Nacido en Biescas, Escartín capitalizó las esperanzas de toda una generación. En la era post-Indurain, ante el vacío que tal figura dejó, fue el estandarte que luchó junto a Abraham Olano por sostener una bandera tan envenenada y difícil de erigir como la del relevo de un quíntuple ganador de Tour como Miguel, con todo lo que ello había supuesto para un país entero.
Pese a ser un muy buen escalador, tuvo poco margen de maniobra en Mapei, lo que precipitó su salida del equipo de Olano y Rominger para buscar sus propias opciones como líder. El Kelme era el destino elegido, por lo que a las órdenes de Álvaro Pino vivió su mayor evolución como ciclista, alcanzando una madurez deportiva que no sólo le acercó al podio de las grandes como el Tour y la Vuelta, sino que le hizo cambiar el chip, convirtiéndose así en algo más que un ciclista regular y fiable. Se erigió como el ariete que buscaba el ataque lejano, al mando de un Kelme repleto de grandes escaladores.
Los años 97 y 98 fueron así, con Fernando buscando de todas las formas posibles arrancar segundos y minutos en recorridos que no siempre le iban como a él le hubiese gustado. Las contrarrelojes le penalizaron, como buen escalador, en un momento donde los casi 100 kilómetros de lucha individual eran lo normal en las grandes vueltas. Sin ellos, quién sabe lo que hubiese sido de su carrera.
Llegó el año 99: su año. El Tour de 1998 terminó con un sabor agridulce, porque pese a haber mostrado un nivel muy alto en la lucha por el podio de París, tuvo que abandonar como consecuencia del abandono de todos los equipos españoles en protesta por los registros realizados a raíz del caso Festina. Todo aquel affaire hizo que todos se volcasen con la Vuelta, donde estuvo cerca del triunfo, que fue a parar a su compañero de generación, Abraham Olano.
En el Tour estuvo en los momentos determinantes junto a Pantani y Ulrich, siendo de los más activos. Le faltó un ápice de fuerza para estar a la altura de ambos. Pero esa forma de correr de buscar en lugar de esperar salió muy reforzada. En ese sentido, Fernando no supo hacer las cosas de otra manera en la edición de 1999, Galibier mediante y pese a que al final otro dominador del Tour como Lance Armstrong le acabase por quitar foco. Pero su momento llegaría, como buen fondista, en los Pirineos. Pese a lo raquítico de la montaña de aquel Tour, Escartín atacó con todo en la etapa que condujo a Piau Engaly. Levantó los brazos con dos minutos sobre Zulle y Armstrong, que sufrió de lo lindo en la persecución.
Por si fuera poco, la amenaza de la crono final y un Dufaux que era mejor especialista a menos de un minuto del oscense, obligaba a una mayor gesta. Con el Aubisque por su lado amable a más de 60 kilómetros de la meta de Pau, el del Kelme buscó el más difícil todavía. Lanzó un ataque temible que descolgó al suizo. La colaboración del resto de líderes dejó atrás al del Saeco, con una ventaja ya más holgada de cara a la crono. Así subió al podio de París, siendo valiente y no esperando regalos de nadie.
Con la moral por las nubes y un recorrido que se adaptaba bastante más que en otras ocasiones a él, se presentó en Murcia para participar en una Vuelta donde era uno de los máximos favoritos. Andorra-Arcalís con cuatro puertos de primera, Angliru, ese puerto del que tanto se hablaba, y otras muchas montañas. Ulrich, Tonkov, Olano, Heras… la concurrencia era dura. Pero todos ellos estaban asustados ante el momento de forma que vivía un Escartín que además fue señalado como el líder único de Kelme pese a la cada vez más evidente irrupción de un joven llamado Roberto Heras.
La crono de Salamanca y la durísima etapa de Ciudad Rodrigo hicieron una primera criba de favoritos. Zulle, segundo en el Tour, cedía mucho tiempo. Con Armstrong ausente, era su momento. Olano y Ulrich demostraron buena forma, por contra. Llegaba su momento, su terreno. La etapa tan temida del Angliru, con dos ascensos de primera y uno de segunda en el camino, iba a ser una oportunidad para que los contrarrelojistas cediesen ante los grandes escaladores. Había mucha incertidumbre porque en aquel momento los corredores no estaban acostumbrados a estos porcentajes tan extremos.
El día amanecía nublado en León, lluvioso en Asturias. Por el camino tres descensos muy difíciles. El primero, el de Ventana, se afrontó con niebla. Una pasada ver a ciclistas sacar el pie, pasarse de frenada… y por otro lado el de Cobertoria, donde todo terminó para Escartín. Una carretera infame, con baches, agua acumulada en la calzada, un trazado peligroso de por sí en seco y una pendiente pronunciada. El cocktail perfecto para la caída. De hecho, medio pelotón se fue al suelo. Literal. Fernando no pudo esquivar el hospital. Tampoco Luttemberger. Otros rompieron el casco. Otros simplemente tuvieron que pelear la etapa perdiendo varios minutos de antemano.
Ahí acabó su mejor año como ciclista. El año 2000 fue bueno, puesto que continuó en su línea ofensiva y regular, aunque ya se vio bastante eclipsado por el nuevo gran escalador del momento, un Roberto Heras que fue la gran sensación tanto en Tour como en Vuelta, la cual ganó de forma brillante. Fernando recalaría posteriormente en el Coast alemán, donde se quedaría sin lugar en la carrera francesa.
Escrito por: Lucrecio Sánchez (@Lucre_Sanchez)
Foto: Sirotti