Edo fue el mejor sprinter español de la segunda mitad de los 90. Hasta la irrupción de otras figuras como el malogrado Manolo Sanroma o el exitoso Óscar Freire, Ángel era el único capaz de enfrentarse a los grandes velocistas del pelotón y lograr así prestigiosas victorias como las dos conseguidas en la meca de las llegadas masivas: el Giro de Italia. Tras una larga trayectoria en Kelme, recaló en el Maia portugués, donde disfrutó de varias temporadas de triunfos y experiencia en un nuevo ciclismo.
¿Cuáles fueron tus primeros pasos en el mundo del ciclismo?
Empecé jugando al fútbol sala. Un año, me regalaron una bicicleta de carretera y empecé a salir más y a cogerle el gusto. En mi pueblo natal, Gavá, hubo una carrera popular, y la categoría infantil daba la posibilidad de correr sin licencia. Me preguntaron si quería apuntarme y no me lo pensé. Me encontré allí en chándal y zapatillas con otros chicos que estaban mucho más preparados que yo, pero me moví cómo pude y arranqué y finalmente gané la carrera.
El organizador de la carrera, la Unión Ciclista Gavá, me ofreció entonces apuntarme al club y a mí ya me había picado el gusanillo después de haber ganado en mi primera carrera. Dos o tres días después ya empecé a salir con los cicloturistas del club y ya me enganché de por vida. Hasta hoy sigue siendo mi principal afición salir en bicicleta.
¿Por qué sprinter?
Yo tampoco me consideraba un sprinter puro. Para mí, el velocista es el que puede ganar en un pelotón de 200 corredores ocupando todo el ancho de la carretera. En esas condiciones, yo tenía casi imposible ganar. Yo era más bien un corredor rápido que pasaba los puertos de montaña mejor que los grandes sprinters, y ahí es donde tenía más oportunidades. Necesitaba que hubiera alguna selección antes, tanto entre los favoritos como en sus trenos. Siempre fui más de pescar en río revuelto.
En cuanto al pelotón español de mi época, yo nunca me consideré un velocista puro como podían ser Alfonso Gutiérrez, Manuel Jorge Domínguez o Juan Carlos González Salvador.
Sin embargo, lograste muchas victorias al sprint.
Sí, pero con condicionantes. Por ejemplo, en mi victoria en Imperia en el Giro de Italia, habíamos pasado los famosos capi de la Milán-San Remo. Eso enfila mucho el pelotón y los corredores rápidos ya no llegan en las mismas condiciones de desgaste y sin su gente de confianza para preparar los kilómetros previos. Ahí es donde un corredor como yo tenía más opciones.
Debutas en 1992 con Kelme después de disputar los Juegos de Barcelona. ¿Cómo fue aquel salto a profesionales?
En 1990 firmo un contrato con la Real Federación Española de Ciclismo, porque de aquella el modelo funcionaba de manera muy diferente a la de ahora. En época preolímpica, al estar becado por el programa ADO, tu equipo era la propia federación.
Cuando Rafa Carrasco y Pepe Quiles me vinieron a buscar para fichar por Kelme, les expliqué que quería cumplir mi contrato con la federación. Además, correr en los Juegos Olímpicos era muy especial y más corriendo en casa y por las zonas donde yo entreno. Acordé con Kelme incorporarme una vez finalizados los Juegos en el mes de agosto.
Con el Kelme empiezas a tener buen calendario desde el principio y ya debutas en la Vuelta del 93 y el Tour del 94. ¿Qué nos puedes contar de esas primeras grandes vueltas?
Mi aclimatación al profesionalismo fue muy rápida, y a los 15 días de debutar ya logré mi primera victoria en el GP de Llodio. Eso me dio ya muy buena posición en el equipo para poder tener un buen calendario.
La Vuelta a España del 93 la viví con mucha ilusión y me sirvió para entender lo que supone una carrera de tres semanas. Había visto que iba bien en las pruebas de un día o de una semana, pero con el paso de los días iba teniendo claro que no iba a ser un corredor de grandes vueltas.
Al año siguiente, Kelme está en el Tour y consigo entrar en el equipo y además vencemos la etapa de Brighton con Francis Cabello. Teníamos también a Lale Cubino, que hizo buenas exhibiciones en la montaña, así que tengo un gran recuerdo.
En cuanto al Giro, para Kelme era una carrera importante por el acuerdo que tenía con la marca GIOS y porque tenían factoría en Turín. Tardo más en debutar, pero es una carrera que se adapta más a mis características y desde el 96 dejo de ir al Tour y me centro en Giro y Vuelta.
En el Giro además debutas en 1996 y ya te impones en la quinta etapa en Crotona. Te adaptas muy bien a una carrera tan rápida y con tantos velocistas como la ronda italiana.
Fue una etapa rapidísima, con un callejeo complicado en la parte final. Eso desestabilizada el trabajo de los equipos más potentes a la hora de controlar y lanzar el sprint, así que fue una llegada en la que cada uno tenía que buscarse la vida por su cuenta.
