
Julio compartió batallas con lo más granado de los libros de historia. Fue compañero de equipo de Jacques Anquetil y gregario de lujo de ‘Monsieur Chrono’. Lo que no sabría nunca es que ya lo fue de forma involuntaria antes de correr bajo los mismos colores. Andorra fue su primera diana en Francia. El Puy de Dôme, la segunda. En la primera anticipó los míticos (y místicos) problemas para el astro francés en el Tour de 1964 con el ascenso y descenso de Envalira. Sin embargo, levantó los brazos en el volcán cercano a Clermont-Ferrand para arrebatar la bonificación a un Poulidor que tenía más cerca que nunca haberse quitado el sambenito de segundón que poseía y que perseguirá su imagen mientras el ciclismo dure y el planeta gire.
Jacques tuvo que ver en el máximo apogeo de su carrera. Tanto en consejos para conservar la maglia rosa a largo plazo, que desoyó, como en su ausencia en el Tour de 1967 en el que abandonó y dejó vía libre a Julio para ser segundo tras el francés Pingeon. Tres minutos entre ser segundo y primero, no sólo en aquellas tres semanas de Tour. La historia se escribe así, en pequeños detalles que te hacen estar abajo, arriba o arriba del todo. Jiménez era un dominador de las alturas que extendió la fama de grandes escaladores que después Fuente o Delgado han afianzado. Todo por legado suyo y de Bahamontes, para siempre leyendas.
Jiménez pasó al frente del pelotón grandes puertos como el Tourmalet, el Aubisque, el Peyresourde, Envalira, el Aspin, el Galibier o Vars. Escalador de los pies a la cabeza. Doce etapas entre las tres grandes, con tres títulos de la montaña en Tour y Vuelta. Una época marcada por el considerado mejor escalador a la retirada de Fede. Logros que le incluyen irremediablemente en el Olimpo no sólo del ciclismo español, sino del internacional. Descansa en paz, Julio.
Escrito por Jorge Matesanz
Foto tomada de Biblioteca de Asturias (BVPB), via europeana.eu