Dicen que está todo inventado, que ya conocemos todos los confines de la Tierra. Da esa sensación cuando viajas con tu bicicleta a lugares recónditos y uno de los pocos factores comunes que encuentras es gente, gente y más gente. Los Pirineos no son excepción y se podría decir que casi atraen más público con actividades de verano que con las de invierno, constituyendo cierta ironía, inimaginable hace algunos años. El lado francés no es excepción, con las múltiples estaciones cerradas esperando el blanco manto que permita abrir sus puertas. Esa reconversión en visita de verano gracias a un entorno privilegiado ha posibilitado dar vida a unas zonas que antaño vivían únicamente del rédito que daban los pocos meses de invierno y primavera que el esquí era el deporte rey.
El ciclismo ha traído a muchos, también atraídos por la naturaleza y el frescor de algunas zonas, huyendo de superpobladas playas. Esto ha hecho que las montañas pirenaicas tengan también esa sensación de plenitud, de que se cuelguen carteles de ‘completo’ en los hoteles y se vea la hostelería llena en los meses estivales. Una buena noticia para la economía de la zona, una pésima para los que buscan la soledad con el entorno, el silencio absoluto.
Aún queda alguna zona salvaje que lo permite. Es el caso de los Pirineos Atlánticos en su versión francesa. La ausencia de estaciones de montaña de gran fama y la aún creciente aparición de infraestructuras más cómodas ha provocado un oasis entre tanta población. Lo abrupto del terreno ayuda, con no tan fáciles accesos y grandes rampas para visitar paisajes de ensueño. Carreteras en no tan buen estado, no ya por el firme, sino por la estrechez de la calzada y con zonas en gravilla viva. Sí es un buen sitio para practicar ciclismo. ¿La pega? Escalaremos los puertos más duros de los Pirineos.
Errozate se encuentra casi en frontera con España. Por apenas un kilómetro no atraviesa territorio español. Que los mapas aún no reconozcan en demasía estas carreteras ayuda a que el tránsito de vehículos se restrinja a los vecinos de la zona y algún todoterreno despistado (o no tan despistado) que las visite. El resto son bicicletas, silencio y paisajes de vértigo. El puerto comienza en el cruce entre la D301 y la D426, sobre el río Behovio y con un ancho que apenas supera los tres metros. El paisaje es espectacular. Verdes praderas colorean la vista allá donde se mire. Desde lo alto de las laderas se pueden ver cortes que suponen vías de comunicación en la montaña. La zona es un auténtico laberinto.
Esta subida que nos ocupa sube a base de rampas, constantes en su parte baja, pero que arrojan una media cercana al 10% en los diez kilómetros de subida que tiene. Números redondos que indican la dureza que este puerto requiere para superar el profundo valle del que arranca. Pasado el col d’Arthe giraremos a la derecha para afrontar el final de la subida, que tiene múltiples variantes, y que ofrece aquí la alternancia de grandes rampas con alguna zona de descansillo. Las bajadas suelen ser técnicas, con mucha gravilla en algunas curvas y poco margen para trazar. Las praderas parecen dar ese toque de algodón que nos permitirá sentirnos más seguros. Una falsa seguridad en descenso de grandes rampas en una carretera de nuevo estrechísima.
Lo increíble de esta ascensión es que además es fácilmente enlazable con otros colosos de la zona, como Bagargui, Larrau, Ahusquy, Burdinkurutzeta, etc. La Irati Xtrem puede dar buena fe de ello en su durísimo recorrido con salida y llegada en Ochagavía, en el lado español de todas estas montañas y a pies de la conocida Selva de Irati. Una zona maravillosa en la que perderse con la bicicleta.
Altimetrías:
Escrito por Lucrecio Sánchez (@Lucre_Sanchez)
Fotos: Jorge Matesanz (@jorge_matesanz)