Si uno echa la vista atrás recuerda los días en los que Marc era una de las grandes esperanzas del ciclismo mundial. Ganar Tour de l’Avenir te mete en ese selecto saco de futuribles, en los comentarios, en las predicciones que meten presión. Es un filtro que separa el grano de la paja, que selecciona de forma darwiniana a los buenos ciclistas de los campeones. También el éxito te mete de lleno en las sospechas de que tras el talento que evidentemente escondían sus piernas podía derivar un gran referente, un mesías. Más en un ciclismo ávido de ellos como el español y en una estructura que acostumbra a generarlos como Movistar.
Tras desaprovechar los pocos resquicios que el equipo telefónico le ofreció, cambia de aire para respirar diferente. El problema es que Soler está en un callejón que tiene pocas salidas, con mucho capo a su alrededor y la necesidad de dar un golpe en la mesa si no quiere ser etiquetado de por vida como aquel posible líder que acabó siendo gregario de lujo. De un campeón, sí, pero un gregario al fin y al cabo.
No hay nada de indigno en serlo. De hecho, de ese modo se encuentra un rol de una forma mucho más sencilla. Que le pregunten a Castroviejo o Bilbao si son apreciados en sus equipos. Quedarse a medio camino es casi peor, sin una función clara a desempeñar y el inevitable camino a la irrelevancia como mal posible. Ser gregario de lujo es lo que podía haber elegido Greg LeMond. Pero nunca hubiese sido LeMond. O Chris Froome, aunque nunca hubiese sido Chris Froome. El ciclismo está repleto de casos de rebeldía donde los capos han decidido que lo eran sin contar con nadie más, sin escuchar más voz que la suya propia. Hay puertas que derriban a empujones. Sin más.
Por ello, con la vista en el cielo y los pies en el suelo, Marc debe tener claro este concepto, qué quiere ser de mayor. Sobre todo, olvidarse de que ese ascenso de galones provenga de una decisión externa. Tendrá que suceder, de suceder, si no de forma abrupta, por medio de una rebelión contra el destino, contra el orden prestablecido. Para ello la mejor fórmula es ir paso a paso. Comencemos con andar y desarrollar la función que se le asigne con éxito y de forma que muestre tanto potencial o más que sus jefes de fila. Pogacar, Almeida, el emergente Ayuso… demasiadas cabezas para conseguir sacar la suya por un agujero no muy amplio.
Una amalgama de grandes corredores que le hacen correr serio peligro de quedarse en medio de los meritorios gregarios y esforzados y esa segunda línea de acción que casi nunca llega a nada. Esa indefinición es la que puede causarle confusión e ideas frustradas. Si acepta ser gregario toda su carrera, nada que añadir, puede ser una posición inteligente.
En cambio, cambiar de equipo con todo el desencanto por ambas partes en la recta final de su relación. ¿Y para qué? ¿Para seguir siendo la niñera de otros? ¿Para reprimirse cada vez que le frenen porque su función es otra bien alejada de la victoria personal?
Texto: Lucrecio Sánchez (@Lucre_Sanchez)
Foto: RCS Sport