Si ves imágenes de aquella llegada ves a Lombardi, a Martinello, cada uno solo y, por un lado. Ante ese caos, había que moverse con astucia y acertar el momento de la arrancada.
¿Qué hay de mito y de realidad sobre las tretas de los italianos en los sprints y las maniobras dudosas de marcaje de los corredores de casa?
No creo que fuera nada distinto a cualquier otra carrera. Corrían en casa y, como nosotros en España, tenían motivación extra. La principal diferencia es que tenían muchos más equipos en liza. En aquella época eran 16 equipos italianos en el Giro y cuatro o cinco equipos de fuera por invitación, como Festina, TVM o Kelme.
Eran tiempos de muchísimos sprints y de velocistas italianos como Adriano Baffi, Mario Cipollini… o extranjeros que corrían en Italia, como Abdoujaparov o Svorada. La nómina de velocistas era siempre espectacular y cada equipo se mataba por los suyos. Era una guerra sin cuartel.
¿Qué rivales te llamaban más la atención en aquellas batallas del Giro?
El que dominaba por encima de todos en esos tiempos era Mario Cipollini. Con 42 victorias de etapa en el Giro creo que queda todo dicho. De aquella tenía además un treno impresionante en Saeco, con los Eros Poli, Calcaterra, Fagnini… Cuando se quitaba el último ya iban casi todos fuera de rueda. Era un referente para todos, pero era muy complicado luchar de tú a tú con él.
¿Por qué crees que en la Vuelta no has tenido tanta fortuna a la hora de lograr victorias?
Lo tuve cerca. Por ejemplo, en León en el 98, cuando quedé segundo detrás de Marcel Wûst, el alemán de Festina. Ellos habían visto que el final era en ligero descenso y con viento a favor y habían montado un plato de 55, que de aquella no se veían casi y les salió muy bien la jugada.
Por una cosa o por otra nunca pude alzar los brazos en la Vuelta y es una de las espinas que tengo clavadas, junto no a haber ganado en la Volta. En Setmana Catalana tengo tres etapas, pero en la Volta, que para un catalán es tan especial, no lo conseguí nunca.
¿Qué victorias recuerdas con mayor cariño?
La primera, la del GP de Llodio, siempre es muy especial porque te hace darte cuenta de que en profesionales también puedes ganar, y eso da mucha confianza.
Por supuesto las tres de casa en la Setmana o las del Giro son también muy importantes.
Pero, al final, la última también tiene mucho significado. Fue en Castilla y León, con el Andalucía – Paul Versán en Valladolid, por delante de Luis León y Vinokourov en 2006.
Cada una tiene su valor y todas significan algo.
En Kelme has tenido compañeros de mucho nivel y grandes líderes.
Cuando empecé éramos un equipo modesto, muy guerrillero. Peleábamos todo, pero se corría un poco como pollo sin cabeza. Ya teníamos corredores fuertes como Anselmo Fuerte, y después Lale Cubino. Pero fue con la llegada de los jóvenes, como Roberto Heras u Óscar Sevilla que el equipo evoluciona mucho. Teníamos colombianos consolidados como Hernán Buenahora o Chepe González, y llegaron otros referentes como Santi Botero. El espectro se ampliaba muchísimo y el equipo empieza a ver que lucha por más objetivos y el nivel crece exponencialmente.
Era un equipo que se crecía en la montaña, que tenía mucho carisma y enganchaba mucho a la afición.
¿Por qué llega el cambio en el año 2000? ¿Y por qué a Portugal?
Si te soy sincero, era lo último que se me había pasado por la cabeza. En el 96 habíamos ido con Kelme a Volta a Portugal con un equipazo encabezado por Rubiera y Cubino, pero nos caían palos por todos lados. Me impresionó cómo se corría allí, para ellos eso es el Tour, no sirve para ir a preparar otra carrera, tienes que ir ahí a tope o te pasan por encima.
En el 99 yo no había logrado ninguna victoria, y me llega una oferta de Manuel Zeferino, que me dice que me va a poner un equipo a mi disposición para luchar por victorias en la Península. Me ofreció una posibilidad de cambiar y además, a nivel económico, la oferta era muy buena, así que me animé a dar el paso y probar un paso atrás para impulsar mi carrera. Manuel fue casi como un padre deportivo para mí y para todos los que corrimos en aquel equipo (Klaus Moller, Fabian Jeker, Joan Horrach, Melcior Mauri…). El equipo era una familia.
Zeferino resultó tener razón y el primer año conseguí varias victorias en Portugal. En España corrimos en Asturias y gané dos etapas. No ganaba en España desde 1994, así que se demostró que la apuesta había sido buena.
¿Te llegaste a plantear cuando estabas en Kelme que con un equipo trabajando para ti habrías logrado mejores resultados?
