Erik Zabel fue uno de los mejores velocistas de finales de los años 90 y principios de los 2000. El ciclismo alemán se encuentra en la actualidad en horas bajas. ¿Las horas más bajas? Parece que la tendencia indica que se ha abandonado el suelo de la gráfica. El ciclista nacido en Berlín un día de San Fermín coronó a aquel Telekom que tanto aplicó el principio newtoniano de que todo lo que subía tenía que bajar. Ley de la gravedad y sentido común. Un equipo aquél que estaba en todas las peleas, por las victorias del Tour, por las llegadas masivas, por las clásicas, por las vueltas de una semana…
Con todas las distancias, un especie de Sky noventero que finalmente terminó sus días tirando por tierra su prestigio entre reconocimiento constante de sus antiguos componentes de prácticas poco éticas y reprobables. Muchos lo suponían, pero la constatación de esos hechos recorre un escalofrío que terminó junto con investigaciones como la Operación Puerto por derribar el castillo de naipes que era el ciclismo en Alemania. Carreras clausuradas, el Tour de Francia fuera de la parrilla televisiva… un terremoto que parece haber encontrado fin. O al menos una tregua.
Erik Zabel acabó reconociendo prácticas dopantes durante varias de sus épocas más brillantes. Eso lógicamente le resta mucho encanto al relato de su trayectoria, pero no deja de lado que sus machadas se lograron en un contexto del que ya han salido demasiadas voces para asegurar lo mismo que el sprinter alemán. Consiguió 145 victorias, que se dice pronto. Entre ellas, las más prestigiosas tuvieron lugar en las mecas de los velocistas, como son el Tour de Francia, donde pese a encontrarse con una de las generaciones de sprinters más prestigiosas de la historia logró auparse con el triunfo en la clasificación de la regularidad en seis ocasiones.

Fue récord en su día, batiendo a Sean Kelly (cuatro victorias) y siendo superado no hace tanto por Peter Sagan (siete). Mérito tiene haber terminado sin abandono sus catorce participaciones en el Tour, de forma casi ininterrumpida entre 1994 y 2008 (con la excepción de 2005, donde eligió debutar en el Giro). Un fondista entre los velocistas, un corredor que ofrecía resistencia y constancia, ese gen alemán del que tanto se presume en contraposición a otras actitudes y aptitudes más guadianescas y hedonistas. Erik rendía en todas las carreras en las que competía. Incluso en su época en Milram, conjunto también alemán donde hizo un tándem curioso y magnífico con Alessandro Petacchi.
Un corredor que ha vivido duelos con ciclistas legendarios como Laurent Jalabert, Andréi Tchmil u Óscar Freire, además de los Cipollini, Moncassin, Baldato o Bettini, quien le impidió lucir el arco iris en 2006. No fueron precisamente rivales débiles, cuando varios de ellos han pasado ampliamente el centenar de victorias.
Llegar a tales cifras y con carreras como la Milán San Remo en cuatro ocasiones repetida en el palmarés de Zabel o una Amstel Gold Race, no es nada fácil. Veinte etapas en grandes vueltas (el Giro le quedó virgen al bueno de Erik) y otras victorias de prestigio como Hamburgo, París Tours o etapas en vueltas pequeñas de aquí y de allá. Sus grandes tests tenían lugar en Tirreno Adriático y no le fueron mal. Trece etapas en la ronda de los dos mares.
Una vez hubo rivales que supieron tomarle la medida, el velocista de Telekom (T-Mobile más tarde) fue perdiendo efectividad y ganando en puestómetro. Ya no regresó al podio de París desde su último maillot verde, que fue 2001, pero a cambio se empeñó en llevarse la regularidad de la Vuelta a España, carrera a la que precisamente en ese año 2001 le cogió un cariño especial que le llevó a terminar sus días como ciclista en ella. Le dio aún para ser tercero en la meta de Córdoba en la edición de 2008, donde se impuso un imponente Tom Boonen.
Escrito por Lucrecio Sánchez
Fotos: Sirotti