Es una de las ediciones de la ronda italiana más recordadas. Veníamos de un 2009 en el que se celebró el Giro del centenario, con un recorrido dulcificado por la presencia de Lance Armstrong y con la ausencia en esta ocasión de los tres componentes del podio del año anterior por causas diversas: Menchov, el ganador, por estar concentrado en el Tour, Pelizzoti por estar en stand by debido a un supuesto valor anómalo en el pasaporte biológico. El italiano, que finalmente no pudo ocupar su plaza en Liquigas, dejó sitio a Vincenzo Nibali, que no iba a debutar en la ronda italiana, pero sí a ocupar un papel protagonista en estas tres semanas del mes de mayo.
Esos primeros días había miedo en el pelotón por la inconsciencia de la gente. Salíamos de Holanda y la gente quería tocarnos todo el tiempo. A 60 por hora en el plano era algo muy peligroso. Cuando ya íbamos de cara a meta era realmente peligroso porque ya en la parte final de las etapas, cuando todos estábamos buscando colocación para la llegada, invadían la carretera. A esas alturas me planteaba hacer la general, me dejaban libertad en el Giro con el objetivo de hacer entre los diez primeros, salvarlo con un buen expediente para después asumir mi rol de gregario en otras carreras.
La contrarreloj por equipos marcó diferencias y perdimos tiempo, pero como tampoco tenía la conciencia de estar entre los tres primeros, que es donde los segundos sí cuentan de forma determinante, no tenía mucha más importancia para mí, ya que a esas alturas de la clasificación en la que pensaba estar, tampoco iba a afectar. En un tú a tú con los buenos no tenía nada que hacer. En aquella época todavía estábamos en una situación de inferioridad en material y dedicación a la contrarreloj. Se hizo lo mejor que se pudo.
El inicio del Giro tuvo líderes de gran caché como Wiggins, Vinokourov o Nibali, y se vivieron las primeras fugas con éxito, lo cual sería muy importante después en el desarrollo de la propia carrera. Liquigas tenía un equipazo, pero teniendo un Evans muy en forma como parecía, Vinokourov y demás en frente, ponerse delante a controlar iba a ser una locura. Después se tuvieron que poner muy serios para remontar la distancia en la general y acercar el Giro a Ivan Basso.
Montalcino fue un espectáculo magnífico. Estuvo lloviendo durante toda la etapa, todos teníamos miedo y respeto, era la primera vez que teníamos una etapa con tramos de estas características. Había mucha incertidumbre, la verdad. Antes del primer tramo había un puerto y nos pusimos a gran ritmo. Entramos al sterrato y de pronto y sin aviso llegamos al ‘chapapote’, que era como si te echasen un cubo de barro a la cara. Iba con Wiggins y demás, en un grupo cortado como en los tramos de pavé en la Roubaix. Así que decidí mejorar mi posición para no quedarme cortado. En los tramos en subida perdí el miedo, cuando empezaron a atacar Garzelli y ciclistas de ese nivel. Y lo intenté. La verdad es que me encontré bien y llegué con los mejores, así que comencé a pensar en por qué no llegar más allá de un top ten. Recuerdo que después de ese día tardé varias etapas en quitarme la tierra de los ojos. Ni con suero.
Al día siguiente, resaca del esfuerzo con final en el Terminillo. La etapa de Montalcino, de 222 kilómetros, marcó bastante. Esa primera llegada en alto tendría victoria para Sorensen, fallecido desgraciadamente después. Ahí se me fue un poco de tiempo. Pero la siguiente sería la que llegaba a L’Aquila. Una fuga de 56 ciclistas con Sastre, Wiggins, Porte, Arroyo… y un cocktail increíble. Fueron cerca de 13′ que voltean el Giro por completo. Etapa muy extraña. Con mantener el relevo delante era imposible alcanzarnos. Según iba avanzando el día, el terreno era más comanche.
Llegaba el mítico Monte Grappa. Con el Zoncolan al día siguiente. Liquigas sabía que tenía que ir con todo para ir eliminando ciclistas que habían cobrado una ventaja importante. Con la ventaja obtenida, me vestí de rosa. Oír mi nombre en el podio, los aplausos… aún me pone la piel de gallina. La nómina de líderes no estaba siendo precisamente barata. Esa subida al Grappa me dio la sensación de que el equipo italiano estaba preparando una llegada al sprint. Hubo diferencias y mucho movimiento. Fui a mi ritmo y a resistir todo lo que pudiese, como hice en el Zoncolan, que fue la ascensión que más diferencias ha visto. Basso machacó a Evans y demás favoritos. Nibali acusaba un poco el esfuerzo.
En esos puertos parece que no avanzas. Parecía un estadio de fútbol en la parte alta, era impresionante. Basso ya había metido un toque de atención y se coló en posiciones muy cabeceras tras la etapa, en la previa al día de descanso y la posterior cronoescalada a Plan de Corones. Subir a 8-9 por hora mientras los aficionados suben andando a tu lado. Eso te impresiona. Solo el mero hecho de subirlo ya descarta a muchos ciclistas. Me gustan más lo que permiten a más gente colaborar y atacar. Esos puertos están bien a veces, pero dan más juego a mi parecer otros como Morcuera.
Las etapas decisivas, que eran las que tenían al Mortirolo y al Gavia como protagonistas, llegaban al final, con el Liquigas con necesidad de seguir recuperando tiempo. Camino de Aprica, el ritmo fue brutal, aunque en ese sentido actué con inteligencia y no me cebé en ningún momento con Basso, Scarponi y Nibali, que se fueron por delante. Mantuve una distancia prudencial, sabía que de no explotar no podrían sacarme una distancia insalvable. Ya había hecho descensos así anteriormente, sobre todo en favor de Alejandro Valverde. Tenía claro que de no irse muy lejos tendría opciones de entrar en la bajada. En el enlace con la carretera de Aprica, mucho más ancha, nos quedamos Vinokourov y yo a escasos 20″, calculo. Ahí el kazajo me ofreció marcharnos los dos, mientras por el pinganillo me mandaron parar a esperar a un grupo más grande que venía con el resto de favoritos. En principio, no era mala idea porque era más numeroso y venía gente muy fuerte. A toro pasado es muy fácil decidir, está claro. Después pasó que me dejaron la tostada y no hubo manera de recuperar las distancias. Basso me quitó el rosa, pero seguía en posición de podio.
Por un lado, fue bueno haber perdido la maglia ese día, porque el zafarrancho que se creó en la última etapa de montaña, con el Gavia por el camino y final en el Tonale fue de aúpa. Una auténtica escabechina en el primer puerto, Livigno, que dejó el pelotón hecho un solar. Si nos hubiese tocado trabajar ese día hubiésemos desfallecido en la parte decisiva y quién sabe si hubiésemos perdido la opción de hacer podio, así que hay que ver las cosas de forma positiva como se dieron y valorar mucho lo que se consiguió.
Narrado por David Arroyo – HC Wanders – Pedro Gª Redondo
Foto: Sirotti