Historia

Erik Breukink, el milagro precoz de Rheden (Países Bajos)

Si por algo se caracterizó el ciclismo de Países Bajos en la segunda mitad de los años 80 fue por los casi. Rooks, Winnen, esa época en la que Alpe d’Huez recibió el apelativo de ‘la montaña de los holandeses’ fue fiel reflejo de lo que se vivió en una generación que no alcanzó la victoria en las grandes vueltas, con tanta nostalgia acumulada, pero sí se quedaron cerca de la gesta. Erik Breukink fue uno de esos talentos emergentes que campó en el profesionalismo entre 1985 y 1997. Sus mejores días vinieron al comienzo en una carrera que fue claramente de más a menos.

La clase era indudable, sus condiciones visibles. Un producto de la pista que fue escalando cada vez mejor. Irónico por su homofonía, arrancó sus pedaladas en el Skala de Jean Paul Van Poppel. Corría el año 1985, cuando todavía Hinault dominaba el mundo con un tal LeMond ya a la chepa. Su paso al Panasonic en 1986 le hizo debutar en un calendario ambicioso, debutando en el Giro de Italia y logrando su gran estreno como profesional en la cuarta etapa de la Vuelta a Suiza.

Sus capacidades contra el reloj se comenzaron a manifestar en el Giro de Italia de 1987. Sorprende a propios y extraños y se sube al tercer puesto del cajón. Stephen Roche iba a vivir su año dulce, con el escocés Robert Millar sufriendo de nuevo las mieles del segundo puesto. El tercero iba a ir a parar a un Breukink que aprovechaba la generosidad de la corsa rosa con los kilómetros contrarreloj para dar un paso de gigante hacia el estrellato. Ya no iba a ser una simple joven promesa, sino una jovencísima realidad. Con 23 años y apenas dos en el profesionalismo, podio de todo un Giro.

Debutaría en el Tour aquel mismo 1987, compartiendo con Roche su mágico año y firmando una interesante 21ª posición en París. Una de las ediciones más duras de siempre que le vieron ganar una etapa, en la siempre montañosa Pau. Sin embargo, lo mejor estaba aún por llegar. No esperaría para mostrarnos su mejor versión.

Regresaba al Giro, esa prueba que le hizo auparse al estrellato de forma precoz. Era uno de los favoritos en una edición que será siempre recordada por el nevado Passo Gavia. Ese día de épica y supervivencia que es historia gélida y viva del ciclismo tuvo un nombre clave: Erik Breukink. El neerlandés ganó la etapa de forma sensacional por delante del a la postre vencedor del rosa, Andrew Hampsten. Su nombre entonces pasaba a formar parte de la historia. También nos demostraba que sabía escalar puertos, que no se quedaba en un mero rodador de gran clase.

Fue una carrera en la que anduvo entre los diez primeros desde el comienzo en Urbino. Se tuvo que conformar con la segunda posición final, un paso adelante en sus aspiraciones de convertirse un día en el relevo de Jan Janssen al frente del Tour de Francia y del ciclismo mundial. Parecía más posible que nunca, ya que en el paradigma de la época, un hombre completo como él cumplía con muchas de las características necesarias. Bien es cierto que ganar País Vasco, Critérium Internacional y ser maillot blanco del Tour ayudaron a lanzar un poco las campanas al vuelo.

El optimismo le rodeó, y en 1989 intentó ir con todo al Giro. No consiguió pasar de la cuarta plaza, bien es cierto, pese a que fue rosa durante algunas jornadas importantes. Una edición que fue a parar a Laurent Fignon, el gran rival de Greg LeMond en el Tour con aquel episodio de París tan famoso. No pudo acabar la carrera, ya que se quedó en Montpellier. Sin embargo, sí aprendió para 1990. Ganó el famoso prólogo de Luxemburgo donde Delgado arrancó con tres minutos de retraso y así se terminó de dar a conocer. Toda una estrella ya.

En 1990 la presión iba a ser importante. Cambió los colores del Panasonic por los PDM. El Giro dejó de cobrar importancia en su carrera y era el turno de intentarlo con todo en el Tour. La experiencia no le pudo salir mejor. Fue tercero en París, compartiendo podio con Greg LeMond y Claudio Chiapucci, que logró su ventaja y pelear la general gracias a una fuga bidón. En realidad, Breukink fue el segundo más fuerte de la carrera, el segundo de los grandes favoritos.

Ello le llenó de moral para próximos intentos, aunque en 1991 la suerte le fue esquiva. Vivió el nacimiento de Miguel Induráin en Allençon, pero no pudo ni siquiera finalizar el Tour. Las expectativas se iban a quedar en el camino, ya ni siquiera pasaría de la séptima plaza. Ganó una etapa en la Vuelta a España y cerró así la victoria en las tres grandes. Firmó por la ONCE de Manolo Saiz para revitalizar su carrera, pero más allá de lograr participar de un equipo muy exitoso, poco pudo lograr desde aquí.

Era su madurez deportiva, esa que iniciando tan fuerte el profesionalismo imaginábamos iba a ser bastante diferente. En las cronos seguiría siendo un eslabón importante, aunque el número de victorias y la calidad de las mismas bajaría sensiblemente. Para buscar la retirada, eligió el equipo de su tierra, el Rabobank. Se despediría desde las hojas secas de Lombardía, pero compraría boletos para seguir en el ciclismo, esta vez como director deportivo.

Tras ser comentarista en la televisión de Países Bajos y su intenso paso por el Rabobank neerlandés, fue hasta hace no tanto director deportivo del Roompot Orange Cycling que llevaba junto al Jean Paul Van Poppel con el que compartió maillot en su año de inicio en el Skala.

Escrito por Lucrecio Sánchez

Fotos: Sirotti

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