El Giro de Italia de 1987 siempre se recordará por el vibrante duelo de compañeros entre Roche y Visentini, aunque también por un extraño experimento de Vincenzo Torriani, máximo mandatario de la Corsa Rosa, que programó una peligrosa contrarreloj en el descenso del Poggio Di San Remo.
La recordada edición del Giro de Italia de 1987 tuvo comienzo en la localidad de San Remo, famosa por su festival de música y por su Primavera ciclista en el mes de marzo, con un recorrido programado para un ciclista de perfil completo, abundante de montaña, nada que ver con los Giros a la carta que tuvieron Moser y Saronni en años anteriores. El inicio se consumó con un prólogo de 4 kilómetros que acabó con el triunfo del lombardo del Carrera Roberto Visentini, que acudía al Giro como vencedor de la edición anterior, siendo este el primer episodio del culebrón que se iba a vivir durante 3 semanas en el seno del conjunto Carrera.
Hasta ahí todo dentro de lo normal, o de todo lo normal que podía ser un Giro de Italia de la década de los ochenta. Pero para la segunda jornada de aquella Corsa Rosa, el señor Vincenzo Torriani, patrón histórico de la prueba transalpina, iba a obsequiar a corredores y aficionados con un doble sector de lo más original e innovador, incluso para la época de la que hablamos.
En primer lugar, un parcial matinal en línea que contaba con tan solo 31 kilómetros, entre San Remo y San Romolo, una ascensión al cercano Monte Bignone, en los alrededores de la ciudad costera. La victoria de esta corta etapa fue para el neerlandés del Panasonic Erik Breukink, un eterno aspirante al triunfo en grandes vueltas que atacó a 13 de meta, por si fuera poco, otros tres compañeros de equipo le acompañarían entre los 5 primeros.
Pero para la sesión vespertina, Torriani iba a ofrecer a la concurrencia una contrarreloj, pero una como nunca se había visto hasta la fecha, ni se ha vuelto a ver. Una etapa contra el crono en descenso puro y duro, y para más inri una bajada mítica, la del Poggio di San Remo. Este descenso técnico como pocos pasa por ser el desenlace final en los últimos kilómetros de la Milán-San Remo, tan solo 4 kilómetros, aunque la etapa estaba compuesta por 8, hasta la llegada a la ciudad en primera línea de playa dentro del Corso Salvo D´Aquisto.
La polémica estaba servida desde días antes, incluso desde la presentación de la carrera en el mes de febrero. Muchos corredores se quejaban de la peligrosidad de la bajada en modalidad contra el crono, y el miedo a la aparición de la lluvia también era otro de los factores a destacar en aquellos días de mayo. En el recuerdo estaba la caída de Jan Raas en la Milán-San Remo de 1984 bajando la Cipressa que produjo en el ciclista neerlandés lesiones irrecuperables.

Varios fueron los corredores que alzaron la voz contra el organizador por este innovador sector cronometrado del segundo día de Giro de Italia. Uno de ellos fue Stephen Roche, el cual no dudó en criticar el experimento de Torriani. Sin embargo, el irlandés del conjunto Carrera fue uno de los mejor parados al acabar el día, sin olvidar al líder Breukink. Roche se impuso en este segundo sector utilizando una bicicleta de las denominadas convencionales, a diferencia de algunos de sus rivales que utilizaron modelos mas aerodinámicos orientados a la lucha contra el crono, a pesar de que este parcial no tuvo mayor importancia final más allá de la anécdota.
El mismo reconocía que había sido en el tramo llano donde había puesto toda la carne en el asador para salir vencedor de la etapa, y de paso endosar 7 segundos a su “compañero” Visentini, un hecho que no fue de buen agrado en parte de la estructura de su equipo, donde poco a poco tomaba forma una guerra fratricida, que su director Davide Boifava no supo gestionar adecuadamente, y donde se llevó el gato al agua el irlandés, consiguiendo su primer gran triunfo de un año mágico para él, en el cual conquistó la denominada triple corona del ciclismo, Giro, Tour y Campeonato del Mundo.
Escrito por Alberto Díaz Caballero (@Sincadenablog)
Foto de portada: Sirotti Fotos: Wikimedia Commons