La globalización ha sido el término que ha incorporado a tantas banderas diferentes a la cima de las clasificaciones del ciclismo profesional. Un terreno que históricamente estaba reducido a la esfera europea, más concretamente al triángulo Francia, Bélgica e Italia con incursiones de Holanda (o Países Bajos, como dice ahora la corrección), España e incluso la irregular Suiza. Un protagonismo que se ha ido apagando, alcanzando en estos días sus cotas más bajas. Francia recupera halo con Alaphilippe, el único de varias generaciones que realmente ha dado nivel de superestrella. De España ya hemos hablado en muchas ocasiones. ¿E Italia? Italia merece capítulo aparte.
De dominar los sprints, las clásicas, el Giro, las escapadas e incluso los equipos de todo el panorama internacional a ser mera comparsa de naciones como Eslovenia, Colombia o Reino Unido. Nibali sigue, con más pasado que futuro. Ganna domina las cronos, un vuelo demasiado bajo para tanto vacío. Caruso y Colbrelli ruedan a lomos del Bahrain. Fortunato y Ciccone progresan, pero no es suficiente. Y ya. Vienen Zana y otros talentos como Bagioli, sí. Pero aún convirtiéndose en dominadores del ciclismo internacional sigue faltando esa clase media, esa generación que dé motivos para restaurar la presencia de los equipos italianos en la máxima categoría. Oasis en inmensos desiertos de arena. Un enlace entre las viejas glorias y las próximas.
Fausto Masnada se mueve en ese alambre entre fronteras, entre los que abren nostalgias para cargarle cualquier tipo de cartel y los negativistas de los brotes verdes. Corre para Quick Step, ese conjunto que convierte ranas en preciosos príncipes y sólo por eso se debe conservar el nombre del bergamasco en la retina, aunque sea por aquello del ‘te lo dije’. Además de regalar puestos de honor que estimulan las expectativas, se vislumbra ascenso en la escalera hacia la madurez de su rendimiento, con actuaciones ciertamente notorias, como el semiduelo con Tadej Pogacar, dominador del ciclismo mundial, en toda una Lombardía. Presencia, da, hay que reconocerlo. Ya es mucho.
Que el Tour de Omán no ciegue nuestra desconfianza. Salvo digievolución imperial, el talento del transalpino dista mucho del poder esloveno. Quién sabe si en la estela hay lugar para él. Moral habrá conseguido a base de buenos puestos y pequeños triunfos, fruto también de la hibernación de los grandes. Tal vez. Pero su equipo tiene demasiadas flores en el jardín, demasiados puntos que atender para un Quick Step que no es responsable de la falta de ese escalón intermedio en Italia, que es precisamente lo que en el conjunto belga sobra. En ese rol, Masnada es muy buen estilete. Discreto, hábil, dinámico. Y sin ínfulas. Veremos si se confirma cuando los resultados lleguen, de llegar. Parece difícil cuanto menos perder el norte a estas alturas para un corredor de 1993.
El nombre al menos manda firmes. El gusto por el Giro de Lombardía puede ser el mayor nexo entre ambos. El Campeonissimo coleccionó cinco; Fausto de momento va por la conquista de la versión de miniatura (amateur) y una plata que sabe a oro. Otra plata en el Nacional ante el enrachado Sonny. Está a las puertas. Se abrirán. Otro segundo le dio el podio en el Tour de Romandía ante el rebelde Soler. Es un año con mucho número dos en el enunciado. Tal vez sea el suyo.
Escrito por Jorge Matesanz (@jorge_matesanz)
Foto: ASO / Oman Cycling Association / Pauline Ballet