Sí. Visto con perspectiva, por mis características, si tuviera que empezar ahora, no correría en un equipo español. Me habría ido a Italia, o Bélgica, donde se valora de otra manera a los corredores de mi perfil. Lo demostró Óscar Freire yéndose a Mapei. Salvando las distancias, creo que, si hubiera corrido en algún equipo de ese tipo, que hubiera apostado por mi forma de correr, habría logrado alguna victoria más.
En su día le recomendé hacer lo mismo al llorado Isaac Gálvez. Era un gran amigo y entrenábamos juntos. Era el corredor más rápido de España con mucha diferencia, un sprinter de raza. Siempre le decía que debía buscar opciones fuera para seguir creciendo como ciclista.
¿Por qué crees que en los equipos españoles no llegan a explotar corredores del estilo de los Freire o Flecha?
Es muy difícil. Aquí los primeros corredores que pasaban a profesionales son los que destacaban en carreras duras, de perfil escalador, como el Memorial Valenciaga. Es lógico porque veníamos de épocas de éxitos en grandes vueltas (Perico, Indurain), y es donde se concentra la atención.
Creo que con los años esto ha empezado a cambiar. Al volverse todo mucho más global, equipos como Movistar, han tenido que reforzar su perfil para carreras de un día, que concentrar gran atención mediática en el mundo ciclista. Aun así, seguimos muy lejos del arraigo y la cultura que tiene ese ciclismo en Bélgica, donde los clasicómanos son estrellas que trascienden lo meramente deportivo.
¿Quiénes eran tus referentes cuando empezaste?
En términos de grandes vueltas, Perico Delgado, con el que además tengo una gran relación desde que empecé en profesionales. Y por supuesto, Miguel Indurain, porque era un gran campeón e impresionaba ver a un chaval de su envergadura dominar las grandes vueltas.
Pero por mis características como ciclista, los corredores que más me gustaban eran Sean Kelly o Laurent Jalabert.
¿Quién te ha impresionado más dentro del pelotón y por qué?
Ha habido muchos, pero recuerdo las exhibiciones del difunto Frank Vandenbroucke, al que le vi hacer cosas que no he visto a nadie más hacer. Lástima que la cabeza no hubiera acompañado ese talento, porque era un gustazo verlo correr.
También recuerdo la fuga de Indurain con Bruyneel en Lieja en el Tour 95. Un par de minutos antes estaba hablando tranquilamente conmigo y con Cubino a cola del pelotón, y en un momento se fue para adelante y rompió la carrera él solo.
Otro que me impresionaba era Michele Bartoli, por las cosas que hacía en las clásicas y cómo se movía en carrera.
¿Cómo viviste la irrupción de Óscar Freire? ¿Sentiste que era el remate a un camino que habíais ido abriendo corredores como tú?
Óscar era un talento puro. Era capaz de ganar una carrera de 250 km y estar tan fresco como en la salida. Además, era un ciclista que sorprendía mucho, porque era muy despistado y con un carácter introvertido, pero cuando llegaban las carreras importantes era insaciable.
Creo que era un corredor muy diferente a nosotros. Más que un velocista, era un auténtico superclase. Ha ganado en todos los sitios: mundiales, clásicas, grandes vueltas… Es uno de esos corredores que aparecen pocas veces en la historia. No tiene nada que ver con ciclistas como nosotros. Es otra liga. No es solo el número de victorias, si no la calidad de las mismas y contra quién las ha conseguido.
Tras colgar la bicicleta, acabas entrando en el mundillo de la representación de ciclistas. ¿Cómo llegas ahí y cómo es tu trabajo actualmente?
Cuando corría yo tenía una persona que me gestionaba el tema de los contratos y las negociaciones, pero solo lo veía cuando llegaba la hora de renovar. Me daba la sensación de que quedaba mucho por hacer en este mundillo para tener una figura más cercana al deportista.
Me animó mucho a dar el paso Kiko García, que siempre me dio mucha confianza para creer en el proyecto. Creo que es muy importante ganarse un respeto y una confianza con los deportistas, porque es la única manera de hacer que la carrera funcione. Nosotros siempre hemos apostado por ayudar al ciclista incluso después de retirado, para encauzar su vida después del profesionalismo. El cambio después de colgar la bicicleta puede ser muy duro.
Empecé con ciclistas de mi época, ahora ya retirados, como Losada, Vicioso, Purito, Irízar, Egoi Martínez o José Joaquín Rojas, que es el único que sigue en activo.
Hace años empezamos a coger corredores juniors, y algunos se han ido ya asentando en el pelotón, como Marc Soler o Iván García Cortina. Llevamos ya 14 años con este proyecto en Kec Pro y tenemos más corredores que nunca, sobre todo muchos jóvenes, gracias al trabajo de Egoi Martínez, que es quien ejerce también de ojeador y con quien tengo una confianza absoluta en lo laboral y en lo personal.
Entrevista y transcripción: Jorge Matesanz / Víctor Díaz Gavito
Foto: Sirotti