Corría el año 1994. Las grandes vueltas habían sido coto de Miguel Indurain desde que en la edición de 1991 del Tour de Francia se alzó con el maillot amarillo en Val Louron. Un dominio que en 1992 se extendió también al Giro de Italia, así como en 1993 repetiría un doblete histórico. Así daba comienzo la edición de la ronda italiana de 1994. Desde Bolonia, más de 3700 kilómetros con etapas de todos los colores, con una alta montaña de verdad y contrarrelojes de una longitud aceptable, que no excesiva.
El favorito unánime era Miguel. Las alergias parecían más enemigo que los propios ciclistas contra los que competía. En la cuarta etapa se vivió la victoria de un ciclista de la Gewiss que se alzaba con el liderato. Berzin, el ruso de piel pálida, lucía grandes gafas sobre el rostro en una imagen bastante icónica de la época. Campitello Matese no era subida para los grandes capos, por lo que se tomó aquel liderato como circunstancial. El problema fue que no lo fue. No soltaría el rosa hasta Milán, dejando al resto de favoritos como Bugno o Chiappucci muy lejos de sus objetivos.
La contrarreloj de Follonica estaba diseñada para que Indurain barriese y se ubicase a la cabeza del Giro. Sin embargo, el bicampeón del Giro no pudo con la maglia rosa, que voló sobre los 44 kilómetros de recorrido y se asentó más si cabe en la primera plaza. No, lo de Campitello Matese ya no era una casualidad, sino una causalidad. Vaya causalidad…
Llegaron las etapas más duras, las que subían puertos como el Giovo, el Stelvio o el novedoso Mortirolo. Parecía que era el momento de recuperar terreno para el gigantón navarro. Pero no fue así. En el Mortirolo encendió el turbo y fue dejando a todos atrás, menos a un Pantani que coronó por delante y le esperó para hacer dupla junto a Nelson Rodríguez y lanzarse a por el podio de la ronda transalpina. Lo que pasó después es historia del ciclismo.
Berzin resistió también al mítico Agnello y a otras montañas. Ganó la cronoescalada al fatídico Passo del Bocco, Así ganó la maglia rosa definitiva y se colocó como uno de los talentos más prometedores debido a su juventud y a la gran forma física que demostró.
En España fue el ciclista más odiado. Fue el primero que terminó con la imbatibilidad de Miguel Indurain, el primero que osó a cuestionar su reino. Ahora parece evidente que el navarro debería tener fin o límites. Pero no es menos cierto que a los aficionados les costó mucho asimilar este concepto. Berzin pasaba a ser el anticristo, el enemigo número uno de futuras batallas. Injustamente, está claro. El ciclista ruso nunca volvería a ser el mismo, pese al buen Giro 1995 que se marcó y a la buena primera mitad de Tour de 1996, donde lució el amarillo durante una jornada gracias a su actuación en la cronoescalada a Val d’Isere.
Escrito por Lucrecio Sánchez
Foto: Sirotti