No la cruzó a caballo, sino en bicicleta. 7 de septiembre del año 1999, una fecha que sirve para recordar cómo los modestos tienen la oportunidad de rebelarse contra el orden establecido, de soñar en alto y poder un día de sus vidas correr casi tan rápido como ellos. Germán Nieto fue un héroe pese a no ganar. Un héroe sin capa ni espada, ni siquiera lanza como Alonso De Quijano. Sin escudero, ni siquiera la compañía de un Rocinante relinchante que apegue un tanto sus pasos a la voluntad de su compañero de fatigas. Lo único que este madrileño de aspecto alopécico, reconocible e inconformista buscaba aquella mañana era buscar compañía para hacer camino al andar. Un principio tan de Machado como lorquiano el resultado final de aquella aventura de más de 200 kilómetros.
Los cubrió en solitario, con la única compañía del silencio y el leve cantar de los grillos. Tierra de campos, de sembrados, de viento, de pequeños tallos danzando al sentir de Eolo y sus caprichos. Por allí se desplazaba un jinete, un maillot que incluía catas de varios colores y una cabeza de piel resplandeciente que era lo más visible de toda aquella unidad corpórea en las fases que no la cubría con una gorra blanca. Germán era un conocido buscador de oro en las metas volantes. La longitud de la etapa, cercana a los 230 kilómetros, desanimó a los valientes, por lo que el ciclista del Relax Fuenlabrada quedó como único integrante de la fuga del día. Uno, dos, tres, siete, doce, quince… ¡más de veinte minutos de ventaja!
El sprint estaba cantado. Marcel Wust, el gran dominador de las volatas, olió sangre el día anterior en Albacete. Tocaba confirmarse como el hombre más rápido de la Vuelta y su Festina no iba a tener reparos en ponerse a trabajar para el alemán, que tenía feeling con la carrera. Mientras tanto, fueron momentos para soñar, para dar pedales durante algo más de seis horas entre pensamientos, aplausos y gotas de sudor. La voz del mítico Maximino Pérez fue la única compañía que Nieto tuvo a su lado. Agua, comida, vista a un horizonte que al menos cruzó diez veces y que tras la undécima mirada avistaba Fuenlabrada, sede de su equipo, su casa. Su día era éste. Pocas cuestas, más bien traicioneras y empirañadas arrebatando mordiscos de energías de sus maltrechas piernas.

El agotamiento no llegaba, el madrileño conservaba una ventaja amplia, de minutos. Quedaban pocos kilómetros para la llegada y el sueño era posible. De haber mediado un ciclista más capaz de rodar en el llano, el pelotón hubiese visto a Germán Nieto ya en la ducha. Le concedieron demasiada ventaja y el de Fuenlabrada quedó a dos palmos de dar la campanada de la temporada. Hubiese sido un hito histórico, una especie de hazaña entre molinos y llanuras inacabables. Todo cuanto se elevaba sobre sus ojos era terreno que recorrer, un reto gigante para unos hombros que no lo eran tanto. El modesto ciclista rebelado contra su destino de anonimato. Su minuto de gloria, las fuerzas de todos esos otros días futuros tenían que ser empleadas en este viaje.
Corazón, raza, pundonor. La gorra pasó a mejor vida y su calva lucía al viento. Aerodinámica natural que sirvió a Germán para rebajar en algún grado la alta temperatura de su cuerpo y a los aficionados a recordar inconscientemente la figura de otros calvos de éxito como el cantante de REM, Moby o Pantani, los tres en auge durante aquellos días de finales de los 90. Nieto seguía cabalgando la llanura, el pedaleo era cada vez más cansino y estaba más repleto de movimientos del resto del cuerpo, absorbiendo gramos de fuerza de cada uno de los átomos que lo componían. La meta se acercaba, pero también el pelotón, que acabó por despertar. El rugido en el silencio se escuchó tanto que los nervios empezaron a jugar malas pasadas.
La gesta no iba a ser posible por apenas siete kilómetros. Aún quedó un resquicio para ver el ataque desesperado de su compañero Verziagi, que apenas alcanzó a separarse un par de metros del gran grupo, ya preparado para el despegue y en punto de no retorno. Wust ganó, Nieto fue adelantado por todo el pelotón entre palmaditas y palabras de ánimo. El público abarrotó los últimos kilómetros y de nuevo en solitario por detrás del pelotón, Germán fue recibiendo el reconocimiento de los aficionados que soñaban con verle llegar por delante, triunfante. El esfuerzo, pese a no ganar, le hizo ganar. Una moraleja de la vida, donde David no siempre puede con Goliath, pero no es óbice para intentarlo.
Escrito por Jorge Matesanz
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