Opinión #GodSavetheGavia

#GodSavetheGavia: ¿El dopaje convierte a los burros en caballos de carreras?

– SÍ –

Antes de comenzar a divagar con el tema, quiero dejar claro que no se va a utilizar el término “burro” de manera peyorativa: todos y todas las ciclistas que alcanzan la categoría profesional tienen un nivel altísimo, inalcanzable para cualquier globero como nosotros.

Hay ejemplos “a patadas”, pero voy a mencionar varios de los más famosos, algunos ya incluso “testados”. Podemos decir que el más flagrante el de Bjarne Riis, el danés que en 1996 ascendió Hautacam de una forma tan rápida que nadie en 25 años ha podido batirlo. El danés era un corredor de potencia con resultados, digamos, “pobres” en grandes vueltas, pero a partir de 1993 se convierte en “vueltómano” y todo cambia. Ese año hace 5º en el Tour: sólo Indurain, Rominger, Jaskula y Mejía finalizan delante de él. Dos años después llegará al pódium, tras Indurain y Zülle, y, año siguiente, la eclosión total. El dominio de Riis aquel año fue insultante, aunque los números y las diferencias con el segundo clasificado (el debutante Jan Ullrich) fueron menores. Vean Hautacam y vean, sobre todo, Pamplona, donde parece un pro compitiendo contra juveniles en una etapa que tuvo 260 kilómetros y 7 puertos (cinco entre la primera categoría y la especial). Riis nunca alcanzó un nivel similar jamás: ni al año siguiente ni al otro. En 2007 confesó que se había dopado con EPO entre 1993 y 1998. Nada más que añadir al respecto.

“Nadie puede ganar un Tour sin doparse”, frase que pronunció Lance Armstrong en su día y que sirve de introducción para hablar de la más famosa “transformación” generada por el dopaje. Porque Lance Armstrong era, hasta 1996, un buen clasicómano, un buen corredor de carreras de un día, un hombre que vence el Campeonato del Mundo en 1993 (delante de Indurain), que gana la Clásica de San Sebastian en 1994, que gana etapas del Tour metido en escapadas. El norteamericano pudo haber sido, en el ciclismo un corredor estilo De Gendt, con victorias de prestigio, pero no, el cuerpo le pedía más, mucho más, y quiso ser un vueltómano, pero no uno cualquiera, sino el mejor. Así que de triunfar en Oslo en 1993 o en la Flecha Valona de 1996, Armstrong pasó a ser el escalador más fuerte de la historia en Sestrière 99, en una cronoescalada en Alpe D’Huez en 2004, en barrer el Tour 2000 en Hautacam y el Tour 2003 en Luz Ardiden. Y, por supuesto, también el mejor contrarrelojista, con 11 victorias de 19, contando los prólogos también… Sólo en 2003 no se llevará ninguna de las disputadas, llegando al apogeo en 1999, cuando las gana todas. ¿Hay que tener más virtudes para ganar? Por supuesto, pero la transformación es más que evidente.

Son dos de los casos más evidentes en que la “trampa” fue por delante y transformó a ciclistas destinados a otros menesteres. La forma de descubrirlos, sin embargo, nos genera aún más tensión a los aficionados al ciclismo, puesto que vino tras investigaciones (fuera del ámbito ciclista) y confesiones, y sirve para generar una duda creciente ante rendimientos actuales. Comparativas de potencia, de velocidad, de tiempos que son, hoy por hoy, un aliciente más para todo seguidor de ciclismo: por un lado queremos ver al ganador y, al mismo tiempo, descubrir si nos engaña.

Escrito por: Marce Montero (@39x28web)

– NO –

Definitivamente los ciclistas somos masoquistas. No es suficientemente duro nuestro deporte per se, que encima nos dedicamos a tirarnos piedras a nuestro propio tejado.

¿Existe algún deporte con un control más exhaustivo, incluso bordeando lo ilegal y lo éticamente aceptable, que el nuestro? Todos conocemos el famoso caso de la presencia de los “vampiros” en un sepelio, como caso flagrante de un mal entendido control. Si eso se lo hiciesen a un futbolista de primera división española, aparecería como un gran agravio incluso en los telediarios. Todos los que nos hemos relacionado con la medicina deportiva sabemos a qué se deben las pausas por lesiones desconocidas en el “deporte” del balón (ahora más que deporte es puramente un circo romano).

Los aficionados conocemos cómo fueron los años 90 en nuestro deporte, especialmente en lo que se refiere al consumo descontrolado de EPO. Pero el ciclismo actuó y ahora no hay deporte más controlado.

¿Se retiran los trofeos en algún deporte cuando ya han pasado más de cinco años? Nosotros lo hacemos. Pero hay por ahí alguna copa futbolera que se ganó con jugadores dando positivo. Nadie se ha planteado tan siquiera retirarla o ponerla en cuestión.

Pero, ¿realmente el doping puede convertir a un mediocre en un fuera de serie? Es evidente que, si yo me medico con EPO, por mucha variante CERA que sea, no voy a ganar un Tour de Francia. ¿Alguien ve a Cipollini, si se hubiese dopado, ganando en el Stelvio?

Estudios recientes han demostrado que los incrementos en prestaciones por EPO no llegan, ni remotamente, al 10%, por tanto, sí, me ayuda a pasar de un top ten a un podio, a tener ese diferencial, pero no a pasar de una media clasificación al extremo superior de la misma.

Efectivamente los 90 fueron una exageración, pero no nos engañemos, todos los primeros espadas iban igual. Y cuando digo todos es todos, incluso los más idolatrados visitaron al famoso médico con nombre de vehículo deportivo. Por tanto, al final competían todos en igualdad de condiciones.

Creo que no es necesario demonizar más al ciclismo, al menos, no más que a los otros deportes y por supuesto, si en uno se pueden quitar trofeos a más de cinco años, en los otros también.

Escrito por Xavier Palacios (@xpalaciosalbaca)
Foto: @ACampoPhoto

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